Alexandre subió a Elizabeth en uno de los helicópteros, él se sentó a un lado de ella y al otro lo hizo su padre, cada una de sus manos iba aferrada a una de los hombres que más amaba; entrelazó sus dedos apretándolos con fuerza, mientras asimilaba que ya todo había terminado, que volvía a la seguridad de sus hogares y de las personas que tanto quería; sobre todo, que cualquier amenaza había terminado con la muerte de Paulo.
Aprovechó ese momento para unir las manos de Alexandre y su padre, sabía que habían dejado el orgullo para trabajar juntos en su búsqueda, pudo sentir cómo se tensaban, pero sabía que por ella en ese momento harían cualquier cosa, así que terminaron dándose un apretón.
Ella agarró esa unión y se la llevó a los labios, le dio un beso a cada uno en el dorso y fue entonces cuando la adrenalina le dio un bajón y empezó a llorar descontroladamente, mientras un hermoso sol iluminaba a la Ciudad Maravillosa.
Mojó con sus lágrimas las manos de los hombres y las besó en muchas oportunidades, en un infinito gesto de agradecimiento. Quería parar de llorar, hablar y decirles cuán agradecida estaba, pero su llanto no cesaba. Su padre la consolaba, con la mano libre le acariciaba el pelo mientras también derramaba algunas lágrimas. Alexandre le limpiaba las de ella con los nudillos de su mano libre y se sentía incómodo aferrado a la mano de Samuel Garnett, que sabía no lo estimaba en absoluto. Pero por Elizabeth estaba dispuesto a cualquier cosa, ya se había convertido en un asesino por ella, qué más daba el resto.
Tenía los párpados hinchados de todo lo que había llorado con ella, de todo lo que sentimentalmente se había expuesto; y seguía con lágrimas acumuladas, que en algún momento derramaría, ahora solo intentaba consolarla.
En la mansión todos estaban pegados al televisor, viendo las noticias y aguardando ansiosos la llegada de Elizabeth. En ese momento estaba uno de los policías hablando para las cámaras de Globo.
—…Esta vez hemos lacerado un tentáculo de esa podrida organización, sabemos que hay muchos más; pero no importa qué tan difícil sea la batalla, es de vital importancia que el gobierno, el Departamento de Justicia y el de Migración trabajen junto a nosotros, que seamos un equipo para poder detener a estos brutales criminales… Nada de esto pasaría si no existiera una demanda, pero lamentablemente la hay, y los delincuentes saben lo lucrativo que puede llegar a ser… Está en nuestras manos detenerlos, decir: «ya basta»… Esto no es algo que solo depende enteramente de las autoridades, sino de todos como ciudadanos. Cuando veamos alguna situación extraña, por mínima que sea, tenemos que denunciarla… Las niñas que rescatamos, que comprenden desde los seis a los doce años las mantuvieron en cautiverio en una casa común, en un barrio común de la ciudad… ¿Cómo es que los vecinos no perciben este tipo de situaciones anormales? O si lo ven, ¿por qué no hacer la denuncia?… No podemos cerrar los ojos solo porque no conocemos a las víctimas, sin saber que esto puede pasarle a cualquiera, puede ser tu hija, tu sobrina o tu hermana… Todas esas pequeñas inocentes habrían sido obligadas a trabajar como esclavas en un burdel en cualquier parte del mundo, obligadas a hacer cosas inhumanas, hasta consumir todo tipo de narcóticos, y si no lo hacen, si por lo menos pronuncian un débil: «no», serían asesinadas por incumplir las reglas de sus captores… Son nuestras niñas, «nuestras»… No permitamos que estas cosas sigan pasando…
El hombre seguía haciendo una denuncia abierta y al mismo tiempo pedía apoyo, cuando los Garnett escucharon el sonido del helicóptero acercarse y todos corrieron a la tercera planta para darle la bienvenida a Elizabeth.
Menos Reinhard, quien con pasos lentos pero seguros fue acompañado por su mujer al encuentro de su nieta.
Violet estaba en su habitación, jugando con Luana. La chica tenía poco de haber llegado en un taxi, porque también quería ver a Elizabeth, pero en ese momento sabía que era de más ayuda entreteniendo a la niña, para que siguiera sin enterarse de lo que había pasado su hermana mayor.
Elizabeth elevó la mirada al cielo, agradeciéndole a Dios que le brindara la oportunidad de ver nuevamente a su familia, con cuidado de no lastimarse los pies bajó del helicóptero, de la mano de su padre y siendo escoltada por Alexandre.
Su madre la esperaba con una manta, al tenerla cerca la extendió y la abrazó. Ambas rompieron en un llanto convulso, un llanto que llevó muchos minutos, en los cuales ella le repetía una y otra vez que estaba bien.
—Toda va a estar bien, mi pequeña, ya verás que pronto olvidarás todo esto. —Sollozaba Rachell, que daría lo que fuera por haber sido ella quien pasara por esa situación y no su hija.
—Lo sé, mami, lo sé —repetía, tratando de consolar a su madre.
Rachell sabía que así como ella, mediante un abrazo quería asegurarse de que su hija estaba bien, los demás también querían hacerlo, por lo que se la cedió a Reinhard.
—Avô, me alegra tanto verte. —Con él sabía que debía estar más calmada, mostrarse más tranquila para no angustiarlo.
—A mí también, princesa, sabía que volverías a casa, lo sabía —dijo con los ojos ahogados en lágrimas, las que inevitablemente se le derramaron, permitiéndose por primera vez demostrar delante de todos que había sufrido mucho con la situación, que contuvo muchas lágrimas y mucha angustia para que sus hijos no se mortificaran por él, y porque a pesar de todo, él seguía creyéndose el pilar de acero de esa familia, al que todos se aferraban cuando las cosas se complicaban.
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Editado: 18.12.2023