Después de seis duros meses entre visitas a psicólogos, algunos interrogatorios policiales y los extenuantes preparativos del matrimonio, la familia Garnett estaba nuevamente reunida, pero esta vez en Trancoso, una pequeña localidad en las costas del sur bahiano, donde predominaban los acantilados y playas de aguas cristalinas, que besaban la arena blanca.
También la familia Nascimento, excepto Marcelo, quien a pesar de haber limado a medias las asperezas con su hermano, no se había ganado el aprecio suficiente como para ser invitado.
Habían alquilado por dos semanas la posada do Outeiro, y llegaron cuatro días antes de la boda, para estar a tiempo con todos los preparativos y los ensayos. Alexandre y Elizabeth se habían vivido durante esos días la luna de miel por adelanto, pero en la víspera del enlace, prácticamente los obligaron a dormir en habitaciones separadas.
Los días posteriores serían de celebración. La boda sería sencilla, pero sin dudas el festejo sería a lo grande.
Ana, Hera, Helena y Luana despertaron a Elizabeth a las seis de la mañana para llevarla por dos horas al spa de la posada, donde ya las esperaban Rachell, Megan, Sophia y Thais.
Después del agradable rato de relajación volvieron a la habitación, donde ya se encontraba el vestido que Rachell le había diseñado; mientras Elizabeth se duchaba llegó la estilista y la maquilladora.
Después de casi tres horas de arreglo en esa habitación donde disfrutaba del verdor de la naturaleza, del canto de los pájaros y del oleaje del mar estuvo lista, con su vestido de encaje floral y trasparencia, de tiros finos y un escote en V, que le llegaba casi al ombligo.
El sencillo pero hermoso diseño en color champán dejaba al descubierto la perfecta y sedosa espalda de Elizabeth, se acampanaba desde los muslos, donde el encaje floral se mezclaba con el llamativo toque de malla, dando la impresión de ser una delicada red de pesca con diminutos brillantes, que barría el suelo.
El cabello se lo peinaron hacia un lado, con suaves ondas, y le hicieron un semi recogido con un tocado de pequeñas orquídeas blancas al lado derecho de la cabeza.
La maquilladora se esmeró en resaltar sus impactantes ojos grises azulados y los labios los dejó en un color bastante natural. Ella no podía evitar sentir que las emociones hacían remolinos en cada rincón de su ser, estaba muy nerviosa pero también se sentía extremadamente dichosa.
Sus damas de honor y madrina entraron vistiendo sus hermosos vestidos de telas ligeras en color azul turquesa, como el color de las aguas de las playas de Trancoso, todas lucían preciosas.
Ellas las acompañaron para la sesión de fotos que estaba pautada para esa mañana. Aprovecharon cada especio del magnífico lugar, en medio del verde intenso de los jardines tropicales y puentes de madera que atravesaban los enigmáticos ríos; también fueron llevadas hasta los acantilados para tener de fondo al océano inmenso y que el viento jugara con las telas de los vestidos.
Regresaron a la habitación en la posada donde se refrescaron con champán, les retocaron maquillaje y peinado. Cuando Samuel entró a la habitación, vistiendo un traje beige con camisa blanca y sin corbata, supieron que estaban a poco menos de una hora para el enlace.
Las chicas salieron para permitir la última conversación entre padre e hija antes del matrimonio.
Samuel se quedó sin aliento al verla, era muy parecida a la misma sensación que experimentó cuando vio vestida a Rachell de novia, pero esta tenía un toque de melancolía que no podía ignorar.
—Luces magnífica, de verdad que estás hermosa, mi amor —dijo con un gran nudo de lágrimas haciendo estragos en su garganta.
—Gracias, papi, tú también estás muy apuesto… Sin duda alguna eres el padre más atractivo y sexi que pueda existir.
—Solo tratas de elogiarme para que olvide que hoy voy a perderte definitivamente…
—Jamás me perderás, seguiré siendo tu niña, lo seré toda la vida.
—¿Estás segura de esto, cariño? Porque si no lo estás, justo detrás de esta habitación he mandado a aterrizar un helicóptero, podríamos escaparnos juntos —dijo tomándole las manos y mirándola a los ojos.
Elizabeth sonrió y negó con la cabeza, sin poder ocultar sus ojos brillantes por las lágrimas de felicidad.
—En serio quiero a Alex, lo amo, papá. —Apretó las manos de su padre—. Y sé que él también me quiere.
—Sí, lo sé —dijo él reteniendo las lágrimas, se había prometido no llorar, se había jurado ser fuerte y entregar a su hija de buenas maneras, no le quedaba de otra—. Muy a mi pesar, sé que te quiere y que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ti… Sé que también lo amas, porque has cometido más de una locura por él, y eso es el amor, es locura, es pasión, es arriesgarse, incluso si el mundo está en tu contra… Es vivir lo que sientes a costa de lo que sea, eso es amor.
Elizabeth asentía ante cada palabra de su padre y parpadeaba rápidamente para no llorar y terminar arruinándose el maquillaje.
—Solo quiero un matrimonio como el tuyo y el de mamá, quiero en algunos años formar una familia, tener hijos… ¿Qué importa si me hacen la vida más complicada y se convierten en mi mayor responsabilidad? O si tengo una parlanchina, como Violet, o un apasionado por los videojuegos, como Oscar… Igual voy a amarlos con todo mi ser.
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Editado: 18.12.2023