Más allá de la muerte

3

Sentía que volaba.

Sentía que flotaba pero no tenía control sobre eso. Estaba oscuro, no podía ver nada.

Sus ojos se sentían como si no pudieran ser abiertos, como si no hubiese dormido en mucho tiempo, y su cuerpo se sentía pesado, como si de hierro se tratase.

Pero aún así flotaba.

Y de repente cayó.

Se sentía libre, como cuando estás en un trampolín de niños, de esos que tienen mayas y puedes brincar muy alto porque no te caerás.

Y entonces estaba de pie. De pie frente a una iglesia.

Comenzó a caminar y se acercó a la entrada, era un funeral.

En medio del lugar había un ataúd blanco. Tragó saliva, tomó coraje y entró. Miró a su alrededor; no conocía a nadie. Siguió caminando y nadie la notó, ¿es que no podían verla?

Se acercó al ataúd y miró al hombre que descansaba allí. Quería dejar de caminar, quería salir de ahí, pero no podía, sentía que no controlaba sus acciones.

No lo conocía. Era un hombre bastante mayor, tal vez unos cincuenta años.

Se preguntó que hacía ahí.

Se dio la vuelta; todos la miraban. Entonces toda la incertidumbre que sentía se fue y se convirtió en miedo.

—Y-yo...

—Él fue feliz, tuvo una vida larga, llena de felicidad.

Miró hacia atrás y se encontró con una mujer bastante mayor también, tal vez la viuda.

Volvió a mirar hacia adelante, había una mujer que la miraba entre la multitud de personas que miraban a la que ella suponía era la viuda. Abrió mucho los ojos, completamente aterrada.

—¿Tú puedes verme?

Ella no controlaba lo que decía, no pudo evitar preguntarlo.

La mujer le hizo señas y ella enseguida entendió que quería que hablaran afuera.

Corrió hacía afuera de la Iglesia, y nuevamente no podía controlar sus acciones.

—Dime, dime por qué estoy aquí. Dime quién eres, dime quién soy.

—Calma, calma. Vamos despacio, ¿quieres? —su voz era calmada, como si estuviera aburrida, como si estuviese en horario de trabajo.

—¿Por qué estoy aquí?

—Por mí. —sonrió dulcemente. 

—¿Por ti?

—Viniste por mí.

—Y, ¿quién eres tú? ¿Eres Dios?

La mujer soltó una carcajada ante la expresión de la joven. —No, Melissa, no soy Dios. Explicarte quién soy sería bastante complicado y confuso, así que solo digamos que soy "tu guía" mientras estés aquí. Puedes llamarme Ben.

—"Aquí", ¿dónde es "aquí"? ¿estamos en el cielo?

—Si así es como quieres llamarle, está bien.

—No lo entiendo, ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué tú puedes verme? ¿tú estás muerta? —se sorprendió en cuanto las palabras salieron de su boca—. Santo cielo. —Miró sus manos, eran sólidas; miró sus pies, eran firmes; tocó su cara, la misma de siempre—. Yo estoy muerta.

Ben negó con la cabeza.

—¿No lo estoy?

—Sí, no, es algo muy subjetivo.

—¿Tú también lo estás?

—No, Melissa, no estoy muerta y tampoco moriré en un futuro.

—¿Entonces qué eres?

—Demasiadas preguntas por hoy, hora de irnos. — Chasqueó los dedos y Melissa sintió cómo todo se volvió oscuro y luego tomó color.

Le tomó menos de dos segundos darse cuenta de dónde estaban: su casa.

 



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En el texto hay: suicidio, cielo, vida eterna

Editado: 25.11.2019

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