Más allá del dolor

CAPITULO 2

El invierno había llegado por completo a la ciudad. Las calles, cubiertas de nieve, reflejaban el estado interior de Julia: silenciosas, desoladas, pero llenas de una extraña calma. Habían pasado semanas desde que Lucas se fue y, aunque al principio su ausencia dejó un vacío aplastante, ahora sentía una ligera paz, como si comenzara a reconstruirse entre las ruinas de lo que había sido su vida.

Los primeros días fueron los más duros. Las palabras de Lucas resonaban en su mente como un eco constante: "No eres suficiente", "Nunca lograrás nada". Pero, poco a poco, Julia empezó a desafiar esas frases, recordándose que su vida no se reducía al caos que él había traído. Se aferró a los pequeños placeres que había dejado de lado durante tanto tiempo: una taza de té caliente al amanecer, un buen libro, la música suave que hacía tanto no se permitía disfrutar.

Fue en una de esas tardes frías cuando decidió salir de su encierro. Había pasado demasiado tiempo aislada y sentía que, si no salía a respirar aire fresco, acabaría ahogándose en sus propios pensamientos. Sin pensarlo demasiado, se puso su abrigo más grueso y salió a caminar por el parque cercano. La nieve crujía bajo sus pies y el aire gélido le mordía las mejillas, pero esa sensación, en lugar de molestarla, le resultaba liberadora. Con cada paso, sentía que dejaba atrás un pedazo del dolor que había cargado durante tanto tiempo.

Caminó sin rumbo fijo, inmersa en sus pensamientos, hasta que llegó a una pequeña cafetería al final del parque. No solía frecuentar ese lugar, pero algo en el cálido resplandor de las luces la invitó a entrar. El interior era acogedor, con paredes de ladrillo expuesto y mesas de madera desgastada que le daban un aire nostálgico. Julia se quitó los guantes, frotándose las manos para entrar en calor, y se acercó al mostrador.

—Un café con leche, por favor —pidió al barista, sin prestar demasiada atención a su alrededor.

Se sentó cerca de la ventana, observando cómo los copos de nieve caían lentamente al otro lado del cristal. El aroma del café llenaba el aire, y por primera vez en mucho tiempo, Julia sintió una tranquilidad inesperada. No necesitaba hablar ni preocuparse por nada. Solo estaba ella, su café y el invierno afuera.

—Perdona, ¿te importa si me siento aquí? —una voz masculina la sacó de su ensimismamiento.

Julia alzó la vista, algo sorprendida. Frente a ella había un hombre que no supo cómo describir de inmediato. Era alto, con el cabello oscuro y algo revuelto, como si hubiera pasado horas caminando bajo la nieve. Llevaba una bufanda gris alrededor del cuello, y sus ojos, de un tono gris plateado, contrastaban con el entorno cálido del café.

—Oh, claro, no hay problema —respondió Julia, algo incómoda, señalando la silla frente a ella.

El hombre sonrió y se sentó, sacándose los guantes y colocando un cuaderno sobre la mesa. No parecía tener prisa, y aunque no dijo nada más, su presencia era curiosamente relajante. No parecía esperar nada de ella, y eso, para Julia, era un alivio.

Volvió a concentrarse en su café, pero no podía evitar lanzarle miradas furtivas. El desconocido parecía absorto en su cuaderno, escribiendo con una caligrafía rápida y algo desordenada. Había algo intrigante en él, algo que despertaba la curiosidad de Julia sobre qué lo habría llevado a esa cafetería en una tarde tan fría.

Finalmente, después de unos minutos, él rompió el silencio.

—Lo siento si interrumpo tu espacio —dijo sin levantar la vista del cuaderno—. Es solo que todas las otras mesas estaban ocupadas.

Julia miró alrededor y notó que la cafetería estaba prácticamente vacía, salvo por una pareja en la esquina. No pudo evitar sonreír ante su torpe excusa.

—No te preocupes. Está bien —respondió ella con un tono más suave del que esperaba—. Además, pareces bastante concentrado. ¿Qué escribes?

El hombre alzó la vista por primera vez desde que se había sentado, y Julia notó un brillo de sorpresa en sus ojos. Parecía que no estaba acostumbrado a que alguien le preguntara.

—Ideas sueltas —respondió, encogiéndose de hombros—. Pensamientos que vienen y van. A veces intento convertirlos en algo coherente, pero no siempre lo consigo.

—¿Eres escritor? —preguntó Julia, más interesada de lo que le habría gustado admitir.

—No exactamente. Lo intento. Me dedico a otras cosas, pero la escritura… bueno, digamos que es algo que me ayuda a ordenar el caos.

Julia asintió, comprendiendo perfectamente a qué se refería. Ella misma había usado la escritura como un escape, aunque hacía años que no lo hacía.

—Entiendo —dijo, esbozando una leve sonrisa—. Creo que todos necesitamos algo así. Algo que nos mantenga a flote.

El hombre la miró con atención, como si evaluara cada palabra que decía, pero no de una manera incómoda. Parecía realmente interesado en lo que ella pensaba.

—¿Y tú? —preguntó, cambiando de tema—. ¿Qué te trae aquí, a esta cafetería, en medio de una tormenta de nieve?

La pregunta tomó a Julia por sorpresa. No estaba acostumbrada a que alguien se interesara por ella y, por un momento, no supo qué responder. Pero algo en la mirada del hombre la hizo sentir que no necesitaba ocultar nada.

—Solo necesitaba salir de casa. Dejar que el aire frío despejara mi mente. A veces, el silencio se vuelve demasiado… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada— denso.

Él asintió, como si comprendiera exactamente lo que ella sentía.

—Soy Daniel, por cierto —dijo con una sonrisa que suavizó sus rasgos.

—Julia —respondió ella, sintiendo un calor inesperado en el pecho al decir su nombre. Como si, al presentarse, diera un pequeño paso hacia algo nuevo.

No hablaron mucho más. Compartieron comentarios ligeros sobre el clima, la ciudad y los libros que leía y escribía Daniel. Pero había algo en esa interacción que hacía sentir a Julia bien. No era una conversación cargada de expectativas ni intenciones ocultas. Era simple y natural, algo que no había experimentado en mucho tiempo.



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En el texto hay: nuevo amor, sanar, hombre abusivo

Editado: 16.09.2024

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