—Buenas días, señora Eleonore —saludó un joven entrando al comedor para luego dirigirse hacia Brigiela, dándole un beso tanto a ella como a la pequeña.
—AH, mi queridísimo yerno. Me extrañaba que hubieras dejado a Brigiela sola por más de cinco minutos —dijo pícaramente provocando el sonrojo de ambos chicos y la risa tanto en ella como en la bebé que reía encantada por ver a su abuela y a sus papás de esa manera tan chistosa.
—De hecho, vengo a secuestrarlas si no le importa —dijo Felipe sonriendo mientras abrazaba a sus dos mujercitas provocando que se levantaran.
—Creo que tú eres el único ser en la tierra pide permiso para un secuestro —señaló todavía riéndose Eleonore.
—Que de eso no le quepa duda —concedió guiñando un ojo juguetonamente para después besar como Dios manda a su mujer.
Eleonore se sentó con tranquilidad en la mesa y bebió del té que había estado tomando hasta hace unos momentos, notando que este ya estaba frío, pero no le dio mayor relevancia.
» Por cierto, señora Eleonore. Hay un hombre en la puerta que pide verla —recordó Felipe mientras salía por el patio junto con Brigiela.
—Dile que pase, con tal y no sea un vendedor —dijo distraídamente Leo leyendo un libro.
—No se preocupe, al parecer trae un paquete para usted. Le voy a decir que pase —desestimó el chico yendo un momento a la puerta de entrada para después regresar y tomar a su mujer para encaminarse a través del patio lleno de flores y árboles hacia su propia casa.
En la radio estaban pasando una hermosa canción que sin poder evitarlo la envolvió en un manto de melancolía. Era una canción sobre el amor y la historia de dos jóvenes que no sabían bien como expresar sus sentimientos, pero a pesar de ello no se disminuían sus ganas por conocer el mundo que representaba el otro. Parecía un mal chiste que sonara justamente en ese día…
Escuchó un ruido a sus espaldas y supuso que sería el repartidor que había mencionado Felipe.
—Dígame, ¿en qué le puedo ayudar? —pronunció Eleonore levantándose y girándose para ver al hombre.
—Ya tu hiciste la mayoría del trabajo. Encontraste la casa, la adornaste y la llenaste de flores por todos lados.
» La hiciste un lugar cálido donde vivir y tiene tantas ventanas que parece que el sol esté aquí adentro, cosa que es cierta pues siempre has sido capaz de iluminar cualquier habitación donde te encuentres… mi pequeño león.
Frente de sí estaba—. Haide —musitó temblando pálida Eleonore sintiendo que en cualquier momento se iba a desmayar, o peor aún, despertar.
—Eleonore, mi amor —dijo Haide tan apuesto como hace 35 años solo que con un mayor aire de madurez, endurecido por el paso del tiempo, pero por la manera en que esos… ojos estaban brillando, casi podía jurar que estaba viendo al mismo chico que le hizo conocer la piccola morte—. Tardé demasiado tiempo y sentí morir ante cada segundo que se convertía en mes, y que nada quedaba cuando se hacían años, pero…. No podría haber olvidado que te prometí que, aunque me costara la vida, te traería rosas de la luna —pronunció sonriendo mientras se acercaba lentamente a su Leo, extendiendo un ramo de hermosas flores.
Eleonore lo tomó temblando mientras lágrimas corrían por sus mejillas y una temblorosa sonrisa luchaba por abrirse paso— Son blancas —dijo riendo mientras abrazaba las rosas y subía la mirada para ver al gigante.
—Lamentablemente sí, perdieron el color en cuanto las corte, pero con tu luz estoy seguro de que, a pesar de ello, jamás morirán —replicó con una mirada de infinita ternura mientras, titubeante, acariciaba una de las mejillas de Eleonore, la cual simplemente resopló asustada en cuanto sintió su tacto y se echó para atrás por reflejo—. Mi pequeño león, no soy ningún fantasma…
Afirmó Haide sintiendo como su corazón latía desesperadamente y sus ojos comenzaban a humedecer, fue entonces cuando de repente Eleonore se refugió en su pecho y comenzó a llorar con mucha fuerza.
— ¡Haide! ¡Haide! —sollozaba riendo Eleonore sin terminar de creérselo, pero su llanto aumento cuando sintió como el hombre la rodeaba con sus brazos y ese calor tan conocido la volvía a envolver. Haide ocultó su cara en el cuello de Leo mientras también soltaba gruesas lágrimas, pero todo por lo que había pasado no era para menos. Sin embargo… finalmente había llegado a casa.