Máscaras

La historia de un amuleto

Nathaniel abrió suavemente los ojos una vez más, para encontrarse cara a cara con la princesa Eva, quien lo miraba angustiada. No estaba en su alcoba, ni siquiera estaba en el palacio, no recordaba haberse movido. ¿O acaso si lo había hecho?

—Nathaniel, ¿qué estás haciendo aquí? —interrogó preocupada—. Está empapado.

—¿Estás… preocupada? —preguntó confundido.

—No, no es eso —respondió nerviosa—. Y no me cambies el tema.

—¿Dónde estamos? —Miró entonces a su alrededor aún más confundido que antes.

—Casi has llegado a los linderos del palacio —explicó preocupada—. ¿Qué está haciendo aquí? Ya casi anochece, te buscamos desde esta mañana. Tus padres están aterrados.

Apenas logró ponerse de pie, antes de que Eva tuviese que sujetarlo, para que no cayera al suelo de nuevo.

—Nathaniel. ¿Qué tienes? 

—Me mareé —respondió en un susurro—. Quizás me levanté demasiado deprisa. Princesita, me duele la cabeza, por favor, no grites y vamos despacio.

—Está bien.

Sin soltarse de la mano de Eva y caminando con mucha calma, lograron llegar al palacio. Cuando Abraham los vio corrió a recibirlos, pero bajó la voz de inmediato al darse cuenta de que el príncipe cubría sus oídos y que la máscara tomaba una clara expresión de intenso dolor.

—¿Está bien, majestad? —preguntó Abraham preocupado.

—No creo que esté bien, necesita un médico —respondió Eva con firmeza.

—Estoy bien —reprochó Nathaniel—. Solo quiero acostarme.

—Difícilmente puedes mantenerte de pie, no estás bien —recriminó Eva furiosa.

—Por favor, mi princesa, no grites —suplicó con una mueca.

—Lo lamento —dijo bajando la voz enseguida.

—Será mejor llevarlo a su habitación —dijo Abraham cruzando el brazo de Nathaniel sobre sus hombros—. Yo me encargo, princesa. ¿Podría usted decirles a los reyes que el príncipe está bien?

—Iré enseguida —respondió con rapidez.

—Están en la sala de guerra.

Abraham llevó a Nathaniel a la habitación y después de lograr que se cambiara la ropa mojada, lo dejó acostado en la cama. Fue de inmediato por un médico, pues era imposible no darse cuenta de que el príncipe tenía una fiebre alta, que no tardaría en hacerlo delirar. Mientras regresaban, fueron interceptados por la reina, quien subió con ellos. Al llegar, los tres se llevaron una gran sorpresa al ver al príncipe fuera de la cama perfectamente sano. 

La fiebre y el cansancio habían desaparecido e incluso el dolor de cabeza se esfumó sin dejar rastro. El visir no sabía qué decir, sin duda la princesa Eva y varios guardias dirían que Nathaniel llegó enfermo, pero ¿Cómo explicarlo entonces? El médico se retiró en silencio y la reina se sentó en el diván junto al príncipe.

 —Mi amor, ¿cómo te sientes? —interrogó cariñosa.

—Mucho mejor —respondió Nathaniel avergonzado—. Lamento haberlos asustado, no sé qué sucedió, madre. Te doy mi palabra de que esta no fue mi intención.

—Pero, mi príncipe —interrumpió con paciencia—. ¿Estás seguro de estar bien?

—Sí, madre, perfectamente —aseguró con una sonrisa—. No tienes nada de que preocuparte, lo prometo.

—¿A dónde habías ido? —interrogó preocupada.

—No lo sé —reconoció el príncipe y la máscara se llenó de confusión—. Ni siquiera recuerdo haber salido de la cama, quizás caminé en sueños.

—¿Recuerdas lo que soñaste? —preguntó esperanzada.

—Muy vagamente, lo lamento.

—Me basta con saber que estás a salvo —dijo dándole un fuerte abrazo—. Pensamos que sucedió lo de cada año, incluso con los refuerzos de la guardia.

Al soltarlo, la reina notó que la expresión del príncipe se tornaba melancólica y la máscara tomaba un azul claro y los arabescos tonos grisáceos.

 —De verdad admiro lo que hacen —dijo Nathaniel con la voz ahogada—, pero no estoy seguro de que sirva de algo, madre.

—Ya verás que si —dijo sujetándolo por el mentón para levantar su cabeza—. Por favor, mandaré que te traigan algo de comer, cena y quédate en la cama.

—Pero…

—Hazlo como un favor para mí, Nathaniel —interrumpió con insistencia.

—Sí, madre.

—Abraham —dijo la reina mientras se levantaba—. Será mejor que le digas a Eva que todo está bien, la noté algo preocupada.

—De inmediato, señoría.

Cuando la reina dejó la alcoba, el visir se volvió a mirar al príncipe con una expresión tan seria que lo hizo sentir miedo.

—Más vale que no se duerma —amenazó—. Regresaré pronto. Tenemos que hablar.

Nathaniel lo vio salir y soltó el aliento. Estaba aliviado, pero no podía dejar de pensar en ese sueño. Miró el libro de historias que la princesa Eva le dio y las palabras de Aldenys regresaron a su mente como un eco. Hojeo deprisa hasta dar con la historia del espejo mágico y se sorprendió al ver lo corta que era. Se subió a la cama y mientras esperaba a Abraham comenzó a leerla.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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