Máscaras

El brazalete de Eva

Despertó pasada la hora del desayuno, pero como la conmemoración comenzaba esa misma mañana, pensó que de seguro nadie desayunaría en el comedor. Salió de la cama aturdido, se dio una larga ducha, se vistió y bajó a buscar al visir. Llegando a su despacho, se quedó bastante sorprendido al escuchar una voz familiar, pero que no era común en palacio. Al poner atención a sus palabras, entró de golpe al despacho, pues estaba seguro de que si tocaba le esconderían algo. Llevaba una expresión molesta por lo poco que alcanzó a escuchar.

 —¿Qué es lo que quieres contarme sobre una maldición? Damián —interrogó haciéndolos dar un brinco.

—Su señoría no, por favor —suplicó Abraham preocupado—. Esto se está saliendo de control. Prometió dejar el asunto hasta después de la conmemoración.

—Tú dijiste que podía confiar en ti, Abraham —reprochó disgustado.

—Ya lo sé, pero, ¿por qué no esperar hasta que la conmemoración pase para que Damián le cuente sus locas ideas? —interrogó con desgano.

—La verdad, no pareces convencido de que sean locuras, Abraham —dijo Nathaniel cruzándose de brazos.

—Podrían tener algo de cierto —reconoció el visir—, pero este no es el momento.

—¿De qué se trata? —insistió Nathaniel disgustado.

—Él dice que la princesa Eva tiene…

—Ella tiene la blasfemia del espejo, majestad —interrumpió Damián con rapidez

—Le dije que era una locura —dijo con desgano.

—No son locuras, Abraham —reprochó Damián con disgusto—. Deja de tratarme como un viejo enfermo, sé bien lo que digo.

—Explícate, Damián —pidió Nathaniel confundido—. Porque la verdad no estoy seguro de comprender.

—Cuando usted fue a la biblioteca con esa jovencita, me di cuenta de que estaba usando un brazalete muy especial —dijo con firmeza, haciendo énfasis en las últimas dos palabras—. Lo he visto en uno de los libros más peligrosos de la biblioteca. No recordaba con claridad que mal ocultaban con esa prenda, así que decidí investigar de nuevo. En la biblioteca hay cuatro grandes libros que hablan sobre los cuatro reinos vecinos, sus ejércitos, sus extensiones, sus montañas, en fin, absolutamente todo está allí. En esos libros también habla de los objetos mágicos que esos reinos pueden utilizar en nuestra contra y ese brazalete es uno de ellos.

—Bien, casi comprendo, pero ¿qué tiene que ver la princesa Eva en todo esto? —interrogó Nathaniel desconcertado.

—La verdad, yo no entiendo nada, majestad —comentó Abraham con un deje de fastidio.

—Ese brazalete, fue encargado a una bruja, por uno de los reyes vecinos antes de que su reino fuese destruido —contestó Damián preocupado—. Lo pidió para usarlo en la reina Aurora.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Nathaniel sorprendido y un pensamiento cruzó entonces su mente—. He leído eso, pero pensé que era una historia ridícula. Que la inventaron para que ella se atemorizara. El libro decía que el brazalete era para oscurecer, su resplandor —dijo haciendo una pausa—. Por todos los cielos, creí que hablaban de su inteligencia.

—¿Y de qué más van a hablar? Su señoría —interrogó Abraham aún confundido—. La inteligencia de nuestra reina era absolutamente incalculable.

—Por eso, no consideré que ese brazalete realmente pudiese existir —comentó Nathaniel ignorando las palabras de Abraham.

—Pues existe y esa jovencita lo está utilizando —replicó Damián con firmeza— ¿Por qué otra razón lo emplearía si no para esconder la imprecación que carga sobre sus hombros? Las personas que cargan con ese maleficio, saben que pueden usarlo para conseguir lo que deseen. Basta con que se quite el brazalete y este reino podría ser destruido sin oponer resistencia.

—Eso no es posible, Damián —aseguró Nathaniel con rapidez—. Pueden intentarlo si quieren, pero bajo la máscara nosotros cargamos el mismo maleficio. Su poder no hará efecto sobre nosotros.

—Espere, majestad —interrumpió Damián dando un salto—. ¿Está diciendo que la reina tenía la blasfemia del espejo?

—Así es —respondió Nathaniel preocupado—. Contrario a lo que se ha pensado todo este tiempo, ella no solo era brillante, poseía una belleza incalculable. Cuando hablaban de oscurecer su resplandor se referían a ocultar su hermosura para no ser hechizados por ella, pero hasta ahora es que lo comprendo.

—Puede que la familia real sea inmune mi señor, pero ¿Qué hay del resto del reino? —interrogó Damián preocupado—. Ellos sí podrían ser hechizados y ponerse contra ustedes. ¿No es así?

—Por todos los cielos —exclamó Abraham alarmado—. Debemos poner a su padre en alerta de guerra.

—No te precipites —pidió Nathaniel tomándose un momento—. Algo no está bien. ¿Por qué esperar tanto? La princesa Eva ha pasado más tiempo con las personas del pueblo que aquí en palacio, no tiene sentido.

—¿Cómo sabemos que no lo ha hecho ya? —interrogó Abraham dando zancadas por el despacho—. Su majestad debemos hacer algo.

—No lo sé, Abraham —dijo Nathaniel confundido—. Podríamos estar equivocados.

—La conmemoración inicia hoy —interrumpió preocupado Damián—. Si ella quisiese atacar el reino, este sería el mejor momento. Quizás ese era el interés que tenía en la familia real.



#22023 en Fantasía
#4742 en Magia

En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.