Creo que no he sido del todo inclusiva en esto.
No solo se ha tratado de mi relación con Matías o de mi batalla con su forma de pensar. Es injusto ahora que lo pienso, solo describir lo que experimentábamos él y yo sin darle mérito a otras personas que giraban en el mundo de Matías.
Exactamente, me refiero a la mamá.
En la primera etapa de mis experiencias con este pequeño jamás intercambié palabras con su madre. Pocas veces llegué a verla, pues ella se despedía de él en la puerta de la escuela y yo esperaba a los niños dentro del salón de clase y cuando me daba cuenta, solo la veía irse con Matías entrando de mala gana.
Aunque no suelo juzgar a las personas constantemente pienso en el gran peso de los padres cuando se dan cuenta de que su hijo no sigue el patrón común de la mayoría de los niños y suponía que la madre de este pequeño deseaba quitarse ese peso de encima cuanto antes. No era fácil tratar con Matías, ¿cómo lo lograba la mamá? Los prejuicios me decían simplemente que no lo hacía, lo más probable es que ni siquiera lo intentaba.
Les aseguro que nunca me había equivocado tanto en mi vida.
La madre de Matías era muy diferente a él. No me refiero únicamente por el lado del autismo, sino por la apariencia física. Mientras que Matías era de una piel clara casi pálida, su madre era morena. Matías tenía el cabello liso con un mechón de cabello rebelde en la coronilla, su madre era de cabello ondulado. Más o menos alta, con una voz gruesa muy leve y anteojos cuadrados, la madre de Matías es la mujer más comprensiva del planeta con la que una vez te podrías topar.
No he intercambiado con ella más que un par de frases y he de admitir que parte de lo que he sabido de su persona es por lo que la maestra me ha comentado y por la entrevista que se le ha hecho.
Además de otra cuestión de la cual espero hablarles pronto.
La primera vez que la vi, fue cuando estaba despidiéndose de él.
—¡Adiós, ya me voy, ya me voy, adiós! —parecía que estaba queriendo alejarse lo más rápido posible, como si no viera el momento de salir corriendo y librarse de su carga. Sin embargo, aquella impresión desapareció cuando Matías volteó a verla y soltó una única frase.
—¡Beso, beso! —alzó sus brazos regordetes y se aferró a ella para acercar su carita a la suya y plantarle un enorme beso en cada una de sus mejillas.
Caí en cuenta de que así era como se despedían siempre, pues era su manera de captar la atención de su hijo antes de irse. Ellos no podían alejarse el uno del otro sin darse un solo beso. Todos los días.
La siguiente vez que la vi, fue un día que llegué casi al mismo tiempo que ellos.
Había un camino que me llevaba directo al preescolar, pues el colegio se encontraba demasiado cerca de donde me quedaba. No recuerdo qué fue lo que me atrasó o si ellos fueron quienes llegaron temprano, el caso es que me los encontré justo en el momento en que ambos bajaban de su auto.
—¡Ay, no! —oí que Matías resongaba. No alcanzaba a escuchar lo que ella le decía pero lo siguiente que ví, fue a Matías bajar con mala cara del coche.
Cruzando ambos la calle, él se soltó de su mano tan sorpresivamente que ambas corrimos detrás para alcanzarlo, pero nos quedamos tranquilas cuando vimos que fue corriendo para asomarse a una entrada abierta que había a un lado del edificio. Al parecer, él se había dado cuenta de mi llegada pues volteó a verme y me sonrió, su madre se había acercado y cuando por fin le sujetó la mano me dijo:
—Siempre que llegamos se va por ahí, no sé por qué —por su tono de voz parecía levemente avergonzada, como si estuviera acostumbrada a dar explicaciones sobre cualquier conducta de su hijo. Tal vez solo era impresión mía.
Yo no supe qué decirle, creía recordar algún ruido los días anteriores pues era un área de construcción y Matías había reaccionado a él de manera curiosa. No recuerdo si se lo comenté, pero no tuve oportunidad de decir algo más porque nos fuimos acercando a la entrada.
Deseaba decirle algo pero no creía prudente cualquier cosa que le pudiera compartir con respecto al comportamiento y al estado del niño y menos si ella me consideraba solo la maestra auxiliar; así que cualquier comentario o pensamiento que quise externar decidí guardarlo para mí, además, ¿qué podría decirle? "Disculpe, admiro mucho su empeño por traer a su hijo a la escuela. Ha de ser difícil..."
Aún ahora, cuando todavía me arrepiento de no haber podido hablar más que unas simples frases, sé que aquellas palabras eran totalmente innecesarias y poco educadas. Ojalá todos pudiéramos refrenar nuestra lengua para estos casos especiales.
Podría decir más de la madre de Matías, por ejemplo, felicitarla porque siempre estaba al pendiente de que su hijo cumpliera con todo, incluso si él no había hecho ningún trabajo en realidad, (curiosamente todas sus tareas estaban hechas con pulcritud y en orden, cosa que nos parecía sospechoso tanto a la maestra como a mí). O que se esforzaba en medida de lo posible para que él se comiera todo lo saludable (si a Matías no le gustaba nada, hacía arcadas de asco. Era muy claro en ese aspecto).
Sin embargo, lo que más quiero destacar es lo mucho que agradezco a Dios por elegirla a ella para tener a su cuidado a un niño tan especial; pues jamás he visto a una madre preocuparse tanto por la felicidad de su hijo de forma tan altruista, sin importar el costo.
Sin conocerla, la he valorado mucho, ya sea por las fuerzas que saca cada día para enfrentar a una rutina que no todos estaríamos dispuestos a llevar, o por ser tan valiente como cualquiera de los padres que deciden apoyar a cada niño con transtorno del espectro autista y aún así demostrarle cuánto lo aman.
O simplemente, por una frase que llegué a ver como respuesta a la entrevista que le hicieron y que nunca se me ha de olvidar:
¿Qué es lo que espera de este colegio y de la maestra en general?
Comprensión. Yo solo quiero, comprensión.