Bajo las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible.
No lo veo en la sala ni en el comedor. Mi último destino es la cocina.
Al entrar en ella lo veo sentado con dos platos en frente, colocados perfectamente sobre la mesa.
— Noah, que bueno que si bajaste a tiempo. No quería verme obligado a ir a buscarte otra vez. Toma asiento, como en los viejos tiempos ¿recuerdas?
— Como olvidarlo.
Tomo lugar en la silla que está frente a él. Caleb toma los cubiertos y comienza a comer la ensalada d e verduras que se encuentra en su plato.
Me dedico a observarlo. Es increíble como terminaron cambiando las cosas con el tiempo.
— ¿Por qué no comes?
— No tengo hambre. Gracias.
— ¿Por qué? — porque ahora tu simple presencia me amarga la vida — que yo recuerde nunca te he dicho que necesitas dejar de comer para ser perfecta.
— No saquemos ese tema. Eso ya es pasado.
—Lo se.
— Recuerda que habíamos acordado que nunca hablaríamos de eso. Que recapacitamos y prometimos hacer como si no hubiera pasado.
— También lo se. Pero ¿sabes? Me es imposible no pensarlo. Y se que también lo has hecho.
Diablos. Aunque por más que quiera evitarlo no puedo. Todas las noches me quedo pensando en el "¿Que hubiera pasado?"
— ¿No lo extrañas? La relación que teníamos antes.
— ¿Antes de qué? ¿De que mi madre falleciera? O ¿De la relación que manteníamos después del incendio? Antes de llegar al punto en el que estamos ahorita.
— De la relación que manteníamos después del incendio. Después de que gane tu custodia, que no la tuve muy fácil a decir verdad. Después de que saliste del hospital. Después de que lloramos juntos por la misma persona.
Me quedo callada con los ojos fijos en él.
— Y no me vas a dejar mentir. Ambos pusimos empeño en esto.
— Yo no quería eso.
Me levanto de la mesa y salgo del penthouse directo al elevador. Presiono el botón del último piso y llego a la terraza.
Esta oscuro. Sin embargo las luces de la ciudad y de los alrededores crean una tenue visión.
Camino hacia el borde del edificio. Arrastro una silla, tomo asiento y saco un cigarro.
Durante todo este tiempo desde que ocurrió lo del incendio esa es mi forma de aminorar mi ansiedad, aunque sepa que daño me estoy haciendo en mi cuerpo. Es mi método de consuelo.
Se escucha el sonido del elevador llegando a este piso.
No quiero ni voltearlo a ver.
— Noah.
— ¿Y si te largas?
— No.
— ¿Por qué no? Por más que insistas ya nada va a pasar. Me heriste.
— ¿Y no te has preguntado acaso como me sentí yo con todo esto?
— No. Todo fue por tu culpa. Si no hubiera sido porque me convenciste nada de esto estuviera pasando. Yo estoy bien así.
— Ambos sabemos que ninguno de los dos está bien.
— Habla por ti, yo ya lo supere. Tu eres el que se sigue comportando como un adolescente aferrado a algo que cree que es suyo.
— Antes lo eras.
— ¡Exacto! "Era"... en tiempo pasado. Muchas cosas pasaron y cambiaron.
— Perdón. Pero no puedo soportar ver la manera en la que te estás desenvolviendo aquí en la ciudad. Sabes que en Minnesota no tenia problema.
— Nunca tuviste problemas porque el clima no me permitía dejar al exterior todo lo que me hacías.
— Y me molesta que se que tienes más amigos, que tienes a mas gente. Y lo peor es que son hombres.
— Supéralo ya.
— No hasta que hablemos de cómo nos sentimos — hace una pausa — ya estás por cumplir los 18.
— No soy legal.
— No aquí, pero en otros países si.
— ¿Y qué pretendes?
Doy una calada a mi cigarro. En todo este tiempo lo unique que he hecho es observar la playa y el Golden Gate.
— ¿Cómo te sientes? — digo finalmente después de una mirada muy insistente por su parte. Esa es la manera en la que él siempre conseguía lo que quería de mi.
— Mal. Siendo sinceros me he sentido mal ¿y tu?
— Cuando dejamos de entablar conversaciones, me sentí deprimida por un tiempo. Eran demasiadas cosas — hago una pequeña pausa — sin embargo, estoy bien. Estoy en la cúspide. Después de tres años finalmente me siento bien.
— ¿Has pensado en el "nosotros"?
— Todas las malditas noches.
— Me arrepiento, ¿sabes?
— Lo se.
— No me gustaron como quedaron las cosas.
— Por tu parte dijiste cosas que nunca debiste decir. En tanto yo; vaya, yo nunca me queje. Solo me negaba hasta que me hiciste caer.
Veo cómo en su rostro va formándose una sonrisa maliciosa. Algo está mal con él.
— Dijiste que serías mío — sigo — creí que entre nosotros no iban a existir las mentiras, me lo habías prometido... y mira nada más, fuiste el primero en hacerlo. Te dejé entrar; estaba cansada, estaba devastada, buscando razones por las cuales seguir. Creí que si te dejaba, te convertirías en una de esas razones para quedarme. Y así fue... por un tiempo así fue.
«Pero mira nada más... me heriste como nadie lo había hecho. Así que ahora estamos aquí, sentados en el borde de un edificio, con un cigarro entre las manos, diciéndote todo lo que me calle todo este tiempo».
Editado: 28.10.2020