Lo primero que sentí cuando vi por primera vez a Suhail fue decepción. Durante meses imaginé que quien se mudaría a la casa de al lado sería un niño. Por eso, cuando vi a una niña, me negué a ser su amigo. Entiéndanme, en ese entonces yo no quería saber de niñas. Apenas tenía siete años.
—¡Max, ven a conocer a Suhail! —me llamó mi mamá. Ella fue la primera en salir a saludar a los nuevos vecinos—. ¡Max! —insistió dos veces más, por lo que me vi obligado a acercarme.
La familia de Suhail era una familia de tres personas, al igual que la nuestra; eso emocionó a mamá, que, en cuanto pudo, empezó a destacar todas las similitudes entre ellos y nosotros.
—Mi hijo tiene siete años. ¿Qué edad tiene esta belleza? —preguntó, mirando a la horrible niña.
—Suhail también tiene siete —dijo con orgullo su mamá. Mientras, la niña sonreía tontamente.
—Suhail, ¡qué lindo nombre! —cuchicheó mi madre mirándola como si esta fuese adorable.Pero no, era horrible. Aunque todo empeoró cuando me obligó a acercarme a ella, a Suhail.
—Suhail, él es Max —intentó presentarnos. Yo mantuve los brazos cruzados—. También tiene siete y estoy segura de que quiere ser tu amigo.
Suhail, a quien a partir de ese momento empecé a llamar «el enemigo», tenía cabello pelirrojo y una cara redonda llena de pecas, me miró como si le cayera bien; pero yo sabía que era niña, y las niñas solo dan problemas.
—Anda, Max, dale la mano a Suhail —me animó mi mamá, pero yo me negué.
Eso pareció sorprender al enemigo.