El ambiente en el colegio mejoró con el tiempo. Creo que tuvo que ver con que Max golpeara a quien me molestaba, pese a que no sé por qué lo hacía. Es decir... Por alguna razón no terminaba de caerle bien, pero me defendía. Max me defendía. Asumí que esa actitud era parte del extraño comportamiento de los niños.
La prueba de fuego para él llegó una mañana que entré tarde a la clase de inglés. Veinte de los veinticinco bancos dobles del salón se hallaban ocupados, pero cinco de mis compañeros no tenían pareja.
—Bien, chicos, ¿quién le permitirá a Suhail sentarse a su lado? —preguntó la maestra.
Silencio incómodo.
—Junto a mí se sienta Cintia —dijo Paula—, pero fue al baño, maestra.
Eso me dejaba como opción cuatro asientos. Uno era el de Max, que siempre lo compartía con Sam, aunque ese día Sam faltó al colegio. Vi la expresión de horror en los ojos de Max al darse cuenta de que podía escoger sentarme junto a él, lo cual sería incómodo después de que nos besa... A decir verdad, ya que él fingía demencia sobre ese asunto, yo también intentaba olvidarlo.
—Entonces, ¿quién compartirá banco con Suhail? —volvió a preguntar la maestra—. No miro manos levantadas.
Para mí fue incómodo estar de pie frente a mis compañerosy sentirme rechazada.
—Nadie, maestra —dijo la voz de un niño al fondo del salón. Tuve miedo de que se tratara de Max, pero no. Era Edgar—. Es que Suhail apesta.
La mayoría rioal escuchar a Edgar decir eso y sentí muchas ganas de llorar, sin embargo, la maestra salió en mi defensa:
—Hoy no sales a recreo, Edgar.
—Pero, maestra...
—Dije que no.
Después vi con tristeza cómo dos niñas colocaban su mochila junto a ellas para tampoco compartir su lugar conmigo. No obstante, mi tristeza cambió a sorpresa cuando Max hizo un gesto con la mano señalando su propio banco. Sabía que lo hacía por lástima, por compromiso, pero algo es algo.
—Gracias, Max —dijo la maestra.
Cogí mis cosas y empecé a caminar.
—Max quiere que su novia se siente junto a él —se burló Edgar.
Vi el rostro de Max enrojecer, pero en ningún momento se echó para atrás. Me iba a permitir sentarme junto a él.
—Mañana tampoco sales a recreo, Edgar —dijo la maestra.
—Pero, maes...
—Ya, silencio. Cuando Suhail tome asiento seguiremos con la clase.
Cogí aire y seguí caminando en medio de las filas de bancos, en dirección al lugar que ocupaba Max. Él no me veía, se mostraba «distraído» dibujando algo en su cuaderno. De pronto una mano se atravesó en mi camino, interrumpiéndolo. Era la mano de una niña que también era nueva en la clase.
—Suhail también se puede sentar a mi lado, maestra —dijo en voz alta.
—Tú eliges, Suhail —dijo la maestra, impaciente por continuar la clase—. Te sientas con Max o con Ling.
El nombre de la niña, de apariencia asiática, era Mei Ling. Le di las gracias y me senté a su lado sabiendo que de esa forma también le devolvía el favor a Max, pues sería difícil para ambos soportar las risas.