Maybe, I love you

P R Ó L O G O

Esta pequeña historia comienza buscando los tres pies al gato. 

Una noche de marzo cualquiera, Ansel, se encontraba en su cuarto con sus auriculares y un libro entre sus manos. Ansel era un chico de costumbres, seguía al pie de la letra sus horarios estrictos. Cada noche de primavera, a las once, encendía la calefacción para el suelo de parques, puesto que aún hacía frío en ese lugar, y se perdía en el mundo de las letras, menos ese día.

El viento azotaba contra su ventana, las ramas de los árboles comenzaron a arañar el vidrio y comenzó a ponerse nervioso. No por miedo, puesto que vivía solo y no era un adolescente, ya había terminado su carrera y estaba independizándose. Simplemente no podía concentrarse. Pequeñas gotas comenzaron a hacerse presente, se deslizaban como lágrimas y un ligero silbido se colaba por su ventana. Apagó la música, que prácticamente estaba tan baja que era como si no sonara. Suspiró y con desgana abrió la ventana con la intención de cerrarla de golpe, pero una figura pequeña negra se abalanzó sobre él con un gruñido. 

Un pequeño felino empapado temblaba erizado en el medio de su habitación. El viento provocaba que el agua comenzase a entrar y cerró con el animal dentro. Ambos se miraron, Ansel lamió sus labios pensativo y el minino sacó sus garras descosiendo el bajo de su pantalón. 

—¡Maldito gato! —gruñó defendiéndose con un almohadón, pero aquel animal solo maullaba e intentaba que Ansel le siguiera.

En un descuido, el gato de pelaje negro y ojos ámbar tomó con sus fauces el libro que reposaba indefenso en la cama. Él maldijo cuando lo vio escapar con su objeto preciado escaleras abajo. Se calzó y tomó una chaqueta mientras se perdía entre las calles oscuras siguiendo las huellas del pequeño minino. La lluvia golpeaba contra su pecho descubierto, solo dormía con un pantalón largo y no había reparado en cubrirse. Solo esperaba que por culpa de ese animal odioso no se resfriara.

Quejidos y maullidos le hicieron disminuir sus pasos. Giró una esquina y se encontró con una figura femenina acurrucada en el suelo. Trotó con los nervios en la garganta y se acuclilló junto a ella. Su rostro estaba empapado, temblaba y la sangre se deslizaba por sus mejillas con tanta soltura que Ansel se asustó. Sus manos volaron a su piel y apartó el agua como pudo para comprobar de donde salía tanta sangre. Un golpe en su cabeza. Su ropa echa jirones.

La lluvia caía con fuerza contra el pavimento y pedir ayuda se le haría imposible. Marcó el número de emergencias y cubrió con su chaqueta el cuerpo de la chica. La camiseta se transparentaba. 

—¿Hey? —la agitó un poco y ella parpadeó— No te duermas, vas a salir de esta —y sin esperarlo, débilmente su cuerpo cedió hacia delante. Estaba fría y se quedó ahí con ella, inmóvil abrazándola, mientras escuchaba a lo lejos las sirenas de la ambulancia.




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