Me enamoré de Penélope

Capítulo 28

“No sé de qué me hablás, Max.” Me dijo ella con una frialdad que se escurrió por sus ojos directo hacia mi pecho. No quería darle vueltas al asunto, no quería enfrentarla con mensajes crípticos.

“Te vi Penny.” Solté simplemente.

“No soy Penny, Max, dejá de decirme así.” Me respondió exasperada, levantando ambos brazos en el aire.

“No sé en qué crees que te convertiste, pero debajo de todo esto sé que estás ahí. Seguís ahí.” La señalé sin cuidado apuntando su pecho, por debajo de la tela fría y brillante, todavía latía algo tibio. Tenía que creer eso. Estaba desesperado por suponer que había algo de ella que no se había perdido por completo y para siempre en su dedicación a ser completamente perfecta.

“No me conocés, nunca lo hiciste.” Respondió como cuando éramos chicos, mordiéndose el labio inferior haciendo un gesto aniñado. Intentando poner distancia entre nosotros dando un paso hacia atrás.

Me di cuenta entonces del miedo que Penélope llevaba consigo, la idea de perder su identidad la aterraba. No. Ella sentía que ya había pasado. Con el ballet atravesado en su garganta, con Brandon como custodio, con el peso de su madre, la decepción de su padre; la verdadera identidad de Penélope había sido arrancada de su ser para ser moldeada de la mejor manera para que pudiera convertirse en ese cisne blanco que podía volver a cualquiera en un devoto de la danza con solo una simple exhibición, y después había sido tergiversada en lo más básico para volver a ser devuelta a su pecho de arriba a abajo dejando a Penélope con otro sentido de su verdadero ser.

“Preguntame lo que sea.” Le dije con las manos abiertas a los costados del torso como quien está completamente listo para ser sacrificado si algo va mal.

Sabía que no podía perder.

Penélope se cruzó de brazos de forma desafiante. “¿Mi color favorito?”

“El lila, pero no el lila de cortinas purpura viejas que se quedaron sin color, sino el de flores que apenas están por florecer.”

“¿Estación favorita?” Ella giró la cabeza levemente esperando ser decepcionada.

“Esa es fácil, el verano, pero no por el sol y el calor sofocante, sino por las tormentas.” Su pelo cayó llovido sobre su hombro cuando enderezó su cuello en un respingo. No me dijo que había estado equivocado, no me dijo nada. Su mirada desafiante era de aquella persona a la cual no puede admitir que está atrapada porque sería muy tarde, algo de orgullo se iría con esa admisión.

Hubo una pausa.

“Comida favorita.”

“Ninguna. Todas te gustan de igual manera, todas menos la lasaña de tu madre, pero te gusta comer y probar nuevas cosas acompañado de jugo de zanahoria.”

“¿Dulce o salado?”

“Dulce siempre, especialmente esos muffins rellenos que vienen húmedos en la base.” Me crucé de brazos, sabiendo que estaba ganando con cada respuesta ese extraño juego en el cual estábamos participando sin haber puesto reglas antes.

“¿Infusión favorita?”

“Té. Aunque querés convencer a James que te gusta el café con canela porque es refinado. Tal vez es algo que te dijo tu madre que te tenía que gustar. Pero te gusta el té verde, simple, sin azúcar ni miel.”

Una media sonrisa se escapó por la comisura de mi boca.

“¿Flor?”

“Las margaritas, porque podés despedazarlas despacio.”

“¿Música favorita?”

“Aunque te inculcaron amar lo clásico, estoy seguro de que todavía cantas canciones pop en la ducha.”

“Libro.”

“Por más de que decís en el club que te gusta Sylvia Plath y toda su oscuridad, sé que tenés la copia original del Principito en tu habitación porque sigue siendo tu libro favorito. Especialmente la parte en la cual él se da cuenta de que su rosa es única por más de encontrarse con un jardín lleno de ellas.”

Ella dio un paso hacia mí desarmando el agarre de sus brazos, los cuales cayeron a lo largo de su cuerpo.

“Algo que odio.” Dijo con la voz entrecortada.

“Cuando nadie escucha cuando pedís lo que querés.”

“¿Qué quiero?” Ella sonrió ínfimamente. Esperando que este fuera mi fin. Esta era la pregunta donde yo iba a fallar miserablemente y darle toda la razón. Iba a recuperar esa armadura que yo había logrado desarmar lentamente, para volvérsela a calzar y seguir como si nada hubiera pasado.

“Qué alguien te necesite.” Dije llanamente.

“¿Qué alguien me necesite?”

“Qué alguien no pueda vivir sin tu presencia, que no se pueda quitar de la cabeza los pequeños detalles tuyos, que no se pueda levantar en la mañana sin pensar primero en tu rostro y no pueda irse a dormir sin soñar con un beso tuyo. Querés que alguien te ame más allá de las especulaciones y planes que tengan sobre vos. Querés vivir con la noción de que antes de dejar este mundo alguien te amó más que a sí mismo.”

Penélope rio con una carcajada. “Eso es ridículo.” Dijo entre dientes victoriosa.

“No lo es.”

“No existe nadie así.” Movió la mano en el aire y estuvo a punto de girarse para dejarme atrás, pero la atajé de su muñeca.

“Te tengo noticias Penny: yo soy esa persona, vos sos mi rosa. Es el tiempo que invertí extrañándote lo que te hace especial para mí.”

No recuerdo con exactitud como pasó, estaba con mi mano sobre su muñeca a una distancia prudente y al siguiente instante sus labios estaban contra los míos, tal vez ella había cerrado la distancia, quizás lo había hecho yo. No estoy seguro como llegamos a la boca del otro, pero sé que nos encontramos. Eso es lo importante, ¿no?, encontrarse.

Sabía lo que Penélope hacía con James, sabía de su extraña dependencia con Brandon, sabía de su mimetización con Gia e igual no me importó. No me importó nada de eso. Porque algunas veces amamos incondicionalmente y nunca me había considerado de quienes pudieran obviar las inconsistencias de una persona, pero por ella podía hacerlo. Porque ella había sido mi pasado, estaba siendo mi presente y hasta el último momento creí que podía llegar a ser mi futuro.




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