Médium. Espada de hueso (libro 1)

Sepultura de Clarisa

Capítulo 27: Sepultura de Clarisa

 

Lorenzo y yo seguimos unas huellas que han dejado en la arena que nos guían a un peñasco rocoso donde revientan las olas con una fuerza mortal. Las huellas terminan a pocos metros, las olas las han borrado.

—Quizás subió por el peñasco —dice Lorenzo buscando por donde subir. La inclinación de tierra está recubierta por tunas y otras plantas xerófilas—. Creo que se ha ido por aquí.

Él se hace camino al borde del peñasco ayudándose con las sobresalientes rocas teniendo cuidado de rozar alguna tuna, sus espinas al pegarse al cuerpo son muy dolorosas para sacar. Le sigo con cuidado, no puedo imaginar cómo Clarisa paso por aquí tan rápido que hemos perdido su rastro. Cuando regrese al auto por mi daga mi abuela ya se había desaparecido, y ahora nos espera al final de la inclinada pendiente.

—Agilicen el paso, que la chica es bastante rápida para ser un no muerto —anuncia dándonos la espalda moviéndose con el viento en dirección a la carretera.

Me obligo a ir más rápido pero donde piso es inestable, demasiadas piedras en el camino. Lorenzo ha terminado por llegar y me da la mano para impulsarme hacia arriba. El sol quema sobre mi cabeza. Mi abuela ha tenido razón, Clarisa se mueve con una rapidez nada propia de un no muerto y va directo hacia la carretera. Atravesando la hierba, las tunas como si no sintiera dolor. Mi amigo se ha detenido un momento para tomar una foto, deja caer la cámara de su manos el cordón en su cuello mantiene la cámara golpeando de su pecho mientras retoma una carrera agitada detrás de un no muerto. Tomo aire y corro tan rápido como mi cuerpo me lo permite esquivando las tunas que son mi mayor preocupación. No hay mucha brisa y por momento siento que me falta el aire. Ella ha cruzado la carretera pero se ha detenido en medio para mirar atrás son solo escasos segundos de distracción y cuando retoma su andar una camioneta la impacta haciéndola volar por el aire. Me detengo en la orilla de la carretera y la veo caer del otro lado con un golpe seco.

—¿Crees que se levante después de eso? —pregunta Lorenzo con agitado.

—No estoy segura —respondo recuperando el aliento.

Un señor mayor se baja de la camioneta preocupado por lo sucedido.

—Encárgate del señor no es una buena idea que vea a un no muerto —digo. Miro a ambos lado de la calle y la cruzo corriendo hasta donde se encuentra el cuerpo de Clarisa. Ella se mueve con desespero en el suelo sin poder levantarse. Su pierna derecha se ha desprendido del cuerpo, por lo que se arrastra con los brazos.

Escucho como el motor de la camioneta ruge con fuerza, y se aleja a gran velocidad.

—Ya no puedes ir a ningún lado Clarisa —expreso y ella se detiene. Su cuerpo no esta tan descompuesto como la última vez que la vi, su rostro parece tan normal como si estuviera viva. Pero el golpe de la camioneta la ha destrozado de nuevo. La vitalidad que le ha dado alimentarse de carne humana es como si regenerara su propia piel.

—No quiero volver a estar muerta —dice suplicante. Se ha adaptado a una existencia vacía donde su elixir de vida es la sangre y carne.

Mi abuela la observa compasiva.

—Pero es que ya estas muerta —digo mientras me inclino de cuclillas a un lado. La pureza de su alma esta tan corroída por la oscuridad que apenas y alcanzo a ver un débil destello de su en su corazón. Los hilos negros se han moldeado hasta cubrir la forma de su alma como una coraza—. Esta existencia a la que te han obligado solo te está destruyendo, le haces daño a las personas y eso no lo puedo permitir.

—Pero ellos son malos —se excusa. Impulsándose con los brazos hasta quedar boca arriba.

—Esa no es razón para matar a nadie —expreso sacando la daga de la pretina de mi pantalón—. Es momento de que abandones este cuerpo. Lorenzo se agacha frente a mí, lo que deja a Clarisa en medio.

—¿Vas a matarme?

—No se puede matar a quien ya está muerto Clarisa, el cuerpo que habitas es solo un cascaron que ni siente ni respira, con un corazón que no palpita —explico mientras posiciono la daga sobre su corazón. El cascaron que es su cuerpo esta unificado con la coraza que han formado los hilos negros para contener su alma, solo se necesita de una pequeña grieta para que ella sea liberada.

Sus brazos se aferran a mis manos con la daga en medio impidiendo que toque su pecho. Mi amigo la sostiene con fuerza contra el piso, mientras hundo la daga de huesos en su pecho. Una fuerza salvaje lucha por expulsar la daga del cuerpo. La hundo con más fuerza, dejando fluir mi propia energía para contrarrestar la maldad que emerge de su cuerpo en forma de feroces hilos. Clarisa deja de luchar, y retiro la daga. Su alma levita sobre el cuerpo con todos esos hilos negros como si fueran gusanos unidos a su cuerpo y alma. La daga se alarga en mi mano hasta ser una espada y la deslizo por debajo de Clarisa llevándome con el filo cada hilo, cada lazo de maldad. La energía que emerge de ella es densa y malévola, una fuerza destructiva que solo ha causado muertes.




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