Prólogo
Había algo aquella noche fría, algo que enviciaba mi expectativa; de pie frente al inmenso árbol Rockefeller derrame una lagrima, en ese segundo una voz irrumpió "Mi momento"...el momento que tanto había esperado.
-¿Por qué las lagrimas?- la misma voz masculina pregunto en un rebuscado español. -Es solo un árbol- <Solo a mí me pasan estas cosas>
-No pretendo que lo entiendan- conteste secamente sin mirarle el rostro. Note que se acomodo las manos dentro de los bolsillos del jean cancheramente. Me importo tres cuernos. Mientras intentaba recuperar (esa sensación de clímax que pocas veces se siente en la vida, de estar en la cima, o haber alcanzado algo relevante para uno...el momento) mi momento; por ello, pese a la interrupción, mi vista seguía fija en el iluminado árbol.
El sujeto mas inoportuno del mundo saco una mano realizando un gesto impaciente, incitándome a que finalice con la explicación que él necesitaba.
-Vamos ¿qué? -volvió a preguntar notando mi falta de complacencia, en su tono chistoso, lo que me llevo a mirarle la cara, tenía que ver la forma en que movía los labios al pronunciar "su" español. Contuve una carcajada.
En ese preciso instante entendí que los "momentos" son solo eso: un momento; que llegan cuando menos los esperas y pasan tan rápido que es lo que menos esperas; y te dejan una sensación agridulce que te llena de esperanzas de volverlo a saborear.
Asique resignada le respondí al metiche que me molestaba:
_Tuve que realizar un largo, eterno y complicado viaje para llegar hasta él... _guarde silencio, mientras él mantenía la mirada firme en mí, escarbando en mis ojos. Buscaba intimidarme pero, esa mirada que la conocía en otros ojos mucho más astutos y muy parecida a la mía, no logro cohibirme.
Y antes de que nos quedáramos midiendo nuestros egos, uno de mis sentidos capto el susurro del viento:
_Que bueno que llegaste...