Melodías y Ambrosías [saga Poesías 2]

Capítulo 62: ♫ Sentimientos y Acompañamientos ♥

Aira

Los ojos de la muchacha se abrieron ampliamente. Pasó saliva al tiempo que sentía que juntaba sus manos para estrujarlas. Ambas estaban tan sudadas, que podrían humedecer un rollo entero de papel higiénico si quisiera.

Pero... Arrugó la frente y la cogió del brazo atrayéndola hacia sí, observándola fijamente a los ojos—. ¡¿No me habías dicho que eras mayor de edad?! —dijo bastante sorprendido por la noticia—. Pero, ¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?! ¡¿ACASO ME HAS MENTIDO?! —Meneó varias veces la cabeza agarrándosela con su otra mano libre—. ¡DIME, AIRA! ¡DIME!

La mirada que Rodrigo le había clavado la había dejado sin respiración, atravesando no solo sus ojos, sino su alma. Esos ojos, que la habían mirado antes con tanto amor, llenándola y recomponiéndola, ahora eran tan fríos e inexpresivos, que percibía que su cuerpo quedaba petrificado de solo reflejarse en aquellas pupilas de color verde. Percibió que todo su ser se quebró en mil pedazos, como trozos de hielo rotos que se pulverizaban y evaporaban al tocar el suelo frío de su alrededor...

Trató de regularizar su respiración como pudo. Abrió grandemente su boca para que ingresara el gélido aire que rondaba el ambiente. El oxígeno que entró en su hinchado pecho no fue suficiente para traerla de vuelta a la realidad. No era todavía capaz de realizar movimiento alguno. Su cuerpo estaba tan clavado en ese sitio, congelada tal cual, sin poder formular palabra alguna.

Tenía que replicar... inventar cualquier excusa para salir bien parada de aquella situación, pero... simplemente no podía.

De pronto, por fin, fue capaz de abrir la boca para hablar y justificarse ante él. Sin embargo, fue en vano. Era una chica muda sin razones y sin vocalizaciones que pudieran excusar su metida de pata. En ese instante solo era un autómata en los brazos de aquel muchacho quien, con sus ojos verdes, le mostraba toda su sorpresa y posterior indignación, al sacudirla para que reaccionara y, con ello, quizá traer alguna respuesta que quizá lo apaciguara.

Finalmente, apelando a las pocas fuerzas que todavía le quedaban, fue capaz de soltar una palabra que pusiera fin a aquella tensa situación:

—Bue... Bueno... —Levantó su brazo derecho para tocarse la garganta y ayudarse a pasar la saliva, para poder respirar con normalidad—. Lo que... Lo que ocurre es que yo...

—¿SÍ?—-la interrumpió al tiempo que percibía cómo los dedos de Rodrigo se clavaban en sus antebrazos, haciendo eco a la profunda mirada de él.

Al notar ese dolor, como acto reflejo, retrocedió y replicó:

—¡Me... me duele el brazo!

—Oh, lo siento —dijo y la soltó de inmediato.

Al liberarse de su agarre, sus músculos se relajaron. Esto posibilitó que la sangre fluyera por todo su cuerpo con la normalidad de antes, permitiéndole abrir la boca para que una bocanada de aire fresco entrara a sus pulmones, y con ello, el relax que tanto requería en esos instantes.

Movió sus brazos para ayudar a su circulación. La tensión del dolor muscular era palpable. Los dedos de Rodrigo marcados en sus antebrazos todavía eran visibles, por los que se los cubrió con sus manos.

—Yo, lo siento... —dijo Rodrigo retrocediendo y observándola con pánico, ansiedad y preocupación—. En serio... No quise... yo... —Hizo el ademán de querer alzar su brazo para querer calmarla, pero se contuvo. Finalmente, le dio la espalda, se alejó de ella al tiempo que se cubrió el rostro con una de sus manos y movía la cabeza de manera desesperada—. No quise hacerte daño. Lo siento tanto. ¡Soy un idiota!

—¡No eres un idiota! —exclamó de inmediato y yendo hacia él.

Rodrigo se sentó en una silla, cabizbajo, todavía incapaz de observarle al rostro. Aira alzó su mano para coger la suya, pero no pudo. Se dio cuenta de que sus mentiras habían provocado toda esta situación, tan indeseable, pero inevitable para ambos...

A pesar de estar tan cerca el uno del otro, había algo que los separaba. Esa infranqueable pared elaborada a base de su hilo enmarañado de mentiras. Cuando volvió a alzar su brazo para acercarse a Rodrigo, se sintió imposibilitada nuevamente.

‹‹Tengo dieciocho››, ‹‹Ya soy mayor de edad››, ‹‹Tengo edad suficiente para tomar cerveza››, y varias frases más del mismo estilo retumbaban dentro de su cabeza. Aquellas provocaban un eco en su interior, provocándole un intenso dolor. Instintivamente, cerró los ojos para tratar de menguarlo. Pero, al hacerlo, su mente no fue ajena a la escena que en su ser se plasmaba...



#47181 en Novela romántica
#31117 en Otros
#4525 en Humor

En el texto hay: comediaromantica, amor, novelacontemporanea

Editado: 04.03.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.