(Plato, 1928)
Oyendo el dulce ritmo de un canto inmemorial
Yace la danzarina de piel de terciopelo
Tendida sobre el lecho cubierta de asfódelos
Que decorar un día un artista inmortal
Cual Venus, Afrodita sobre un lecho de flores
Revuélvase en la alfombra hiperestésica y muda
Y tiende sobre su espalda elástica y desnuda
La negra cabellera de místicos colores.
Sus ojos son dos astros de luces increadas
Que están cual dos ventanas al infinito abiertos,
Oscuras a sus pupilas de clásicas miradas.
Y como si la desmayase una extraña emoción,
Palpitaron sus senos de placeres despiertos
Y el corazón del mundo latió en su corazón.