Memorias de una loca

Medicamentos

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Volvió a casa con el diagnóstico del doctor y el corazón roto. Papá y Mamá había ido a la farmacia a comprar la medicación que ya tocaba. Dos pastillas de fluanxol, siprexa, ansiolíticos,  antidepresivos y pastillas para dormir. Jamás se había sentido tan cansada, tan aletargada…no podía mantener los ojos abiertos por más que se lo proponía. Las pupilas se movían de forma constante y sentía piquetes en el cuerpo. Era una tortura la medicación.

Se recostó en la cama un momento pero no pudo conciliar el sueño por el ruido de las voces..a pesar de que el doctor le había dicho que la paranoia también desaparecería, no quería salir a la calle porque le tenía miedo a la gente.

Además estaba el hecho de que no tenía fuerzas para hacer nada…todo le parecía cansado, incluso hablar así que prefería no hacerlo. Las conversaciones con ella se había convertido en monosílabos..solo contestaba sí, no, no sé, me da igual.

Comenzó a notar que había perdido rapidez al hablar y que la lengua la tenía dormida. Su voz había desaparecido y apenas era un murmullo silencioso. El cuerpo le pesaba, la vida en general le resultaba cansada. Convivir con los demás era confuso, todo el espacio estaba lleno de letargo, todo se movía con lentitud…ella era una tortuga que no se movía, era un mueble, un objeto más de la decoración del hogar.

Mamá llegó con la medicación para ese mes que acababa de iniciar; le pidió que se tomara las pastillas y que bajara a comer. Elise ya no quería tomar más medicamentos, tanta medicina la aturdía y obnubilaba su pensamiento. No podía coordinar los pensamientos, aclarar sus ideas y ordenarlas, no tenía fuerza parar hacerlo, todo era tan cansado y fastidioso.

No podré vivir así toda la vida, se dijo, no podré soportar más de un año…prefiero estar muerta. No puedo ni quiero vivir así siempre. Tuvo ganas de llorar, no podía ser que la vida ahora fuera tan miserable, tan vacía.

Amanecer se volvió una tortura que mejoraba relativamente con  la llegada de la noche pero que indicaba  que había que  tomar la siguiente dosis y volver a empezar. Amanecer era lo más difícil ahora porque el medicamento le dejaba espantosas secuelas…el pensamiento obnubilado, el aletargamiento, la flojera, el sueño, el cuerpo pesado, los piquetes en el cuerpo, las pupilas dilatadas, las ganas de  no vivir.  A las cuatro semanas, Elise estaba desesperada, comenzó a sufrir fuertes estados de ansiedad: algo le estorbaba, quería arrancarse la piel, los músculos. Mamá y ella salían a dar vueltas al jardín para que ella se tranquilizara y apaciguara sus ansias y la necesidad de salir corriendo a todas partes.

Para la tercera semana, las voces finalmente se disiparon pero la atacó el hambre. Jamás en la vida se había sentido tan insatisfecha con la comida…comenzó a subir de peso en forma desproporcional. La imagen del espejo cambió drásticamente; su cuerpo estaba inflamado, grande, deforme. Su rostro no era su rostro, su cuerpo no era su cuerpo.  

Su mirada era justo como la describían en la televisión, con los ojos desorbitados  e imbéciles. Era la mujer más fea que había visto, jamás nadie se fijaría en ella otra vez. Elise había muerto, definitivamente se había quedado en los Estados Unidos.

Además estaba el hecho de no poderse mantener despierta…había perdido las ganas de todo, nada tenía sentido…la desesperanza era algo que habitaba en ella junto con la tristeza.

Las consultas se habían convertido en la única cosa que la mantenía viva..cada cita con el médico significaba que había mejoría. Recibir sus avances por parte del doctor era la única cosa que la alentaba, cuando finalmente desaparecieron las voces, se sintió mucho mejor. Vivía para los jueves de cada semana, así, hasta que el doctor le dijo que pronto reduciría la medicación.

Recibir esa buena noticia la animó a buscar un empleo…a pesar del insoportable sueño que sentía, quería salir de casa y trabajar. Llevaba un mes  encerrada  sin hacer otra cosa más que lamentarse de su situación y tomar baños de sol en el jardín de la casa. Faltaba que el miedo a la gente desapareciera, solo eso y podría  salir nuevamente.   

Daniel se había ido, eso era un hecho consumado. Daniel ahora se encontraba rehaciendo su vida otra vez y ella tendría que hacer lo mismo así estuviera loca. Loca estaba, no había remedio para eso, pero también mamá y papá no vivirían toda la vida así que tendría que ingeniárselas para tener una vida propia así eso significara vivir dormida y ansiosa. Tía Licha le habló sobre un empleo en una escuela de idiomas. No era un salario prometedor, pero la mantendría fuera de casa todo el día hasta las nueve de la noche.




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