17 de enero de 2018
Verte por vez primera fue una puñalada en el cerebro.
Todos los sitios coloridos y diminutos de tu imágen se deslieron en mis pupilas.
Desgarraste mis facultades con tu flagelante dulzura, con tu amable mira, y en segundos me proclamaste devota a tus tibios belfos.
Tu luz refulgía, desteñía, desgarraba el mundo todo.
La inmensidad de la avenida
me hacía sentir a tus ojos tan pequeña.
Mi corazón marchaba hacia tu estampa y mi mente un escape urdía; no deseaba, no quería que notaras la urgencia con que te seguía la seña.
Tus pasos ligeros escapaban de mi expresión turbada; la multitud te tragaba con más rapidez de la que hubiese querido.
El sol de tu iris diurna se burlaba, viajando de cordillera a ponto, lejos de mi cielo anochecido.
El faro bajo tus huellas y sobre tu capa era un espejismo, una nebulosa quimera que ocultaba tu celada.
[Si tus pestañas reían, dormían destellando en la nada, ¿hubiese sido correcto sepultarte en el instante mismo?]
Érase tu juventud tan galante, tu hálito tan luminoso: fuiste en ese entonces una estrella sobre mí ciudadela de cielo nublado.
Pero en mis brazos hubo de quebrarse tu astilla, que sin consuelo ni bastilla, amó amar desesperadamente un resuello robado.
Entonces te admiraba tan lejano, como un astro muriente a los pies de un navío; te llevaste al instante todo mi brío y tuve un vahído en tu mirada albazana.
Tan lozano fuiste, de sonrisa lábil, incluso si de labio a labio solo una gota nos trae el recuerdo.
Ya en tu energía o tu modorra, ya en tu lisonja o tu franqueza: será tu fotografía la única prueba de que te tuve cerca.
Mas, llega en contramarcha la imágen de tu celo dormido, para que en el instante menos cuerdo hubiese caido en tus manos cada vez menos hábil.
Érase un instante y te quedaste; tan solo fue sinceramente amarte y te fuiste.
Como una exhalación en la humedad me abandonaste, sin inicio ni fin, sin culpa ni ruego.
Y si mi alma te hubiese seguido, si mi mente te hubiese ignorado, sin vista contrapicada te habría escrito en mi epodo.
Pero sólo con mirarte, sin conocer las sílabas de tu sujeto, comenzaba a vivir por ti en cada minúsculo sitio y de cada pérfido modo.
Te seguía entre calle y calle, callando lo que el alma grita. Me soy impertinente por haberte sido infiel de todos modos, pero lo encargo al papel: no puedo con esta llama que sin madero crepita.
Fue farol, fue noche, fue que no fuiste mío; fue que a pesar del nosotros no hubo fusión entre mi sangre y tu espina.
Eras invierno, una cálida brasa en mis labios yermos, una bala que sin miramientos plató en mi corazón el averno.
Te llevaste mi raciocinio al lugar profundo en donde te puse, ardiendo en agonía hasta los doscientos seis huesos.
Te amé tanto, querido mío, que debí escribirlo cien veces para extinguir el sentimiento.
"¿No quieres quedarte a mi lado? ¡Déjame retener entonces tu espa(l)da con millones de besos!"
De hálito gris, de mirada rojiza: tu amor fue podredumbre en el último ojal de mi camisa.
Una llaga abierta que no sana, que jamás, sin importar la era o el día naciente, en ningún sitio del alma cicatriza.
¿Qué es lo que esta gastada mirada divisa? Es tu silueta en un beso ajeno, es tu sombra emergiendo en un acto muriente.
¿Vas a irte? ¿Vas a dejarla? ¡He esperado la eternidad del segundero el instante en que tus labios confesaran tan preciosa poesía!
Tu mirada me causaba nauseabundas mariposas y tu recelo resultaba en un fresco vendaval de parafina.
¡Falso y sonoro epíteto, vida mía! ¡Mugrosa, tan repugnante algarabía!
Desconocer el puerto es tan sencillo que saltar al mar es como un imán, ¿no es así? Pero, aunque el barco tenga destino, no puedes distraerte: el hado te ha puesto junto a mí.
¿Has hecho tus maletas y llevas su foto en lugar que quema mi tórrida ternura? Eres déspota en el amor, dulzura. No puedo permitir este cohecho.
Pues, incluso mi corazón maltrecho desea que te enclaves en su musculatura.
[¿Qué debo hacer para hacer frente a tu careta? Me mientes de derecho y de revés; peor aún, te dejo que me mientas]
El viento es favorable para un barco, pero tienes complejo de veleta. Eres demasiado impredecible y tu pasión en una daga sumergida en sangre fresca.
[¡Vuela, levita y escapa, pequeño y oloroso pañuelo! Alguien debe contener sus lágrimas, alguien debe oír sus súplicas.
Vete a cubrir sus sueños y nunca vuelvas, nunca termines de ser un astro sonámbulo]
Despedirte fue como una insolación en la garganta, pero no lo iba a dejar pasar otra vez; definitivamente ibas a quedarte en el cerco de mis brazos hasta el amanecer.
No puedo lidiar con la nociva promesa de tu calor en otro ser. Me carcomes de raíz sin compasión, siendo hermoso e impropio, como nunca debiste ser.