Nunca pensé que mis letras algún día serian leídas, era un celoso con cada texto que de mi mano nacía; los archivaba en un viejo folder junto a los demás, solo los compartía con mis más cercanas amigas.
Un día, una de ellas lloraba de manera desconsolada escondiendo su cara entre sus manos, no hallaba consuelo a su dolor, primero sequé sus lágrimas con mi pañuelo, la acerqué a mi regazo y con voz dulce le tranquilicé, le dije que le tenía un regalo, saqué de mi maletín el viejo folder, busqué entre aquellas hojas y lo encontré, un poema que versaba así:
“Cuéntame tu historia, hazlo sin temor
no tengas miedo a revivir tu dolor,
dulce niña no tiembles, no llores por favor
sé que te es difícil creer en el amor.
Cierra tus ojos, escucha el crujir de las hojas bajo tus pies,
no te inquietes por nada, tus pisadas guiaré,
pon atención al tenue susurro del viento entre los árboles,
sientes como se comunican, como ese susurro sosiega tu alma,
quiero que por un momento bajes la guardia.
Dame tu mano, siente el corazón que palpita bajo mi pecho.
siente su latir suave y lento,
esta calmado y sereno pues te es sincero,
no te mentiré sobre quién soy,
no soy un príncipe de cuento, tampoco el hombre perfecto,
pero siempre me esfuerzo por tratar de serlo.
Abre tus ojos, mírame bien,
quiero curar tus heridas con caricias y miel,
quiero borrar cada huella de tormento, con cada uno de mis versos…”
Ella después de ello sonrió y esa sonrisa fue el mejor recuerdo que tengo de aquel día, la literatura al igual que cualquier arte debe impresionar, debe aliviar el alma, darle una puerta, una salida, un escape a la realidad, esta historia es eso, un puente entre realidades que a veces creemos imposibles, pero que en ocasiones son tan reales como la brisa en otoño o el frio en invierno.
Espero que disfruten de esta historia,
tanto como yo disfruté escribiéndola,
que amen, odien a sus personajes,
que la vivan en cada línea.