El día es oscuro y siniestro. Las hojas de los árboles crean surcos de colores que no poseen sentido alguno para mí. Mi corazón late al ritmo de tambores secos y mi mente se cierra en torno a un solo pensamiento: Emilia Andrade.
Estoy buscando una explicación sensata a esta situación, que no aparenta tener un final feliz. Me centro en mis inexistentes anhelos, que crean ráfagas de pensamientos alrededor de un millón de sueños rotos.
Siempre he sido un hombre solitario, que vive su vida solamente basándose en las experiencias de los demás, pero sin siquiera tener la decencia para hablar con otras personas. Mi imperfecto cuerpo nunca ha poseído un deseo cuerdo… hasta ahora. ¿Quién es Emilia? ¿Por qué su figura logra encantarme en tantas expresiones? Veo una luz en la lejanía, que se disfraza de sabores indeseables. Veo constelaciones de colores, que pintan paisajes simbólicos para aquel que sabe dónde observar.
Me dirijo a la azotea del edificio donde trabajo. La lluvia cae con suavidad, humedeciendo mi cabello rubio. Mis pensamientos afloran desde mis sienes y me muerden los sentidos, engullendo sus representaciones y maldiciendo sus expresiones. Estoy enloqueciendo. Ya no sé qué pensar.
Había encontrado al hombre perfecto, con los recuerdos perfectos y la mente disipada en una nube de razones. Su sabiduría lo precedía y su conocimiento de la vida lo moldeaba. ¿Un paro cardiorrespiratorio? ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ocurrir en este momento y no después?
¿Quién soy yo para cuestionar las vicisitudes de la vida? ¿Quién soy yo para enojarme con el mundo por haberme quitado aquello que ni siquiera me pertenecía?
Enciendo un cigarrillo y lo fumo con rapidez. Mis cansados e intoxicados pulmones reciben el humo y lo aceptan, como ya lo han hecho muchas veces. Me siento desesperado y cansado… no me entiendo para nada.
Desciendo por la ancha escalera, con la cachaza de un hombre afligido. Ingreso a la zona de descanso y encuentro a mis compañeros de trabajo riendo y tomando café. Los observo desde una esquina, intentando entender por qué fingen ser felices en un mundo donde la felicidad está obsoleta.
No puedo evitar pensar que la felicidad que las personas se adjudican no es nada más que un sentimiento impuesto por la tecnología, los avances ideológicos y la política. Los seres humanos no somos nada más que polvo en un universo repleto de conocimiento extinto. Hemos creado una figura de nosotros que se asemeja a un virus.
Mis compañeros, tan expresivos y tan felices con su trabajo, aparentan estar viviendo una de las mentiras más grandes de la humanidad.
La única verdad es que todos nosotros somos espasmos de luz en una sociedad oscura. Intentamos reprimir lo impuesto, pero nos rendimos fácilmente. Intentamos conquistar la sabiduría, pero nos vemos reprimidos por la conciencia de seres que nosotros creemos superiores; seres a los cuales les entregamos el poder deliberadamente.
Estoy cansado de este mundo. Estoy cansado de las falsas expectativas, las relaciones humanas, las llamadas de odio, las declaraciones de amor y las palabras vacías, que solamente viajan a través de una línea de tiempo ambigua y desasosegada por años de una sociedad que vive en el vicio, la codicia y la envidia.
Mi vida se vio extinguida por las acciones de gente que aseguraba estar dispuesta a entregarme felicidad. La presión de ser perfecto, de estudiar, de crecer acorde a las leyes de la sociedad y de no romper las creencias de la familia, terminó destruyéndome. He construido una pared entre mis pensamientos y mis acciones. Ni siquiera me soy leal a mí mismo y tampoco quiero serlo. Actúo solamente para conseguir lo que quiero y nada me causa interés.
Pero… esta vez es diferente.
Estoy asustado de lo que pueda llegar a pasarme si me digno a sentir algo.
Emilia representa todas aquellas sensaciones que nunca esperé sentir, pero que de cierta forma anhelaba. Me siento estúpido e infantil. ¿Qué le pasa a mi cerebro? ¿Por qué decidió escaparse de sus propias enseñanzas? ¿Por qué decidió encontrarse a sí mismo en una forma diferente? ¿Por qué decidió cambiar?
Estoy perdido en mi propia ambición y en mis propios errores. Siempre me ha encantado hurgar en los recuerdos de las demás personas, pero nunca esperé encontrar ahí la solución hacia mi eterno odio.
Camino hacia mi oficina, para encontrar a un nuevo cliente sentado, esperándome. Ni siquiera lo miro. Me siento en mi sillón de cuero negro y comienzo a llenar un papeleo.