Domingo, día de iglesia, primera hora de la mañana. El desayuno se lleva a cabo en un tenso silencio. Las comidas diarias eran todo un ritual dentro de nuestra casa, todo era controlado minuciosamente por Meredith desde la posición en el ángulo perfecto, el cómo llevarse la comida a la boca en exiguas porciones, la manera en la que se coloca la servilleta sobre el regazo, en fin. cada detalle. Ni el más mínimo error se escapaba de sus pequeños y astutos ojos; procuraba que su inexperta niña no pierda ni una milésima de delicadeza y decoro.
Sin embargo, en esta ocasión, Meredith apenas y me dirigía la palabra, me trataba con una frialdad sin precedentes; estaba furiosa por lo acontecido la pasada noche en la fiesta de los Heartlen, al igual que mi padre. Para mi infortunio, el hecho no había pasado desapercibido, todo lo contrario, por la información que July obtuvo al ir de compras, los comentarios de las primeras impresiones sobre mi persona ya habían recorrido todo el pueblo: "Annabel Winthrock es una señorita de poca importancia, sin talento para el baile, tan escasa de educación. Desapareció gran parte de la velada teniendo a su pobre padre en su búsqueda. Y lo que fue peor, derramó una copa de vino deliberadamente sobre Sally Heartlen, ¡en su propia fiesta de cumpleaños!".
Los prematuros y malintencionados comentarios eran nefastos, pero ni ellos ni la reprimenda de mi padre, me afectaron tanto como la impavidez que recibí por parte de Meredith. De tanto en tanto ella solía enfadarse conmigo, pero nunca de aquella manera; rehusaba hablarme, y apenas me miraba. Consideraba que mi torpe actuación no solo propicio una negativa impresión mía y de la familia, sino también de ella, al ser responsable de mi educación y apropiado comportamiento, y eso hirió profundamente su orgullo.
Su actitud me afectó y desmoralizó por completo. Pese a todo, ella era lo más cercano que tenía a una madre, y que nuestra relación se torne de aquella manera era impensable para mí. Razón por la que debía encargarme de solucionar prontamente mi desalentadora situación
- Deberías preguntarle a tu padre si no desea acompañarnos a la iglesia - dijo Meredith repentinamente cortando aquel monótono silencio.
Levanté la mirada hacia ella, sorprendida, eran las primeras palabras que me dirigía en dos días.
- Pero, nana, él nunca va con nosotras, no es una persona de credo - procuré responder con suavidad y tacto, con la intención de hacerla desistir de tal idea; lo último que deseaba era encontrarme con mi padre luego de su severa amonestación.
- Hazlo, por favor - suelta en tono cortante.
Exhalé un suspiro de fastidio, no deseaba enfadarla más, por lo que era inútil tratar de oponerse.
- Está bien...- dije con cierto desazón mientras me levantaba. Era una pérdida de tiempo, anticipaba cuál sería su respuesta.
Salí del comedor y me dirigí al estudio, donde asumí se encontraba basándome en la hora que era.
Una vez llegué, tomé aire cogiendo valor y toqué la puerta con suavidad.
- ¿Quién? - preguntó una voz desde el interior.
- Soy Annabel, padre ¿puedo pasar?
- Claro, querida, pasa.
¿Querida? Esa palabra y su inusual tono amable me desconciertan, nunca se refería a mí de esa manera. Lo más probable era que se encontraba con algún invitado. Abrí la puerta con delicadeza e ingrese en el estudio.
No había errado en mis suposiciones, mi padre se hallaba plácidamente sentado en el diván en compañía de un hombre de edad muy avanzada. Cuando llegué hasta ellos, ambos se levantaron para saludarme, aunque el anciano lo hace tambaleante y con bastante dificultad, lográndolo apenas con apoyo de su bastón.
- Permiso, padre, lamento interrumpirlo.
- Descuida, querida ¿Descansaste a gusto? - preguntó con aparente amabilidad, y yendo un paso más allá me sujeta de las manos, forzando una falsa e hipócrita escena de calidez y cercanía.
- Sí, padre, le agradezco su interés - respondí con cierto recelo.
Su proximidad me causa incomodidad y suspicacia, más aun luego de la forma en que me había gritado y ofendido hace apenas un par de días.
- ¡Qué grato, hija! - dijo con radiante hipocresía - ahora permíteme presentarte, Juliart, ella es mi hija Annabel. Annabel, el señor Juliart Santrock, un muy preciado amigo y socio de muchos años.
- Es un placer conocerlo, señor Santrock - dije haciendo una reverencia ante él.
- Realmente encantado, señorita - contestó el anciano con voz ronca.
Era un hombre encorvado de aspecto menudo, de edad indefinible, las arrugas hacían profundos surcos a lo largo de rostro, y su cabello totalmente blanco vislumbraba áreas donde este ya estaba completamente ausente.
- Una señorita muy hermosa, Warren - señaló el señor Santrock moviendo la cabeza trémulo, contemplándome de pies a cabeza - dulce y tersa juventud, con beldad equiparable a una joya, si me permite el cumplido, señorita.
Sus palabras en contexto eran gratas y amables, pero la forma en la que las expresó me causó escalofríos; sus ojos pequeños e intemperantes no dejaban de deslizarse y fijarse indiscretamente en cada detalle de mi persona; así mismo, su tono de voz se tornó agitado y balbuceante. No puedo evitar sentirme incomoda.
- A Annabel le es grato tu cumplido. Juliart - respondió mi padre a mi nombre ante mi taciturnidad.
- Intuyo que una joven con tal belleza debe encontrarse comprometida- indagó con sumo interés, sonriendo de tal manera que dejaba ver la ausencia de varios dientes.
- Lamentablemente no - respondió mi padre moviendo la cabeza -Annabel regresó a la ciudad hace solo unas semanas y aún no ha tenido la oportunidad de tener algún pretendiente.
- Interesante - dijo el señor Santrock sin dejar de mirarme de esa inquietante manera - Bueno, asumo que le buscarás a un hombre joven y vigoroso, al igual que ella.