—¿No vamos a hablar del elefante en la habitación? —Preguntó Elizabeth, quien conducía el auto en dirección a la estación de autobuses.
—¿Hay un elefante? —Esquivé la pregunta.
—Tu nariz tiene rastros de sangre y tienes un teléfono diferente en las manos.
—Si te hace sentir mejor una de las dos cosas no es mía.
Miró al cielo en busca de fuerza para soportar mis tontadas. —Dame fuerza por favor, porque lo quiero matar.
—No es fácil. Ya lo han intentado. —Y vaya que lo habían intentado.
—Vayamos sobre lo básico, sé que no quieres escuchar esto, sé que yo no quiero decirlo, pero la responsabilidad de tutor recae sobre mí, así que prepárate para una sesión de Q&A muy incómoda. —Oh no. —No quiero prohibirte tomar bebidas alcohólicas porque Dios sabe las fiestas a las que fui y las tragedias que pasé, así que mi único consejo es, modérate con el alcohol, no le pierdas la vista a tu trago. No drogas, créeme nada bueno sale de eso. —Fijó su mirada al frente. —Por favor usa protección, créeme, no quieres tener engendros a los veinte. —Claro está que entre las cosas que amo se encuentra discutir sobre sexo con mi tía. —Trata de no gastar mucho dinero en comida, todo es muy caro, para variar aprende a cocinar. —No hay problema, no necesito comer, eso era en parte verdad, podía pasar semanas sin probar alimento, lo hacía más por costumbre que por necesidad.
Un tanto incómodo por todo lo que estaba sucediendo, traté de darle la vuelta a la moneda. —¿Por qué no mejor me dices algo sobre Glassdrop? —Algo que no sepa.
—La última vez que fui era 2010, estaba visitando a mi amiga quien estaba sacando su maestría en la universidad. Mi plan principalmente era fiesta y las primeras dos categorías que mencioné. —No muchos miembros de mi familia lo sabían, pero Elizabeth es el tipo de mujer que se ve peda en el espejo durante la fiesta y se dice a sí misma “Tú puedes”. —Era por estas mismas fechas cuando descubrí que Glassdrop no era más que una ciudad rodeada por lagos, ríos, pantanos, enormes bosques y con leyendas escalofriantes. —Hizo énfasis en lo último. —Es conocida por su fábrica de vidrio, sus talentosos artesanos y su cercanía a las ciudades santas del estado; Fátima, Diandro, Anthonys, Paulino. Hay una enorme cantidad de festivales, exposiciones, conciertos, bailes. Si es por diversión nunca te debes preocupar. Debes preocuparte por tus compañeros de cuarto, no tuve mucho tiempo de preguntar, tampoco me dijo mucho, el jefe de la casa es bastante polifacético, él no es estudiante, algo así, trabaja para la universidad, es una persona muy seria, aunque la hermana de mi amiga lo describe como una muy buena persona.
—¿Le gusta el helado de pistacho? —Es una de las preguntas para identificar un psicópata que existen en mi mente.
—No lo sé. No es como que le estuviese preguntando si es un maldito psicópata. Una pareja vive con ustedes, son algo serio, así que no trates nada entre ellos por favor. Las reglas de la casa no son muy estrictas, pero por el amor de Dios, no me dejes mal con mi amiga y trata de comportarte un poco. —Me vio por un rato sin descuidar mucho el camino. —¿Cómo sigues sobre ya sabes?
¿A qué se refería? Intenté atinarle a la respuesta. —¿Stella?, ella no es mi novia.
Me dio una mirada como si quisiera que se la comiera la tierra. —No, babas. Tu verdadera exnovia.
—Lo normal, no como, no duermo y definitivamente no veo a otras chicas.
—Solamente tenías que decir mal. ¿Sabes que va a ser lo peor de las siguientes 48 horas?
—¿Qué?
—No vas a saber que parte es verdad y que parte es tu mente jugándote una mala pasada. —Su tono se volvió oscuro, profundo, miré a la carretera, no había autos, no había luces, no había nada.
—¿Por qué lo dices? —Pregunté asustado, apretando los puños sobre mi cinturón de seguridad.
Elizabeth giró su cabeza por el lado contrario hasta que terminó por encararme, rompiéndose el cuello en el proceso. Cuando su rostro quedo frente a mí, noté que carecía de ojos, ahora tenía dos cuencas negras de las cuales escurría un líquido negro, sus labios estaban sucios, y cada vez que abría la boca escupía sangre. —Llevas diez horas dormido en el autobús y te estas ahogando.
Fue como recibir un cubetazo de agua helada, una sensación eléctrica sin igual, mis músculos se tensaron, abrí tanto los ojos que sentí que se me iban a salir, mis manos salieron en una búsqueda predatoria por la bolsa que había visto en la red frente a mí, la extendí y cubrí mi boca con ella. En forma de vomito purgué todo lo que había comido la noche anterior. Respirar era imposible y me estaba matando. Probablemente mis ojos se inyectaron en sangre. Cuando las náuseas pasaron, mis pulmones se inflaron con tanta rapidez que sentí que me había cortado con mis propios huesos. Miré a mi alrededor y las personas me juzgaban con la mirada, probablemente pensaban que era un adicto. Mierda.