Desperté súbitamente, un grito viajó a través del bosque hacia los campamentos. Me puse en una posición que me permitiera recuperar el aliento. Mi corazón golpeaba con fuerza. La respuesta ocurrió casi instantáneamente, un grito de auxilio que provenía desde lo oscuro de la arboleda. Una luz de linterna iluminó el exterior de la tienda en la que Ben y yo nos encontrábamos. Las pisadas se volvieron murmullos. Me puse los tenis, tomé una linterna que habíamos dejado a la mano en caso de que quisiéramos salir al baño, y salí a ver que estaba sucediendo.
Miré hacia la oscuridad y no había un alma despierta, sin embargo, no había duda, alguien había gritado por ayuda. Caminé un poco en dirección al bosque forzando mi vista a ver algo, pero era inútil, no lograba ver a más de un metro en esa dirección. Estaba a punto de volver a la tienda cuando una sensación extraña me recorrió. Sentí una corazonada para adentrarme más, ignorando los peligros o mis propios miedos. Una vez estuve lo suficientemente alejado de los campamentos encendí la linterna para poder distinguir el sendero por el cual me estaba guiando mi corazonada.
Los pájaros trinaban, sacudían sus alas. Ramas secas se quebraban al caminar sobre ellas. Era toda una película de terror y yo era el único actor en la escena.
Trataba de mantenerme enfocado en encontrar aquello que hubiera disparado mi corazonada. Entre tiempos me venían imágenes de monstruos a la cabeza.
Llega un punto en el que sentí que había avanzado mucho y no encontraba razón lógica para seguir caminando, la ventisca nocturna era gélida, no podía distinguir mis escalofríos de mi miedo. Por detrás de un árbol, se acercó una de las criaturas más desagradables que había visto en toda mi vida. Yo. —¿Pensé que habíamos dejado de hacer esto hace mucho tiempo? —Pregunté a aquella aparición de mi subconsciente. La cual comenzó a caminar junto a mí.
—Ya quisieras, si estoy aquí es porque tú lo quieres. Por cierto ¿Dónde estamos? —Él ya lo debería saber. —A caso volvemos a las andadas. —Alzó las cejas.
—Estamos aquí porque… —Realmente no había una buena razón, era un esclavo de mis impulsos y la curiosidad. —No tengo idea porque estamos aquí, a veces mi cuerpo no responde como quisiera.
—Créeme, esto no es lo que yo quería. Claramente nos podíamos comer al gordito.
—Cálmate Ray, estas perdiendo la cabeza, concéntrate y encuentra algo. —Mi sexto sentido se encontraba en estado de alerta. Mi nariz captó un aroma peculiar detrás de todo lo natural. Era metálico, afrodisiaco, apetitoso. Cuando mi boca salivó llegué a la conclusión que había estado siguiendo el olor a sangre.
Mi sentido de dirección se afinó y me guiaba a través de la oscuridad, era como un sabueso. En el peor de los casos alguien había herido a alguien, el mejor era que solo se había lastimado. Desgraciadamente estaba demasiado concentrado en resolver todo esto como para salir corriendo, lo cual la opción lógica.
Apuntaba ligeramente la linterna hacia los lados para ver si me había pasado algo. Pasaron minutos hasta que encontré mi primera pista. Los lentes de unas gafas que se encontraban en la tierra se reflejaron en mi dirección gracias a la linterna. Los recogí y examiné rápidamente, estaban nuevos, probablemente se le cayeron a alguien. Los guardé en mi bolsillo y seguí caminando en la misma dirección. El aroma cada vez era más fuerte. Me había desatado hambre. Mi estomago rugía como una bestia salvaje.
Los rayos de la linterna aterrizaron sobre un arbusto. El cual tenía unas manchas de sangre sobre sus hojas. Con mi dedo toqué la mancha. Miré la yema y me había quedado una marca que no dudé en meterme a la boca. Fue un sabor inexplicable. En definitiva, era sangre, pero había algo más.
Apunté con la linterna alrededor. Descubrí una especie de cueva que emergía de la tierra. Noté que había más manchas en la entrada, pero mostraban mucha técnica como para ser naturales, era un símbolo parecido a una “S” dentro de un círculo con líneas surgiendo del centró como estacas. Avancé en dirección a la cueva. Pasé un gran roble y me encontraba viendo el interior de la cueva, apunté a la entrada y pude ver el rastro de sangre. Pensé “A caso será un oso, un lobo, ¿hay lobos u osos en Glassdrop?”. Estaba a punto de entrar cuando escuché un gemido de dolor tras de mí.
Apoyado contra el enorme árbol estaba un chico cuyos ojos estaban abiertos, inyectados en sangre, su brazo tenía un gran rasguño y una mordida cerca de la mano. Su camiseta estaba rasgada y también mostraba heridas en su pecho. Me apresuré a él. Su aroma a sangre me puso la piel de gallina. Tomé una gran bocanada de aire y le pregunté si estaba bien, pero el chico se encontraba en shock viendo la entrada de la cueva.
—Te voy a sacar de aquí. —El chico tembloroso asintió. Lagrimas corrían por su cara arañada y sucia.
Lo cargué y lo subí a mi espalda y me dejé la linterna en una mano. Di la vuelta para regresar. Cuando vi en la cueva, en la profundidad donde mi luz no lograba iluminar. Unos ojos blancos brillantes que se habían posado sobre mí. Me sentí erizado como un gato cuando está a punto de tirar un zarpazo. Hice fuerza y comencé a correr. Eso siguió tras de mi a un paso torpe, pero rápido. Hacia ruidos que no descifraba, pero diría que era como siseos de serpiente y gruñidos ligeros como un felino pequeño.
El camino era más difícil de recorrer con el chico en mi espalda, pero si lo bajaba el pobre no duraría ni un minuto. Al menos conmigo sus probabilidades aumentaban. Eso no se rendía y seguía tras nosotros. En un punto el chico se trató de mover, estaba asustado. Miré rápido a los lados y otros dos pares de ojos brillantes nos veían de lejos.