Glassdrop tenía dos equipos muy buenos en distintas ligas estatales, el equipo de Voleibol y el equipo de fútbol soccer. Esta temporada el equipo femenil de soccer había cambiado a la capitana de él y la remplazaron con la novata de oro: La bruja Valenzuela. Un apodo bastante severo, sin embargo, le habían nombrado así por su ruda actitud, su fiereza en el campo y los movimientos hechizados que era capaz de hacer. Daniela “La bruja” Valenzuela tiene uno de los tiros más fuertes de todo el estado y posiblemente del país. Su velocidad y rendimiento es lo que la colocó en la posición de delantera. Es la jugadora más valiosa de la temporada con veintiún goles y cinco asistencias hasta el momento, con ella el equipo no conoce la derrota.
Las cazadoras se encuentran en la primera posición de la liga. El día que voy a relatar ellas se iban a enfrentar contra las Avispas de Saint Anthonys, quienes eran el segundo mejor equipo en esta temporada.
Hay algo que hace especiales los partidos de Glassdrop, y es su clima. Imagina estar jugando a las ocho de la noche, el sol se ha ocultado, las enormes lámparas del estadio iluminan como si se tratase de la estrella de la mañana, el aire es lo suficientemente agresivo como para considerar cancelar el encuentro, sin embargo, si ese fuese el caso nunca se realizarían partidos en Glassdrop. Sumemos todo esto a que estaba lloviendo ligeramente, lo suficiente para que los aficionados y la porra tuviese que vestir rompevientos.
El estadio estaba abarrotado de aficionados, muchos de ellos portaban el maquillaje de guerra característico de la escuela, tonos azules con naranjas. Los cuerpos se pegaban lo suficiente para transmitirse el calor en aquella helada noche. Era visible el vapor que emanaban las personas al gritar la típica porra. “Vamos cazadoras”, “Hora de cazar”, las cuales eran acompañadas de azotes contra el suelo y aplausos ensordecedores. Era tal la vibración en las gradas que se habían mandado reforzar por seguridad.
Llevaba una gorra para cubrirme de la lluvia, una pantalonera deportiva y un jersey del equipo. Comprarlo me había costado una cantidad exorbitante, pero estaba decidido a estar presente, pues había desarrollado cierto interés hacia la capitana del equipo. Estaba en la primera fila de las gradas este, casi a la mitad del campo. Había estado siguiendo con precisión cada uno de los movimientos de Daniela.
Las jugadoras salpicaban agua al correr, se podía notar que realizaban un esfuerzo extra para no resbalarse con la lluvia. Sus inclinaciones eran una de las cosas que me tenían al pendiente de su seguridad. Tendía a inclinarse mucho al tirar a gol, aunque siempre conseguía el apoyo suficiente para ejecutar el tiro.
En el futbol femenil era menos común toda la patraña de la actuación al momento de las faltas o fingir caídas, era más noble y de cierta manera más violento. Las chicas juegan mucho mejor que los hombres para resaltar que el deporte no es dominado por los varones.
Íbamos perdiendo por un gol, el marcador anunciaba los cinco minutos restantes en el reloj. Daniela iba a la cabeza con el balón, se encontraba en la zona de tiro, no obstante, se vio arrinconada por la defensa del equipo, por lo que inicio un retroceso fantasma que despistó la defensa y realizó un tiro con giro de ciento ochenta grados que se filtró y marcó gol.
Para el inicio de la siguiente jugada aun con cuatro minutos en el reloj, el equipo de Avispas logró avanzar a nuestro territorio, Daniela trató de interceptar el balón, cuando una de las jugadoras se le barrió golpeando su pierna izquierda. La desplomó al suelo, parecía que le había provocado una fractura grave. El corazón se me detuvo en ese momento. Quería saltar la barda y correr a ayudarle. Entre la porra se abucheó a las Avispas, se les acusó de tramposas. El árbitro pitó falta y entregó una tarjeta roja. Eso les saldría caro. Mientras tanto Daniela seguía en el suelo tratando de ponerse de pie. Bajó una de sus calcetas para ver la herida. Entre varias personas lograron ponerla de pie. Daniela luchaba contra aquellos que la llevaban fuera del campo, trataba de soltarse para golpear a la perpetradora de la falta. Su eterna rival, Angelica Portillo. Quien según había sido informado estuvo en el mismo equipo que Daniela. Entre la porra y la lluvia no escuchaba las palabras que decía Daniela, sin embargo, si pudiese describir la oración en base a sus labios puedo asegurar que hubo varios “hija de puta” en ella.
En ese momento todo acabó, Daniela fue remplazada por Sophie Thomson, pero no se logró salir del empate.
Fue una noche triste para las cazadoras, sin embargo, todos estarían hablando de las excelentes jugadas de las que fueron espectadores y de quien era el villano en esta historia.
Permanecí en el estadio cuando los aficionados se retiraron, la lluvia se había detenido, pero dejó su rastro de charcos por todo el campo. Estaba esperando que las jugadoras comenzaran a salir. Tardaron alrededor de quince minutos en salir de los vestidores, atravesaban el campo pues estaban evitando al equipo contrario. Todo el equipo estaba saliendo y no había un solo rastro de su capitana, así que terminé por saltar la barda y correr a la jugadora más cercana la cual rápidamente me divisó a la distancia.
—Disculpa, ¿Dónde está la capitana? —Pregunté.
—Esta allá adentro, si la ves le puedes decir que vamos a ir a Micha’s para beber nuestras penas.
—Claro.
Me encaminé a los vestidores, los cuales eran una gran estructura que conectaba con uno de los edificios de la escuela, era un super complejo deportivo. Empujé la puerta y entré, casi todo estaba a oscuras, luz se filtraba por el pasillo que llevaba a los vestidores de las chicas. Caminé de forma discreta, no quería alertar a nadie. Cuando estaba a punto de entrar di un pequeño vistazo para asegurarme que no hubiese ninguna chica desnuda o en el proceso de cambiarse. Negativo. Solamente estaba Daniela metiendo cosas a su casillero, había dejado el uniforme atrás, ahora llevaba unos leggins negros, una sudadera gris y una camiseta negra debajo. Había soltado su cabello de la cola de caballo que usó todo el juego. Su cabello se enchinaba ligeramente por la humedad. Se le veía molesta, esto pude corroborar por la forma apresurada en la que tomaba y lanzaba cosas al casillero. Salí de mi escondite, golpeé el casillero más cercano a mi para llamar su atención.