Desafortunadamente la lavadora se había averiado días atrás, se propuso que lleváramos la ropa a las lavasolas. Aquel día me tocaba limpiar la ropa a mí. Llevé un canasto lleno de ropa sucia de color, una botella de jabón líquido y una de suavizante de telas.
El negocio de las lavasolas estaba en la concurrida Warren Street. Como era de esperarse en fin de semana la fiesta había tomado control de la calle. Los bares estaban abarrotados, guirnaldas de focos de colores deslumbraban la calle que ahora era un enorme paso peatonal.
Las lavasolas estaban detrás de la licorería. Este era un espacio pequeño, un cuarto blanco con diez lavadoras y diez secadoras apiladas una tras otra. Una máquina de fichas especiales, un dispensador de jabón y un par de sillas plegables, era común escuchar música pop durante la espera.
Cuando entré el lugar estaba mayormente vacío, solamente estaba el encargado, pasando las páginas de un libro de texto, frotando su marcatextos amarillo contra las brillantes páginas blancas.
Cambie un dólar en la maquina y esta me dio cuatro fichas para utilizar en las lavadoras. Me apresuré a vaciar la ropa en la lavadora, aplicar dos tapas de suavizante y dos de jabón.
Tomé asiento en la silla más cercana y esperé impaciente. Aun no podía sacarme el olor a pantano, probablemente Ben se sentía igual. Fue muy descuidado, de no ser porque estaba ahí para sacarle del agua, la historia habría tomado un giro diferente.
Por lo que me logró contar no había sido su primer rose con la muerte, hace unas semanas estaba siguiendo uno de los rastros de otro de sus mundos perdidos, cuando sin darse cuenta entró en propiedad privada, y como es bien sabido los texanos protegen sus tierras a capa y espada, para su suerte solamente dispararon una advertencia hacia enfrente de sus pies.
Caí dormido sin darme cuenta, cuando desperté la secadora estaba anunciando el término de su ciclo. Saqué la ropa aun caliente por la secadora, era tan abrigadora como una sopa, un suéter en invierno, o un café. Pasé la ropa de vuelta al canasto. Iba saliendo de las lavasolas cuando creí escuchar una voz familiar. Venía del costado de la tienda, por el tono que lograba percibir sonaba como una discusión.
Me acerqué hacia la esquina, espié hacia el estacionamiento que estaba al lado del local. —Voy a necesitar que me des esa mierda. —La voz me parecía familiar, sin embargo, no lograba descifrar de quien se trataba. Había dos figuras discutiendo, una de ellas llevaba una sudadera negra con capucha, la otra era una chica, con ropa deportiva. —Jenny, no estoy de broma. Dame esa chingadera. —La chica, Jenny, le entregó una pequeña bolsa ziploc con una especie de polvo negro dentro de ella. —¿Es todo? —Preguntó molesta alzando la voz.
—¡Si! —Jenny agitó sus brazos. Por los rasgos que pude captar de ella, se le veía cansada, con las ojeras marcadas, los ojos rojos, como si se tratase de una persona enferma, por el contexto claramente se trataba de drogas.
La figura encapuchada se guardó la bolsita en la sudadera. —Tú sabes lo que le pasó a Roma, y es o que te va a pasar a ti si no haces lo que te digo.
No parecía una venta de drogas, tal vez la chica le había quedado mal con el dinero. Aceleraba el ritmo de mi corazón, pensar en lo que le había sucedido a esa tal Roma. Tarde en recordarlo, pero no era la primera vez que veía esa sombra encapuchada. Claramente había visto aquella prenda antes. Primero cuando encontré aquel cadáver en la plaza a la mitad de la madrugada, y en la ropa sucia del departamento.
La persona desconocida adoptó un tono agresivo. —¿De dónde sacaste esta mierda?
La chica trató de ahorrarse el comentario, pero la presión que ejercía esta persona era más fuerte. —¡El almacén!
—¿Esto de quién es?, ¿Hugh? —La chica no respondió, sus gestos indicaban que se trataba del caso. —¡Hijo de perra! Lo voy a matar. —La figura encapuchada volteó en mi dirección, lo que me llevó a retroceder y esconderme dentro del establecimiento de lavadoras.
Me llevé la mano al pecho. Estrujé con fuerza cerca del corazón. Un sonido estático se estaciono en mis oídos. Sentí la boca seca. Me presioné contra el muro para desaparecer de su vista. Sentí como los ojos se me inyectaban en sangre por la tensión del momento.
Un tenis apareció en el umbral del negocio. Sabía lo que me esperaba. Me encontraba en problemas. Le siguió la aparición de un cuerpo completo. La figura encapuchada veía hacia el fondo del negocio. Arrastré mis pies tratando de no hacer ruido, ocultándome tras una de las máquinas de secado. El encapuchado entró al negocio. Escuché sus pasos alejarse de mí.
Estuve a punto de salir de mi escondite para echarme a correr cuando un par de pierna se posaron frente a mí. Alcé la mirada lentamente. Primero noté los jeans, luego aquella sudadera negra. Continué alzando la vista hasta que mis ojos se toparon con los suyos. Traté de ocultar el miedo, y el nerviosismo.
El aroma frutal de su cabello me provocaba una sensación desconocida en el estómago, el café de sus ojos me recordó la tensión de estar sumergido en aguas pantanosas. Pero lo que más me tenía preocupado era la conclusión a la que había llegado sobre su identidad. —Ray, ¿Qué haces por aquí? —Daniela se retiró la capucha de la sudadera dejando caer su cabello.
Estaba petrificado, saboreando mi propia perdición. Tragué saliva. Me paré lentamente para quedar a su misma altura. No había forma de ocultarlo, era obvio que sospechaba que la había visto, al menos esta vez. Sin embargo, lo que ella desconocía era que le había visto frente al cadáver. Me sentía atrapado en una jaula con un león, buscaba cualquier esquina para resguardarme.