La noche del incidente
Era de noche, la lluvia no tenía pinta de que fuera detenerse o apaciguarse en algún momento, tenía sangre seca en el cabello pegada como un chicle, y una gran marca de atadura en las muñecas.
No supe a que otro lugar ir, con quien ir, estaba aterrado de lo que podría hacerles a mis padres, lo que podría hacerle a Maryann, vaya estaba asustado de lo que podría hacerle a quien se cruzara frente a mí. Así que fui con aquella persona que se llevaría mi secreto a la tumba.
Termine en la habitación 124 del hospital, entre a hurtadillas cerrando la puerta tras de mí. El cuarto estaba envuelto en un manto de oscuridad. El único ruido en la habitación era el de los respiradores y las maquinas. Ensordecedores en su sentido. La cama estaba escondida tras una cortina. Había unas sillas en la habitación, estaban colocadas estratégicamente contra la pared para que recargaras la cabeza contra ella. Cerca de la camilla se encontraba una pequeña mesa de noche con arreglos florales, osos de peluche, y un reproductor mp3.
Me tumbé sobre la silla, subí los pies y abracé mis piernas. Traté de ser fuerte, de resistir el quiebre, no quería llorar, no quería despertarla. No quería que me viera frágil. A quien engañaba. En el fondo deseaba que se diera cuenta que estaba ahí y me dijera que todo iba a estar bien, porque yo no lo creía.
Jadeaba con cada respiro, probablemente mi cara estaba roja, por mis mejillas transitaba el llanto incontrolable. —Contrólate. —Me murmuraba a mí mismo. —Todo estará bien.
Me sentí como aquella vez cuando tenía cuatro años y me separé de mi madre en el centro comercial. Me escondí tras las prendas en medio de un aparador circular, lloré por minutos hasta que alguien se dio cuenta que estaba ahí y llamó a seguridad del centro comercial. Luego de unos minutos mi madre llegó, abrió el aparador y me sostuvo en sus brazos. Solo que esta vez ella no vendría a por mí. Había sido muy clara.
De vuelta en el hospital ella comenzó a toser, traté de guardar silencio. —¿Quién está ahí? —Preguntó con su voz rasposa. —Sea quien sea, me podrías dar un poco de agua, esta sobre la mesita. —Su frágil y huesuda mano se filtró por un lado de la cortina y señaló el vaso de agua.
Bajé mis pies y me puse en pie. Me encaminé a la mesita, tomé el vaso de agua y una pajilla. Me coloqué enfrente de la cortina y la corrí lo suficiente para pasarle el agua. Aun en aquella oscuridad yo le podía ver con lujo de detalle. Me dolió haber olvidado la difícil situación en la que se encontraba. No la había visto en un par de días y ya no reconocía a aquella chica que conocí alguna vez.
Estaba poseída por un monstruo llamado cáncer. Era como ver un animal dando su ultimo estertor luego de ser golpeado en la carretera. Todos los cabellos negros se habían perdido, su piel era aún más pálida de lo que recordaba, sus ojos azules habían perdido el brillo y estaban ocultos entre aquel gran par de cuencas oscuras. Sus mejillas estaban hundidas, mostraban extrema delgadez. Sus labios estaban morados, quebrados. Era horrible. Traté de dar una sonrisa, no sé si lo logré, solo sentí que mi cara se tensó.
—Espero que estés llorando. —tosió nuevamente. —Porqué finalmente te diste cuenta de que yo era mejor partido que mi hermana. —tosió y trató de reírse. Por un instante pude ver dibujada su vieja imagen a través de su sonrisa. Rei. Acerqué el vaso de agua y le coloqué la pajilla cerca, ella sorbio un poco de agua y me pidió que apartase el vaso. —¿Qué haces aquí, Ray? —Vio la situación en la que me encontraba, sus ojos se encontraron con los míos y trate de voltear a otro lado.
Agite la cabeza. —No lo sé, el viento me trajo aquí. —Extendió su mano buscando la mía, tuve que acercarme para que ella entrelazara su mano con la mía. —Te ves horrible.
—Gracias. —Tosió. —Es lo que estaba buscando cuando me sometí a las quimioterapias, buscaba algo entre zombi y cadáver ¿Crees que ya le puedo decir al doc que pare? —Volteó a ver mis ropas. —¿Me vas a contar porque están manchadas de sangre tus ropas? —Dejo las bromas y preguntó seriamente.
—Hice algo horrible. Creo que finalmente crucé la línea. —Aprete un poco su mano. —No supe a donde ir, a quien recurrir.
—Entonces, ¿decidiste contárselo a alguien que se lo llevara a la tumba en unos días? —Bromeo nuevamente o tal vez no, en esa ocasión no rio. —Todo estará bien. Vas a salir de esta, tienes que ser fuerte. Sé qué crees que todo esto es demasiado para ti, pero Dios no elige a las personas equivocadas para pelear las batallas. —Tosió. —Yo no creo en Dios, por eso estoy perdiendo en este momento. —Tomó una gran bocanada de aire. —Hay personas que creen en ti y te necesitan, mi hermana, por ejemplo, sabes bien que en unos días te necesitara más que nunca.
Fui incapaz de notar cuando volví a quebrarme, pues de un momento a otro estaba empapado de lágrimas. —Jess.
Tomó mi mano con la poca fuerza que le quedaba. —Tienes que ser fuerte, ¿entiendes? Tienes que ser fuerte por mi hermana. Ella piensa el mundo de ti. No puedes seguir viniendo a llorar con tu ex, solo porque encontró una dieta para morirse y ahora se ve super delgada y no es porque haya perdido todo su cabello en el proceso. —Soltó mi mano. —Tal vez si el destino hubiese obrado de manera distinta. No tendría por qué decir adiós cada noche antes de dormir. Tal vez no tendría que partirles el corazón a mis padres una y otra vez. —Lagrimas secas escurrieron por sus ojos. —Pero no creo que lo soporte mucho más. He perdido las fuerzas para pelear. Y no quiero seguir lastimando aquellos que me importan.