Mercy Adams y la rosa de antaño

La escuela

Entendió muchas cosas en ese pequeño instante, menos el dolor que inundaba su alma y el sueño que la llenaba de inmenso gozo, al fin y al cabo este era su debilidad. Tan solo basto abrir sus ojos para sentir esa pequeña lágrima al caer por su suave y delicado rostro, la cual demostró que su ser era sensible y fuerte a la vez. No quería levantarse, para afrontar de nuevo el mismo camino que seguía y aunque ella quería una cosa, la razón propia la obligaba a olvidar lo que no soportaba y cuidar de aquello que el destino le presentaba.

Su cabeza decía constantemente. «Mercy no vayas a la escuela, olvida la rutina, se libre, sigue tu propio camino» y aunque tenía el derecho a escucharse a sí misma, también tenía el deber de olvidar a su conciencia, aunque sonara por dentro de sí como un golpecito anhelado que venía del subconsciente, aquel que suele engañar sin escatimar la realidad. Pero así debía ser su día a día y sabía que podían quitarle su opinión, más nunca ella misma se limitaría a luchar por lo que sentía.

—¡Mercedes levántate, ya es hora de ir a la escuela!.—gritó una voz que resonaba en su cabeza una y otra vez, como el sonido de las campanas de una iglesia cuando da la hora de la ceremonia.

Al colocar sus pies en su pequeña alfombra se dio cuenta de que pisaba tierra y que su dolor permanecía en un simple sueño. Pero no quería decir que este iba a estar ausente todo el tiempo que ella dispusiera para evitarlo. Detalló su grande y fina habitación, todo estaba en su lugar y bien arreglado, adoraba el color que la rodeaba. El morado pálido hacía juego con sus gustos, sintió que el suelo estaba frío, así que iba a tomar las sandalias de peluche que estaban diagonal a ella, pero tomó las chanclas para darse una ducha antes de ir a la escuela.

Sintió el agua helada, así que no tomó mucho tiempo, agarró su uniforme colgado al lado y no se preocupó por ver lo que llevaba puesto todos los días, así que se dirigió al espejo y peinó sus rizos deformes, con ayuda del secador sacó un mechón de cabello a cada extremo, nunca le interesó el maquillarse así que divisó su presentación. Pero vio una niña delgada, de piel trigueña y ojos negros, muy oscuros, con algo de belleza en su rostro, pero que ignoraba aquello que según su perspectiva nunca había importado y menos cuando se llevaba un uniforme de falda de cuadros y camisa manga larga que casi ni la dejaba respirar, lo único llamativo era el botón con el emblema de su escuela, al fijarse al ver la hora en su reloj dorado de pared, se dio cuenta de que el tiempo no iba a su favor.

Tomó las medias largas de malla y los zapatos colegiales bien pulidos y preparados, mientras se los colocaba pensaba en lo bello y elegante que era su reloj, su ropa y su vida, pero era aquello a lo que menos prestaba atención, ya que había momentos en los que ni mucha riqueza junta podían aliviar el dolor del pasado y la triste realidad de su posición. Ya preparada con su bolso aterciopelado, no logró idearse nada hasta cerrar la puerta y descubrir aquel pequeño que no dejaba de mirarla.

—¿Qué haces ahí en el suelo?.—le preguntó agachando su mirada y tomando los dos brazos del bolso que daban con sus hombros.

—Esperarte, ¿estás lista?.—decía tartamudeando muy mal, tanto que aprecia más un balbuceo.

—No te entiendo, pero veo que a ti te falta una arregladita de cabello, ven levántate, vamos a terminar.—tomándolo de los brazos, lo levantó y condujo a su habitación para prepararlo bien. Mientras lo peinaba observaba aquel niño de siete años, de estatura baja, pelo negro y de piel blanca con ojos azulados, que no dejaba de moverse y jugar con sus pequeños carros. Amaba Los carros, tanto que su habitación estaba algo más colorida que la suya.

—Quédate quieto Michael.

—En un momento.—pero mientras más le decía menos le hacía caso. A veces solía quedarse petrificado, mirando a la nada y otras solo se iba a otra parte sin razón alguna.

—Prométeme que vas a hablar más hoy en clase. —le recomendó mirándolo a la cara y señalándole con el dedo meñique que debía hacer una promesa.

—Siempre lo hago.—decía con sus manitas mientras deletrea o a veces simbolizaba de una vez las acciones. Después únicamente se iba de nuevo a otra parte, no le agradaba mucho estar en una conversación, para nada.

—No es lo que me dicen.

—Tal vez te lo dicen mal.—no era verdad, ya que la maestra había hablado cientos de veces con su tía y siempre era lo mismo, no estaba bien juzgar a su primo, pero siempre colocaba su problema de discapacidad auditiva para no hablar en clase, no tener amigos y ni siquiera dirigirles la palabra a veces.

—No olvides tu audífono.

—Oh, sí.—al tomarlo se lo colocó muy rápido.—Te prometo hacerlo, algún día...—le decía con sus manos, las cuales prefería usar para su comodidad.

—Y yo te prometo llevarte en mi carro preferido.

—Pero si no tienes.

—Pues ya tengo.—tomándolo de un abrazo, le invitó a subirse a su espalda para jugar a caballitos, para nunca terminar la alegría que tanto vivían. En toda la casa se escuchaban sus risas, en un momento todo era luz y esperanza, tal vez debía ser así siempre, pero como nada es eterno no vieron venir el tiempo y sí que menos a su tía Kate.

—¡Mercy, por todos los cielos!... bájalo, no ves la hora que es.—se acercó a ellos una mujer alta de cabello negro, piel blanca pálida, algo tersa, y ojos oscuros, con un traje muy elegante negro como de institutriz o más bien de instructora algo disgustada.

—Solo juega...

—Ni una palabra más, acaso quieres ocasionar otro accidente.—aunque sabía a qué se refería su tía, no lograba entender por qué tenía un comportamiento tan inflexible con su familia y a veces llegaba a pensar. «¿Michael será su hijo u otro sobrino adoptivo?».

Aunque su tía Kate estaba con ellos, parecía más bien ser su institutriz que su única familia, caminaron juntos hasta el comedor donde los esperaba un suculento desayuno preparado por Carol, la encargada de los quehaceres y deberes. Mercy observó su caldo con arepa, huevo, pan, queso, jugo de naranja y café, además de la canasta de frutas en frente, realmente su apetito se hacía menor cada día, así que era prudente con la comida. Después se sentó delicadamente en la silla esquinera, la tía Kate se dispuso a anunciar.



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En el texto hay: ciencia ficcion, magia, mentirasydolor

Editado: 14.08.2022

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