Ya era la hora de reír o llorar. No era lo que en realidad le importaba, puesto que solo quería ver de nuevo a su linda abuela, la adoraba y no interesaba si tenía un ridículo traje puesto, en el fondo una voz le decía que todo iba a estar bien. Se acercó a la ventana, para ver de reojo si había señales de ella, pero nada. Se acercó al espejo y definitivamente parecía salida de un cuento de princesas, intentó soltarse el moño o sacarse un fleco, pero estaba tan apretado que aún recordaba a su tía Kate discutiendo miles de veces por lo mismo, su cabello. En su mente siempre se preguntaba «¿Qué culpa tenía de que fuera tan abundante?», aún recordaba que su madre también lo tenía así, era lo que la hacía única y más hermosa.
Pensó mucho en aquel recuerdo, y en tantos que aún tenía de su infancia, nada fue tan perfecto o no sabía muchas cosas que no entendía, pero en su interior confiaba en que lo mejor era dejar las cosas como estaban, es decir, como los demás lo preferían, en calma. Se sentó un rato a leer, sabía que era la mejor manera de evitar reflexionar sobre aquello. Era un libro de historia, el cual hablaba de lo mismo que ya todos sabían, se acercó a la mesa y encendió el portátil virtual, era lo mejor que habían dejado las mejores creaciones del pasado. Solamente con hablar, la información quedaba grabada y escrita, además, con tan solo tocar la imagen en el aire, se podía navegar e incluso sentirse dentro de su la proyección, cualquiera hubiera dicho en cualquier momento, que era imposible ser tan perezosos.
Cuando diviso lo que estaba buscando se alegró mucho, que bueno que lo había encontrado, ese libro contenía muchos datos curiosos, pero no lo suficiente como para hacer un buen trabajo final. Sus calificaciones, siempre eran las mejores por una razón, siempre sospechaba de lo más mínimo, indagaba sobre absolutamente todo y hasta no encontrar más respuestas, no dejaba, jamás, de intentarlo. Hablaba de lo mismo, la guerra entre continentes, los miles de muertos y cómo las poblaciones se habían dividido para terminar esparcidos pocos en el mundo y reunido a la gran mayoría que quedaba, en un solo territorio, el más conocido como Helios, con un país central, Francia, allí donde vivían pero...
«¿No puede ser?. ¿Será ella?». Pensó en ese momento, cuando un carro comenzó a pitar demasiado fuerte, al frente de la mansión. Se levantó de su escritorio y sin zapatos, disparada como una bala hacia la ventana, mientras veía el automóvil. Si era ella, o eso suponía, ya que solo había visto su carro negro porsche, aparcando cerca a la reja de entrada. Dejó todo y salió corriendo. Se tropezó de inmediato al ir bajando las escaleras y hasta casi que choco con Carol, pero por suerte, logro esquivarla, al frente veía a su tía caminando con Michael, así que los dos se sorprendieron al verla. Se apartaron y ella solamente corría a un punto, tan rápido, que el sombrero se le cayó, comenzó a sudar y su respiración se agotó mucho para cuando llego. No alcanzó ni a verla, cuando de un abrazo se unió de nuevo a esa gran mujer que la cuidó y la amo tanto. Michael tomó de la mano a la tía Kate y se unieron al abrazo, todo estaba tan bien, no podían estar mejor, el mundo no podía ser mas perfecto con tan solo saber, que nada podía dañar esa hermosa unión familiar.
—Dime mamá, ¿cómo estuvo Gran Andorra?.—decía su tía con gran entusiasmo. Mientras Mercy la ayudaba con las bolsas.
—Gracias linda.—le respondió con amabilidad al quitarse también la gabardina que llevaba puesta.
—Pues que te digo, lo mismo, querida.—Mercy no pudo evitar escuchar mientras colocaba las bolsas en el sillón.—Escasez de todo tipo, el clima no favorece los cultivos y hay muchas pandillas por la discriminación entre culturas, razas y religiones, pero lo peor de todo, es la pobreza y el hambre que muchos están viviendo, es una situación que sigue siendo muy complicada.
—Ahí madre, ojalá que algún día todo mejore.
—Créeme, hija, nosotras tenemos suerte de vivir en una zona tranquila y lejos de aquellos conflictos tan perjudiciales para todos.—con señas Michael le decía a Selena muchas cosas, pero entre ellas la prioridad era si les había traído regalos. Otra vez había dejado su audífono en la habitación. La abuela no sabía tanto del lenguaje de señas, así que le decía a Mercy, para que ella le tradujera y fuera su intérprete.
—Querida, dile que sí y muchos, pero a la cumpleañera le doy el regalo mayor pasado mañana.—exclamó mientras que le guiñaba el ojo.
—Oh por todos los cielos, casi que lo olvidaba.—reaccionó, levantando sus brazos y recostando sus manos a la cabeza. Pasado mañana cumplía trece años, como pasaba el tiempo de rápido, habían sucedido tantas cosas que hasta había olvidado que la fecha más especial para ella se acercaba. La noche también se hacía poco a poco presente, aunque tenía ganas de salir. Michael estaba muy emocionado con sus regalos, un avión a control remoto, un libro virtual, un camión que se transformaba, caminaba y hasta hablaba, pero más que todo, un aparato para su oído. Mientras más se esforzaba por ocultar los recuerdos, los murmullos entre Kate y la abuela le hacían sospechar que algo estaba ocurriendo.
Siempre tenía la misma intención, olvidar lo que no merecía tener presente, pero había cosas que eran parte de ella, secretos que hasta se llegaban a tener consigo mismas, definitivamente ellas no sabían ocultar que había algo importante de lo que nadie podía enterarse, pero que Mercy lo averiguaría, era su mayor cualidad, además, resolver los acertijos era su pasatiempo favorito.
—Muy bien niños, es hora de ir a la cama.— dijo la tía Kate después de tener una gran cena con pavo bañado en salsa y un gran buffet.
—Pero todavía es temprano.—decía mientras bostezaba y Michael decía lo mismo con sus manos pero en señas.
—Creo que lo dijiste tarde.—le sacó la lengua, pero eso, basto para hacer enojar a la tía.