Mercy (y yo): Sabiduría del Amor

2: Somos un sueño

Liam

Okay, debí haberlo sabido desde el primer momento en que lo vi o siquiera lo pensé. Toda esta situación es como un clásico cliché de comedia romántica, de esos que te topas los sábados por la noche en algún canal de televisión al azar. Ósea, un chico que desesperadamente quiere conquistar a la chica y sale de su zona de confort para hacerlo... Suena como ya algo antes visto, pero supongo que no tengo nada que arriesgar, no con mi triste vida.

—Listo, aquí podemos charlar en privado —digo abriendo la puerta de mi oficina y dejándola pasar.

—Está bien —responde abriéndose paso por delante de mí hasta sentarse en el borde de mi escritorio, inclinándose con sus manos sosteniendo la madera.

Me quedo en el centro de la habitación observándola, expectante, tal vez no es la mejor estudiante del campus o la más amable, pero su confianza es algo a lo que no le puedo quitar mérito..

—¿Y… ahora? —me pregunta con desespero, tal vez me le quede viendo por mucho tiempo.

—Tú dime —levanta los hombros—. Eres la experta.

—No soy una experta —rueda los ojos y alza los hombros por un segundo—. Sólo soy buena observando y asumiendo cosas a partir de ahí.

—Sí, lo noté en la cafetería. Gracias por tu impresión, por cierto —cruzo los brazos sobre mi pecho.

—De nada —contesta como si hubiera sido un halago de verdad y con una sonrisa sin dientes—. Y sí no te importa es lo único que diré sobre mí. ¿Y qué tienes planeado para la cita?

—Amm… —pongo mis manos en mis bolsillos— ¿Cena y espectáculo? —lo sugiero porque es lo típico que se hace, ¿no?

—¿Me estás diciendo o pidiendo permiso? —entrecierra sus ojos.

—Amm... Diciendo.

—Si quieres parecer un hombre decidido no comiences una oración con "Amm", el primer consejo que te voy a dar es que debes tener seguridad y una buena actitud, pero bueno arreglaremos tu problema de confianza después... Continúa —hace un ademán con su mano.

Decido ignorar su nada cortés comentario y continuar.

—La puedo llevar a un bonito restaurante italiano y luego tal vez…

—No espera —pone su mano en señal de alto—. ¿Italiano? ¿Predecible, no?

—¿Qué tienes en mente?

—Sé de buena fuente que la señorita Clark ama un restaurante de sushi ubicado en el centro.

—Bueno, el sushi no suena tan... tan mal —levanto los hombros.

—¿Y el entretenimiento?

—Hay una galería de arte contemporáneo esta semana, no debe ser difícil conseguir boletos...

—¡Listo! —da un salto triunfal del escritorio y sus plataformas hacen ruido al chocar con el suelo— Ya tienes tu cita armada. Ahora, muéstrame cómo caminas.

¿Cómo camino?

—Sí, quiero ver para mejorar tu aspecto.

Bueno, tiene un poco de sentido. Acepto.

—Pues así… —camino unos cuantos pasos  por la oficina.

—Como si no hubieras comido en una semana —se cruza de brazos.

—¿Cómo?

—Tienes que caminar con fuerza, imponiéndote —aprieta sus puños y tensa los hombros tratando de enseñarme—, con los hombros erguidos.

Trato de seguir sus indicaciones, pero se me dificulta un poco.

—¿Qué es eso? No zapatees, y relájate, pareces soldado con angustia. Vuelve a intentar.

Lo hago, empiezo a hacerlo un poco más diferente. La miro para saber cómo estuve.

—Pues peor no podías estar. ¡Nos vemos! —ajusta la correa de su bolso en su hombro y se dirige hacia la puerta.

—¡Espera! ¿Eso es todo, ya te vas?

—Tranquilo —abre la puerta y da media vuelta sonriéndome—, sólo voy a mi siguiente clase. Aun tengo que hacer algo con tu personalidad y ese atuendo —me señala completo.

¿Qué podría tener de malo mi ropa?

Rayos, estoy en el purgatorio esperado por una adolescente pretenciosa para que me juzgue.

 

—Nos vemos en la siguiente clase —me despido de mis últimos alumnos del día.

Froto el puente de mi nariz antes de empezar a empacar algunas cosas del escritorio en mi maletín.

—Toc toc —escucho en la puerta. ¡Oh, Dios! Es ella, Sarah, con una sonrisa que hace ver su rostro aún más hermoso—. ¡Hola!

—Ho… hola, Sarah —le sonrío embobado.

—Oye, estaba pensando que quiero un café, ya terminé por hoy y creo que tú también así que... ¿Vamos? —apunta con su pulgar por detrás de su espalda.

¡Obvio que sí! Soy un hombre que ama el café y a ti también.

—Sí, sí, claro... Sólo déjame… —señalo mi maletín— Y nos vamos a la cafetería que prefieras.

—Pero estaba pensando tal vez en algo más íntimo, ¿sabes?. ¿Por qué no vamos a tu casa?

 —Ah, ah... Claro, si tú quieres —pongo una mano sobre la cadera y extiendo la otra en un gesto de "claro, pasa adelante".




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