Merfil

02.

Un hombre que estaba cerca escuchó y se le acercó.

—Hey, yo puedo llevarte.

Martín giró en busca de aquella voz, un hombre detrás de él se acercaba. Era alto, barbudo y muy fornido.

—¿Enserio?— dijo asombrado,—pero...cuánto costará el viaje.

—No se preocupe, siempre paso por allí, no será nada mal un poco de compañía. — habló, al mismo tiempo que encendía un cigarrillo.

***

Martín había vivido en Merfil desde que nació, o así era como él lo recordaba. Su madre era una costurera y su padre un comerciante. Pero no cualquier comerciante, era el más reconocido del pueblo por tener una forma única de trabajar.

Un día, a los cinco años, su madre le llamó. Ella estaba cocinando. Martín ingreso y ella le preguntó:

—Hijo, ¿has tenido sueños o pesadillas estos últimos días?

Martín negó con la cabeza, sacudiéndola de un lado a otro.

— Bueno. — agregó y siguió con sus cosas.

Desde aquel día, Martín se percató que su madre andaba muy preocupada, a veces cuando trabajaba se pinchaba el dedo con la máquina de coser, o se quedaba viendo la ventana, sentada, como recordando algo de antaño que surgiera desde el más profundo rincón de su corazón y se lo enviara a su cabeza para perderse en la nostalgia.

Poco a poco, ese sentimiento se convirtió en miedo, un miedo que la perseguía en las noches cuando dormía, y se despertaba gritando o llorando. Marco la tranquilizaba y le decía que estaba bien. Su padre era un hombre grandioso, podía ser tierno cuando se lo proponía, o también recto cuando lo requería. Sin embargo, lo que empezó a suceder a su madre preocupó a Martín, y más aun a su padre, el cual empezó a ir a varios doctores preguntando qué era lo que tenía su esposa.

Una noche encontró la respuesta a lo que tanto buscaba y se cuestionaba con desesperación. Liz, como le decían de cariño, empezó a hablar mientras dormía, balbuceaba palabras incoherentes, pero una oración le dio la señal. «Papá, porfavvorrrr no mme gas dañño»

***

 

 

— Hey, ya estamos llegando. — dijo el camionero.

Martín se desplegó del sueño, y miró al hombre. Aquel tipo era pelirrojo y barbudo, por un momento olvido quien era, hasta que recordó lo sucedido en el terminal. Llevaba un cigarrillo en la boca, el quinto para ser precisos desde que partieron. Una camisa a cuadros de color rojo y negro, una chaqueta y unos vaqueros combinados con las grandes botas oscuras que pisaban los pedales.

Para llegar tenían que rodear una gran colina llena de pinos y olmos, y luego descender hasta pasar por un viejo pero resistente puente de piedra y llegaban a la división de la vía. Una que te llevaba hacia otro pueblo lejano llamado Virtom, y el principal, Merfil.

Le pareció extraño que dijera que ya estaban llegando cuando recién iban a la mitad del camino, ni siquiera habían terminado de rodear la colina.

El camionero miró a Martín y luego volvió a la carretera.

— Que pasa chico, estás pálido. — exclamó, con un tono casi español.

— No, nada. — respondió.

— Veo que algo te preocupa, se nota a simple vista. Mi madre solía decir que la preocupación te hacía más viejo y te demostraba mayor madurez.

Su voz era ronca y hablaba como si algo le hiciera irritar.

— ¿Madurez? — inquirió

— Si, al estar preocupado por algo significa que te estás haciendo responsable de aquello, que entiendes tal vez la gravedad del asunto...pero bueno, supongo que eso depende.

—Oh.— agregó Martín,— pero no estoy preocupado, solo que me trae muchos recuerdos pasar por estos lugares.

— Caray, es raro que alguien me diga eso aquí.

Martín frunció el ceño y miró al conductor.

— Bueno, las personas que traigo por aquí casi siempre, por viajar muy a menudo, me indican que este lugar les da mucho miedo y malos recuerdos, es más, al mirar el acantilado al borde de la carretera — indica con el dedo al costado del camino, — sienten vértigo.

Martín se asoma por la ventanilla y observa aquel gran acantilado. Debía de decaer a una gran altura, porque los pinos se veían muy pequeños desde allí.

—Sí, claro que sí. — dijo Martín re acomodándose en el asiento.

—Bueno, no me dijiste cómo te llamas. Me presento primero, me llamo Dick Griconlio. Y tú...

—Martín, Martín Leverne.

Se estrecharon las manos con un mucho gusto.

—Pondré algo de música si no te molesta.

—No, no se preocupe.

Encendió a radio y sintonizó una de rock clásico.

Ya llegaban al final de la colina para empezar a descender.

—Algo que me puedas contar de tu vida, la mayoría de las personas que viajan conmigo lo hacen. No pienses que soy un entrometido solo... me da curiosidad y me acostumbré a ella.



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En el texto hay: horror, horror cosmico, mostruos

Editado: 10.10.2020

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