10.

Martin bajaba las escaleras, cada paso provocaba un sonoro chirrido que luego se extendía por las paredes en ecos. La mochila le pesaba mucho, y la espalda extrañamente empezó a dolerle. Pasó por los pasillos llenos de puertas, cuya pertenencia a los desiertos cuartos le daba un aire claustrofóbico. Las luces estaban apagadas... lo cual le pareció muy extraño puesto que la niebla en conjunto con el cielo anegado de nubes grises, tapaban el pueblo de cualquier luz exterior, y la ponía en un estado de inmensa y tétrica oscuridad.

Hubiera tomado el ascensor, pero este se veía demasiado lóbrego y sus nervios lo ponían muy tenso, por lo que siguió su recorrido a pie. Miraba las palmeras mientras pasaba, puestas en macetas muy bien decoradas, y que pintaban un poco el sobrio color blanco de las paredes. Derrepente, un aire corrió por su lado, muy cerca... demasiado. Su corazón empezó a latir y su cabeza emitió un electrificante llamado a su cuerpo para hacer ver lo largo del pasillo y revisar si no había nadie. 

Nada. Solo la humedad del exterior que se filtraba por pequeños orificios. ¿Acaso no había inquilinos en el hotel aparte me Martín?. No podía asegurarlo. Tal vez la rutina matutina de lo lugareños empezaba mucho más después de lo que estaba acostumbrado, ya no estaba en la ciudad y ese era un detalle específico así como complementario para satisfacer su duda. Sin embargo eso no explicaba el por qué de la soledad y el insidioso silencio del lugar, parecía que estuvieran durmiendo un largo sueño envueltos de paz y tranquilidad, inmovilizados a tal punto de quedar inertes. Pero... aun así uno siente la presencia de personas. Esto estaba completamente vacío, y si sentía algo, no parecía provenir de algo humano...

Respiró hondo, hinchando su pecho y exhaló, viendo como su aliento formaba una pequeña nube de vapor que se esfumaba poco a poco. Giró y siguió con el recorrido hacia las últimas escaleras.