Samuel llevaba un rato en el baño. Se bajó el cierre y agarró su pequeño miembro. Estuvo un buen rato así, hasta que un chorro de orina empezó a caer y Samuel emitió un suspiro. El sonido del líquido cayendo se oía hasta afuera del baño. Entonces, entre el natural placer de orinar y la soledad, escuchó como el foco empezó a parpadear en el cuarto. Samuel se sobresaltó y la orina dejó se salir. Se apartó cerrándose el cierre y se asomó por la puerta viendo hacia el interior.
Todo parecía tranquilo, las dos camas bien tendidas, las cortinas inmóviles tapando las ventanas. El foco seguía parpadeando con más rapidez, y luego emitió un chasquido acompañado de chispas que salían disparadas, como pirotécnicos estallando.
Dio unos pasos, viendo detenidamente lo que sucedía, el ambiente se tornaba cada vez más intranquilo. Se acercó dando pasos inseguros con la mirada fija en el foco que parecía que iba a estallar en cualquier momento. Empezó a respirar sonoramente, los latidos bailaban en su pecho con fuerza, como si un bombo de marcha tocara con energía dentro de él. Siguió caminando... la puerta se cerró con fuerza detrás de él, despegó la mirada de la luz y abruptamente miró hacia el baño. El foco rechinaba y un olor desagradable inundó el cuarto, era un olor a metal quemado, y el foco explotó sobre la cabeza de Samuel.
Los fragmentos de vidrios le cayeron encima rebotando y esparciéndose en el suelo. La puerta ahora era de su atención. Una gota de sudor resbaló por un costado de su frente, y bajó, recorriendo sus mejillas y desapareciendo por su cuello. La puerta comenzó a cambiar de color, mientras el cuarto estaba completamente a oscuras. Pasó de un blanco brillante a uno opaco, luego a amarillo oscuro, y finalmente a rojo. Un rojo que se asemejaba a la sangre. En la parte inferior se formaba una mancha oscura, que crecía esparciéndose como una masa fangosa, se alargaba y tenía grumos que parecían tener vida propia. La puerta ya no parecía estar hecha de madera, sino de una carne corrompida y enferma. La mancha dejó de crecer y un hoyo se formó en el centro de esta, de él se asomaron unos dedos.
Samuel cayó en la cuenta que aquello no era para nada bueno, el sudor empezó a caer por diversas partes de su cuerpo, y sus ojos estaban completamente abiertos, los labios le temblaban, sus uña apretaban la palma con fuerza. Observaba como una mano, blanca y sangrante salía de aquel hueco, después otra mano, luego los brazos, arrastrándose como unas grandes serpientes. Samuel intentó moverse, pero sus músculos no reaccionaban, estaba paralizado.
Aquella cosa salía del oscuro hoyo, sin embargo lo que pasaría después rompería por completo la sensibilidad del pequeño. Los brazos salieron por completo y dos esferas salieron después. Aquellas esferas eran las cabezas de la criatura, eran calvas y pálidas, se asemejaban a un maniquí. Los brazos se alargaron más y se agarraron del suelo, se ayudó para salir más y ser expulsado del hoyo por completo.
Samuel reaccionó dando suaves pasos hacia atrás, pisando los pedazos de vidrio que estaban regados. El cuerpo seguía saliendo, y alzó sus dos cabezas. Una de ellas tenía los ojos completamente abiertos y la boca se abría formando una gigantesca o, mientras que la otra no tenía nada más que una abertura, el cual dividía su rostro en dos, y dentro de esta había dientes afilados. Samuel tropezó y cayó al suelo, sus manos se toparon con los vidrios rotos y estos se incrustaron en sus palmas, haciéndolo sangrar. Intentaba empujar su delgado cuerpo, deslizarse, sin embargo el miedo y la debilidad, combinado con el dolor producido por los vidrios no se lo permitían. Lloraba con desesperación, recordó cuando el orfanato lo trataba como un animal. Cuando sus compañeros lo golpeaban siendo más pequeño... recordó... recordó al jardinero.... al hombre malvado. Sus pequeñas manitos se aferraban a su rostro, no quería ver más. Los recuerdos más horridos siempre vuelven en el peor momento... empezó a comprender que la vida se trataba de eso... de recuerdos.
El cuerpo ya estaba hasta la mitad del tórax, solo faltaban el vientre y finalmente las piernas. De la boca de una de las cabezas expulsó un gran líquido oscuro que se esparció hasta llegar a los pies de Samuel. Siguió pataleando y aún tenía las manos apretando su rostro. «Aun así reces con toda tu alma, aun así supliques a tu Dios te haré mio... — escuchaba decir a aquel jardinero en su cabeza —si dices algo te irá peor... ¿por qué no mejor me dejas disfrutar, luego lo olvidamos y seguimos siendo amigos?...—hablaba con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, mostraba sus dientes amarillos y se relamía los labios secos y con heridas con una lengua sucia y blanca»
El cuerpo ya se estaba librando por completo, ya se podía ayudar de las piernas para empujar, y las dos cabezas se golpeaban entre sí, gemían y vomitaban. El olor del líquido lo hacía recordar a la saliva del jardinero, putrefacta, seca y muerta. Lo sentía en sus inocentes labios, el sabor más asqueroso mezclado con el óxido de una sangre corrosiva...
Seguía gritando. La criatura había salido por completo, ahora solo se arrastraba acercándose a Samuel, estirando aquellos horribles brazos, a la vez que sus cabezas se sacudían en espasmos tan violentos que hacía rebalsar aún más el líquido que cargaba en sus bocas.
Las lágrimas de Samuel se mezclaron con sus gritos, se metían en su boca y sentía el sabor salado, el sabor del miedo y de la frustración...