— Oh no....no no no no... Samuel no...—suplicaba David — Oh Dios él no...
Martín quedó perplejo, mirando al final del pasillo, los gritos eran incesantes.
—Tengo que volver... —dijo Martín.
«Que está pasando aquí...» pensó mientras el miedo y los nervios ingresaban en su cuerpo como un montón de parásitos.
— Déjame aquí, podré resistir. Ve a salvar a Samuel antes de que esas cosas le hagan algo.
Martín tomó el brazo de David que tenía enrollado en su espalda, e hizo que se apoyara en la pared, sentado.
— Pero que cosas son... a que te refieres....
— ¡Corre!...- agregó David adolorido.
Martín corrió con el corazón latiendo como nunca, su cabeza le daba vueltas pensando en Samuel... sintió algo que nunca sintió. La preocupación por alguien. Tenía su rostro pequeño en su mente, y cada vez que lo imaginaba sufriendo, una punzada le llegaba a su corazón y sus ojos querían dilatarse para llorar. Pero no se lo permitía. Debía estar fuerte... su hijo corría peligro.
La imaginación le daba malas jugadas al tratar de recrear a que se refería David con «cosas», el tono de miedo y la inquietud con que lo decía invadía su alma y creaba una desesperante necesidad de correr con más velocidad.
Saltaba escalera por escalera, a veces dos o hasta tres. Tropezaba antes de llegar a un piso y se golpeaba las manos al tratar de agarrase de los barandales. El sudor se le metía en los ojos y no se percató que.... tenía aun puesta la mochila. Sin embargo no le interesó en lo más mínimo aquel detalle. Seguía corriendo...
Llegó al tercer piso, cruzó el pasillo a gran velocidad, contando el número de cada cuarto....39....40...41...42... Sus piernas empezaron dar señales de calambre, y su pecho se hinchaba con cada respiración.
43...44..., paró con brusquedad y cayó al suelo.
44...46.
«NO....»