15.
Samuel se encontraba en un cuarto anegado en una oscuridad sustancial, como si la espesa negrura tuviera vida propia, y permanecía sentado abrazando sus piernas. Cuando oyó que Martín golpeaba la pared una y otra vez tratando de romperla, se sintió un poco tranquilo... sin embargo eso se acabaría al poco rato al escuchar que algo se movía de entre lo que no era visible.
Escuchaba como algo se arrastraba, pero también como unas uñas arañaban el suelo. Intentó con todas sus fuerzas visualizar su alrededor buscando al responsable de aquel sonido... no lo veía.
***
La forma de como Samuel quedó atrapado en aquel cuarto despues de que la criatura atravezara la puerta sucedió muy rapido. Se había esfumado y Samuel se dio cuenta que ya no veía nada. Todo no era más que oscuridad. Podía ver débilmente sus manos y otras partes de su cuerpo, pero su radio visual era muy limitado. Tocó el suelo y nuevamente se hizo una herida con los vidrios del suelo... empezó a llorar hasta que escuchó a Martín desde el otro lado.
***
Martín comenzó a romper los ladrillos. Mientras que Samuel rogaba en su mente que aquello que no podía ver no se le acercara. Sin embargo, no estaba seguro si lo que escuchaba era real.
Nuevamente abrió los ojos, intentó ver algo mas no pudo. Sus sentidos lo mantenían alerta a todo, las sombras imaginarias se movían de un lado a otro, y hundió su cabeza entre sus piernas. Lloró con coraje y miedo, las lágrimas de nuevo empapaban su rostro, y con su temblorosa boca repetía el nombre de Martín.
Entre su miedo que se introducía en su inocente cabeza, recordó aquella tarde... cuando aquel sacerdote de nuevo lo buscaba.
Como, mientras se encontraba mirando por la ventana hacia el patio, el padre se le acercó por atrás y acariciaba su cabeza.
«Por qué yo no puedo salir a jugar... por qué estoy castigado...
No...No mi amor no estas castigado...»
Y se arrodilló.
«No lo estás...» y empezó a tocarlo, mientras sentía su respiración en el cuello.
Gritó nuevamente, cuando en su pequeña espalda se posó unas manos. Primero eran dos, luego cuatro y sucesivamente aumentaba... la criatura lo había atrapado...
Martín desesperado, golpeaba con más fuerza y frenesí. Y un bloque de ladrillo cayó al suelo quebrándose. Dejó a un lado el extintor y sacó ladrillo por ladrillo. Por dentro todo era oscuro, y tenía matices rojizos. Veía el perfil de Samuel en medio del cuarto.
—¡Samuel... hijo ya estoy aquí!
Samuel pareció oírlo y levantó la mirada.
—Señor Martín...— dijo y trató de pararse.
Pero algo lo tomó de la pierna y lo jaló. Cayó de rostro y empezó a ser arrastrado, pero Samuel pataleaba impidiendo a aquellas manos que lo atrajesen hacia donde había más oscuridad.
—¡NOOO!—gritó Martín, retirando con más salvajismo los ladrillos.
La grieta crecía, y podía iluminar partes de aquel cuarto... parecía estar completamente vacío, y no era específicamente un cuarto, era una especie de baño pero teñido de sangre. Samuel trataba de resistirse y zafarse de aquellas manos, sin embargo aparecían más tratando de tomarlo. Cuando la grieta era suficiente para que el cuerpo de Martín lograra entrar, se armó con el extintor, que ahora estaba deformado por varias partes, e ingresó raspándose el rostro.
Corrió, y golpeó aquellas oscuras manos. Estas se retorcían y desaparecían en la oscuridad. Tomó de los brazos a Samuel y jaló con fuerza. Los dos resbalaron y terminaron en el suelo, Martín abrazó a Samuel y se levantó cargándolo. Caminó hacia la grieta y pasó a Samuel hacia el otro lado. Samuel se ayudó de sus manos agarrándose de los ladrillos expuestos y con un saltó, logró traspasar.
Martín miró atrás, alertado por aquel sonido de la criatura moviéndose.
— Señor Martín salga antes de que lo atrape.
— Si...
Y puso una pierna, cuando algo lo atrapó por la otra. Martín giró y resbaló, su cuerpo ahora empezó a ser atraído.
— Señor Mar...
— No Samuel, no te acerques...-dijo mientras era arrastrado a la oscuridad.
Y lo vio. Vio a aquella criatura de dos cabezas caminando por el techo, retorciéndose y reptando.
— ¡Samuel vete, busca a David en el primer piso!
— Señor Martín...
— ¡AHORA!
Corrió, con el corazón débil. Las lágrimas no cesaban y solo caían motivados por el miedo.