M de mañana.
—Odio aquí.
Después de varios días de haberme hospitalizado por problemas cardiovasculares, confirmé lo que trataba de obviar durante varios años: la soledad es lo único que mis padres me han heredado.
Mi madre es contadora de una empresa multinacional, valorizada en cientos de millones de dólares, que nunca mantiene sus pies en un lugar fijo. Puede ser que ella esté en Brasilia para unas firmas el miércoles y de repente, el jueves te llama diciéndote que en Madrid hace buen clima.
Nunca está en casa, rara vez lo está; sin embargo no la culpo, ¿quién tendría ganas de estar en un hogar dónde solo discutes con un hombre que apenas ves tres veces al año?
Por otro lado, padre es un hombre serio y con grandes expectativas en sus seres queridos, algo bueno pero que resulta ser asfixiante cuando todo eso cae sobre ti. Al igual que mamá, él solo está presente en casa por fechas importantes, ya que su trabajo de socio-inversionista, de la empresa rival de mi madre, ocupa la mayoría de su tiempo. Casi nunca cabe en ella que su hijo está en problemas o quizás, odiando el hecho de dormir en un cuarto de paredes blancas las veinticuatro horas del día.
La relación de estos dos en escala de cero a diez, yo les daría un menos uno. Gritos, reclamos, incluso golpes por parte de ambos llenan la gran casa de dos pisos donde vivo, bueno, vivía.
Yo siempre estuve en el medio, utilizado como una mera excusa para ganar al otro, siempre fue insoportable verlos, tanto así que trataba de encerrarme en mi cuarto y no bajar hasta que los dos tomaran sus respectivos taxis hasta el aeropuerto.
Cuando tuve el ataque cardíaco en plena clase de historia pensé que las cosas cambiarían, no sé, tal vez que ellos por fin se dieran cuenta que yo, a parte de ser humano, soy su hijo y por causalidad de varios años viviendo en aquel infierno terminara a medio paso de partir a uno de verdad.
—Joven Flamcourt, ¿otra vez fuera de su habitación?
—Ehh... Acaso no ve que es obvio. —Respondí.
Noté como el doctor levantaba una ceja y después suspiraba, no lo culpo, he sido catalogado desde que llegué como 'caso perdido'.
—Su padre claramente le dio instrucciones. —Se acercó a mí con el ceño fruncido—. Una de esas era estar en su respectiva habitación durante el tiempo que esté aquí.
—¿Y eso qué? —Agaché los hombros—. Él nunca está acá, no podrá enterarse.
—Le recuerdo que me dejó a cargo exclusivamente de su salud y que le reportara todos los incidentes ocasionados donde usted esté involucrado.
—Entonces, confío en ti para que te quedes callado. —Guiñé y me fui caminando al lado opuesto de mi habitación.
—¡Nada de callarme! —Con su gran mano agarró, en un solo intento, mi cabeza empezando a apretarla—. Esta es la octava.
—Décima. —Corregí.
—Vez que te escapas de tu habitación. —Apretó más fuerte, a la vez sentía como me elevaba unos cuantos centímetros—. Joven, escuche.
—Doc, esta siendo muy rudo. —Lo interrumpí, además de intentar librarme, lástima que mi poder de pelea esté sobre uno a comparación de él.
—Joven Flamcourt, sé que usted no desea quedarse más tiempo, pero es por su bien. —El doctor suspiró, al parecer entendía mi situación—. No debe causarle más problemas a sus padres de los que ya tienen.
—Ellos mismos se buscaron los problemas. —Gruñí a punto de enfadarme.
Aunque esté exagerando un poco, pataleaba en el aire tratando de alejarme de mi verdugo con bata y doctorado. Él miró mis acciones, mientras fruncía más el ceño.
—Como profesional no puedo mezclarme en la vida privada de mis pacientes, pero me interesa saber porque el descontento hacia sus padres. —Preguntó, al mismo tiempo que me soltaba y caía al suelo—. En su familia no eran c...
—Suficiente, doc. —Interrumpí, sobando mi cabeza—. Los pequeños detalles ya no importan en la familia Flamcourt, es más, fueron superados hace mucho y muy fácilmente por mis padres.
Mantuve la mirada fija en sus ojos, aunque verdaderamente deseaba irme de ahí. El mayor invadía mi interior con solo mirarme, eso asustaba, creo que llegó al punto de leerme porque de una u otra forma se dio cuenta de mi incomodidad.
Él, al final, negó con la cabeza.
—No es mi problema. —Reflexionó—. Vuelve a tu cuarto, es hora del almuerzo, la enfermera irá a entregarte tu comida.
—De acuerdo, doc. —Agaché la mirada evitando contacto visual, tanto así que resignación se notó en mi voz. Además, lo convenció de darse media vuelta y empezar a marcharse.
Uno, dos, tres, hasta cuatro pasos que dio para al final regresar su atención al lugar donde estaba yo, encontrándose conmigo a más de seis metros lejos de él, corriendo como si mi vida dependiera de ello.
—¡Flamcourt! —El grito no se hizo esperar, tampoco el hecho de que el doctor estuviera detrás de mí, pisando mis talones... Con ganas de triturar mi cabeza.
Disfrutar los pequeños de la vida. Recuerdo aquella frase de hace unos años, aunque resultara ser perseguido por una persona en bata como una situación de ensueño, más bien de película, no podía darme el lujo de reír o sonreír. Estaba corriendo por mi vida, sé que exagero, pero en serio no deseaba volver a esa habitación.
Atravesé múltiples pasillos, recorriendo esquinas y saltando entre lados, todo para despirtarlo.
En una de esas, volteo el rostro para observar como el doc gritaba y como un grupo de guardias de seguridad me perseguía, al parecer por órdenes de mi rival. Creo que esto llegó demasiado lejos, incluso para mí.
—¡Deja de correr! —Gritó un uniformado.
Claro, me vieron la cara de idiota y pensaron que pararía, soportara sus gritos, obedecer al doc e ir a comer galletas y tomar el té juntos al final del día como toda persona normal. Buena suerte que ser así se me es muy complicado.
Continuando, me estaba quedando sin opciones, mi físico nunca fue bueno y seguir huyendo se ponía más complicado. Así que hice lo más sensato para escapar de estas situaciones: abría puertas las azar en cada esquina donde ellos me perdían de vista, con el propósito de esconder mi presencia.
Editado: 10.06.2020