Obscuria fue el nombre que los antiguos dioses usaron para bautizar aquella parte del bosque sombría y de inviernos eternos. Las leyendas más antiguas narran la historia de aquellas hadas guerreras que custodiaban sus puertas día y noche, vigilando ferozmente a todas esas criaturas que se recluían en su interior. Algunos las describen como bestias monstruosas que vagaban por el mundo antes del tiempo, destruyendo todo a su paso. Otros las describen como criaturas astutas cargadas de magias y capaces de engañar al mismo dios que las condenó a esa cautividad eterna. En realidad nadie lo sabe. Cualquiera que entra a Obscuria, jamás vuelve a salir.
Milos recitaba uno tras otro cada uno de los rezos que había aprendido mientras comandaba el ejército más grande de Hedenia, esos rezos con los que les pedía a todos aquellos dioses olvidados su protección para no morir en batalla, y la fuerza para mantener a salvo a su reino. Comprendió, demasiado tarde, que los dioses lo habían ignorado cuando escuchó el sonido de los huesos al romperse, la piel al rasgarse y los aullidos de miles de soldados agonizantes. Ni el frío glacial que amenazaba con congelar cada una de sus extremidades le hacía olvidar el rostro de su capitán al ser atravesado por lo que parecía ser una lanza. Esos ojos oscuros inyectados de sangre que miraban, sin en realidad mirar, despavoridos en todas direcciones, buscando al enemigo que lo había asesinado, con el terror dibujado en su rostro al comprender que todo había acabado, que no habían ganado. Osian. Su capitán. Su amante. El hombre con quien combatió hombro con hombro en incontables batallas y por quien había arrebatado innumerables vidas.
-Es hora de retirarse –fueron las últimas palabras de Osian. Aquellas que confirmaban su derrota.
Milos ordenó a sus soldados retirarse y estos, indecisos, se comenzaron a dispersar para ocultarse dentro del bosque antiguo que parecía más amenazante que el enemigo. Con sus espadas gemelas, salpicadas de sangre e icor, ganó minutos y segundos cruciales que permitieron a algunos de sus hombres escapar con vida.
-Viviré y lo haré por ti. Viviré por más que desee alcanzarte en la salvación eterna. Viviré para vengarte –prometió ante el cuerpo sin vida de su amante.
Con el cuerpo cubierto de pequeñas y grandes heridas se arrastró por el bosque por horas. Horas que se convirtieron en días y que lo hacían tambalearse sobre la delgada línea que separaba la vida y la muerte. Todo en su cabeza parecía irreal. El viento que le entumecía los pies y que poco a poco lo hacía más lento. Sus dedos que comenzaban a amoratarse y perder la sensibilidad. Los suaves y casi inaudibles crujidos de las pequeñas hojas bajo sus pies eran lo único que lo mantenía cuerdo, esos tenues chasquidos eran lo único que le aseguraba que estaba consciente y caminado... caminando sin saber a dónde. Sin rumbo. No podía regresar a Obscuria, el lugar que alguna vez protegió. Si es que aún quedaba algo de ella.
Su cuerpo temblaba. Los dientes castañeaban dentro de su boca con tal intensidad que lo lastimaban. No quería morir. No podía permitírselo. Rendirse era su última opción. Sin embargo, su cuerpo agotado y hambriento le rogaba clemencia. Le pedía que se detuviera y descansara debajo de un árbol que lo protegiera un poco de la nieve que comenzaba a caer. Su mente exhausta trataba de engañarse a sí misma creyendo que después de descansar recuperaría las fuerzas y podría seguir su camino hacia ningún lugar.
Finalmente se dejó caer sobre la nieve aceptando que jamás podría levantarse. Resignándose a un destino similar al de todos aquellos soldados que habían combatido a su lado y al de Osian por cientos de años.
Cerró los ojos tratando de evitar que las lágrimas escaparan de ellos, odiaba esa sensación de opresión en su pecho cuando corrían sin cesar por sus mejillas. Le había fallado a Osian. No una sino dos veces. La primera al dejar que lo asesinaran y la segunda al no haber podido cumplir su promesa de resguardar las puertas de Obscuria. ¿Qué más daba si moría llorando? No tenía caso ser fuerte cuando la persona por la que lo era había muerto.
Si iba a morir, lo haría pensando en Osian.
«֍»
Todo estaba envuelto en una fría oscuridad y en un viento helado y cortante. Los Centinelas hicieron sonar Los Pilares cuando estos habían estado en completo silencio por miles de años. Milos los veía más como algo decorativo que otra cosa. Pero cuando los escuchó por primera vez en su vida, no dudó en movilizar a todos sus hombres. Ladró ordenes hasta que sintió su garganta sangrar y de su voz sólo quedaban susurros y eco. Escuadrones de soldados desfilaban en dirección a las diversas puertas de Obscuria. Había tres pilares, uno por cada puerta y todos se habían activado. El único sonido a esas horas de la noche era el de los cientos de botas que corrían a toda velocidad y el repiqueteo de las armas que colgaban de cinturones y espaldas.
-Escuadron Obscuro –Milos había nombrado a ese escuadrón en honor a la prisión que protegían-, puerta norte. Escuadrón Kronox, puerta este. Escuadrón Lirox, puerta oeste.
Era un hombre astuto y había asignado cada escuadrón pensando en el tamaño de las puertas que daban acceso a la prisión. La puerta norte era la más grande de todas por lo que había asignado a Obscuro, el escuadrón formado por más de mil doscientas hadas para protegerla.
Osian corría a su lado, con la mandíbula tensa y formando una línea con los labios apretados. Entre sus manos sujetaba con fuerza un arco hecho a base de madera y acero, tan ligero como el viento y letal como el veneno. Era el mejor arquero de Hedenia, sus flechas llegaban con brutal certeza a donde su vista las había fijado. Ningún error. Ningún tiro fallado desde que lo habían nombrado Osian depredador del viento. Sus flechas cazaban el viento y lo rasgaban hasta llegar a su objetivo.
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Editado: 02.01.2023