Dorian
Nueve semanas más tarde, el suelo debajo de sus pies había cambiado. La tierra había abandonado ese color ocre oscuro para convertirse en un café tan claro que visto debajo de la incandescente luz solar podría hacerse pasar por blanco. Sus heridas se habían recuperado casi por completo y comprobó con satisfacción que los hematomas de Demian también habían desaparecido. Su padre le había enseñado a preparar un ungüento a base de corteza de sauce y árnica, muy efectivo para esa clase de heridas. Había funcionado a la perfección.
-¿Cómo vamos a saber que ya llegamos? –le preguntó a Demian.
-Lo sentiremos en el corazón –le respondió tranquilamente.
-No lo sabes ¿verdad?
-No –soltó una carcajada. Ese dulce sonido podría hacerle creer que nada estaría mal-. Mi madre decía que los bosques del norte estaban encantados por una magia ancestral. Incluso más antigua que los metamorfos y los humanos. Lo mantienen a salvo de cualquiera con un corazón oscuro. Los Lores mantienen a raya cualquier ser negativo que trate de acercarse.
-Y los Lores son… -inquirió tratando de entender lo que Demian le decía.
-Tampoco lo sé. Los metamorfos… creen que son la primera especie mágica que pisó este mundo. Su poder es inigualable. Y lo más importante es que son justos.
-Vaya –fue lo único que pudo decir. No podía impedir sentirse atemorizado al saber de la existencia de seres tan poderosos. Si esos Lores podían hacer ver a un metamorfo como una criatura inofensiva, no podía imaginar el aspecto que podían tener. Lentamente, una imagen de una criatura monstruosa comenzó a formarse en su cerebro. Enrome, cubierto completamente de escamas que lo hacían impenetrable ante cualquier tipo de garras-. Qué miedo.
Demian rio aunque no con la fuerza de antes.
Dorian se preguntó si algún día podría acostumbrarse a esa piel pálida y ese increíble cabello plateado. Esperaba que no, era algo que lo tenía cautivado. ¿Por qué los de su propia especia creían que había algo de malo en él por no ser igual a todos?
Siguieron caminando, siempre en línea recta para no perderse. Caminaron por varias horas hasta que la oscuridad cayó sobre ellos. Durante la noche, Demian observaba el cielo tratando de ubicar las constelaciones para asegurarse que fueran en la dirección correcta, habilidad que había aprendido gracias a su madre. Dorian logró convencerlo para pasar la noche en una pequeña planicie lejos de los árboles, con el cielo resplandeciente de estrellas sobre sus cabezas. Lo veía olfatear el aire y poner atención al más pequeño crujido. Al final aceptó fiándose de sus agudos sentidos. Recostados sobre hojas secas y con la mirada en los diminutos puntos brillantes que aparecían en el firmamento, se permitió disfrutar de la compañía de Demian como nunca lo había hecho. Respirando su aroma, que, sin explicación alguna, siempre olía como el bosque, como el rocío de la mañana y las plantas nocturnas. Era un aroma exquisito. Notó reacciones en su cuerpo que antes no eran tan comunes; parecía que cada partícula que entraba en contacto con su compañero reaccionara y vibrara ante el más mínimo roce. Algo estaba cambiando.
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Editado: 02.01.2023