Dorian
Las piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo cunado vio como la mujer abandonaba su forma humana y se transformaba en una monstruosa ave, con garras enromes y con un plumaje tan oscuro como la noche. Las plumas, que parecían metálicas, reflejan los escasos rayos de sol que alcanzaban a atravesar las copas de los árboles. Demian seguía en el suelo, con el cuerpo brillante pero aun humano. ¿Por qué no se transformaba? En su forma humana sería imposible ganarle a ese monstruo. El quebrantahuesos se lanzó hacia Demian a una velocidad que sus ojos humanos no pudieron seguir; su corazón dio un vuelco cuando apareció detrás de él. Al parecer, Demian si lo había visto pues logró esquivar ese letal ataque, y al mismo tiempo, lanzarse contra él tratando de llegar a su cuello. Dorian se obligó a cerrar los ojos cuando el cuerpo de su amigo salía volando por los aires y se estrellaba estrepitosamente contra un árbol y caía al suelo.
-Levántate, por favor –susurró, sabiendo que Demian no era capaz de oírlo.
Se puso rápidamente de pie y avanzó entre los arbustos silenciosamente, cuidando cada pisada y cada respiración para que la metamorfa no fuera capaz de detectarlo. Rodeo la zona donde Demian estaba siendo golpeado de forma brutal; el quebrantahuesos lo había estrellado contra un árbol y ahora lo tenía aprisionado contra él. Las lágrimas se agolpearon instantáneamente en sus parpados cuando escuchó el alarido agonizante que escapaba de los labios de Demian. Por primera vez, desde la primera semana que lo conoció, se permitió pensar en su padre; en la forma que aquellos soldados habían entrado a su hogar y lo habían asesinado a sangre fría. Se permitió recordar aquel día que corrió por su vida, con los tendones de su pierna tensos a consecuencia de aquella flecha que los atravesaba. Se permitió recordar el vacío infinito dentro de su ser ante la muerte de alguien que amaba. Prefería morir antes de volver a sentir esa asfixiante desolación. Sin duda, moriría tratando de salvar a Demian.
Con el dorso de la mano se deshizo de las lágrimas que nublaban su visión y corrió a toda velocidad. De su bolso sacó el ungüento que había preparado hace algunos días. Su principal activo era belladona, un potente veneno extraído de una flor que rara vez se encontraba en el bosque. Cuando la encontró supo que ese hallazgo tendría un motivo, y al parecer estaba frente a sus ojos.
-Suéltalo, maldita bestia –susurró una vez más, tan bajo que ni los poderosos sentidos de esos seres serían capaz de escucharlo.
Había llegado al otro extremo del claro donde el quebrantahuesos se encontraba; ahora tenía sus garras sobre la suave piel de la espalda de Demian. Sus ojos brillaban de fruición al enterrar esas letales uñas sobre la blanda superficie. Su amigo gritó una vez más, y a pesar de la distancia que los separaba y de sus bramidos de dolor alcanzó a escuchar el crujido de sus huesos al astillarse.
-Mierda –gimió, limpiándose por enésima vez las lágrimas que escapaban de sus ojos. Untó el veneno sobre la punta de la flecha y la colocó sobre el arco, apuntando con firmeza el cuerpo oscuro que se abalanzaba sobre Demian. Sólo tenía una oportunidad, un único tiro decidiría si salían con vida o morirían en las garras de la metamorfa.
Con el arco en posición, buscó puntos débiles sobre los cuales sería factible disparar la flecha envenenada. Imposible. Sus plumas parecían ser el blindaje perfecto e impenetrable ante cualquier arma humana.
Demian había girado y ahora estaba de espaldas, sonriendo débilmente ante la muerte que estaba frente a él. El quebrantahuesos abrió el pico lo suficiente como para devorarlo de un bocado…
Soltó la flecha.
Siguiendo sus instintos, disparó cuando vio el único lugar vulnerable que la flecha sería capaz de atravesar. El quebrantahuesos que estaba tan inmerso en el sufrimiento de su amigo no se percató de la flecha cargada de veneno que se dirigía hacia él. En mucho menos de un parpadeo, la flecha rasgó el viento y se incrustó en el centro del hocico del animal.
Antes de asegurarse que la flecha hubiera dado en el objetivo, Dorian ya iba corriendo hasta donde estaba tendido Demian. El quebrantahuesos rugió, al inicio furioso y después dolorido. Había puesto suficiente veneno como para matar a un búfalo. O dos. O quizá hasta tres. Su padre, con una décima parte de lo que él había empleado, era capaz de dormir a antílopes y alces durante horas. La criatura se desplomó pesadamente; todavía no había llegado al suelo cuando perdió la consciencia.
-No te mueras, por favor –lloriqueó, con el rostro de Demian entre sus manos. Trataba de mantener una distancia prudente entre sus rodillas y el cuerpo malherido de su amigo que estaba salpicado de sangre por todas partes.
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Editado: 02.01.2023