Shock, asfixia, desesperación y vacío...
El aura ominosa y serena que invadió la habitación.
Aquel halo de luz tenue que se vislumbró por la ventana,
con las voces ajenas que susurraban mientras la mente volaba.
Todavía está en las fibras de mi mente el recuerdo.
El corazón latiendo ante lo desconocido;
y aquel diagnóstico incierto que supuso una pena de muerte.
Nadie sabía, y al mismo tiempo, todos eran sabios.
Los dolores físicos son nada, frente a la angustia mental.
Los huesos deteriorados, el cabello marchito.
Lentamente, la torre de Babel comenzó a desmoronarse,
porque así estaba en los designios de Dios.
Dolor y angustia por partes iguales, sin ver mejoría.
Las agujas se vuelven los mejores amigos del tormento;
y las citas se hacen constantes, sin ninguna ser romántica.
Todo por un diagnóstico nefasto y sin tacto que anuncia: “Estás enfermo”.
El mundo sigue girando cuando tú te hundes.
Nadie se detiene a mirar al caído cuando deben vivir.
La realidad cambió, dejando en llanto al protagonista;
y a un cuerpo que escapaba constantemente de morir.
Adiós al sobrepeso inexistente que observaba;
adiós a los pensamientos suicidas que albergaba.
Cuando la vida se te escapa de las manos,
es cuando aprendes a aferrarte con cada fibra a ella.
La piel sobre los huesos duele al sentarse;
y el sabor a vómito, junto a las desganas de comer, abruman.
Una leve mejoría era motivo de alegría,
pero la aplastante realidad se revelaba en los exámenes.
Tu interior nunca miente, aunque uses una máscara.
Y el lobo, caminando hacia mí, me hirió con sus garras.
Este animal peligroso que muestra los dientes con rabia,
esperando el menor descuido para abrirme la garganta.
Irónico pensar sobre la metamorfosis de las mariposas,
cuando solo cambian para pronto dejar de existir.
¿De qué sirve tener tanta belleza si resulta efímera?
¿Por qué no quedarse como un gusano para siempre?
Como todo animal, la prioridad se vuelca a la supervivencia;
dejando de lado algo tan superficial como la vanidad.
Con largas estrías que atraviesan y deforman la piel,
dejando tras de sí un cuerpo amorfo y poco agradable a los ojos.
Teniendo cambios drásticos en la dieta y la vestimenta;
dejando de lado una vida catalogada con la palabra “normal”.
Observando el pesar en la mirada ajena;
ese desagradable y repulsivo sentimiento que dejan atrás.
Las prioridades y la rutina cambian sin pausa.
Corriendo a toda marcha, te toca morir o adaptarte.
Y siempre atenta a escuchar el consejo del experto,
aunque las palabras negativas al final solo sirven para frustrar.
Conocer a muchos, y despedirse de varios;
es la mejor manera de decirle adiós a quienes no lo lograron.
He perdido la cuenta de las lágrimas derramadas,
por tal motivo, el muro del corazón se volvió más alto.
Recuerdo aquel pequeño quetzal que entró en mi vida,
y terminó por convertirse en un doloroso recuerdo.
A esta ave exótica no la atravesó una bala,
un desfibrilador le electrocutó el corazón.
He sobrevivido por años, aferrada a la vida como un parásito.
Con un sinnúmero de altibajos en la salud;
desmoronándome día con día, luchando con mi peor enemigo.
Resulta difícil aceptar que te destruyes a ti mismo.
Con problemas en la piel y constante angustia mental;
sigo aferrándome a la rutina de la supervivencia.
Tal vez el alivio venga pronto, o quizás no;
tal vez luego de terminar este verso, todo vaya a mejor.
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Editado: 12.09.2024