Te sigo esperando en el inmenso tiempo;
anhelando que aparezcas en algún suspiro.
El instinto me dicta que aguarde el momento,
¡Oh, mi pequeño niño! Ya tu presencia se ha vuelto un delirio.
El deseo de tenerte no parece suficiente,
porque mi ser está incompleto y roto.
Un cuerpo enfermo que con dificultad sigue vivo;
un vientre marchito que va cediendo al paso del tiempo.
Y te anhelo, porque eres una promesa dada.
Más temo que vengas a mí porque estoy marcada.
Mis raíces se están pudriendo, y tu existencia,
podría ponerle fin a la cepa que todavía me ata.
Riesgos que correría con gusto, pero tengo miedo.
La supervivencia se sobrepone entre la mente y el corazón.
No quiero continuar con una herencia maldita;
no sin antes conocer los cimientos de mi pasado.
Y tú, mi anhelado niño, seguirás inerte;
dormido en un lugar donde no te puedo alcanzar.
El tiempo pasa y las probabilidades se agotan;
pero deseo que seas feliz en donde quiera que puedas estar.
Porque eres un pequeño sol que me ilumina,
sin llegar a eclipsar totalmente mi vida.
Un rayo de luz que se filtra en la oscuridad;
un capullo naciente, bañado en rocío, pero tardío en brotar.
No cuento con garantías de nada,
y el no tener ese control me desalienta.
Suficiente es cargar con esta incómoda marca.
Me desgarraría el corazón que también te sellara.
Y te sueño, con tus ojos risueños.
Lleno de la felicidad que me hace falta.
Pero este páramo seco no es adecuado;
no puedo sembrar semillas en una tierra árida.
Veré correr los granos en el reloj de arena;
sin poder confesar los porqués de mi decisión.
Dedicando estas palabras a ti, mi niño amado,
al cual abrazo a la distancia de todo corazón.
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Editado: 12.09.2024