Comieron en un restaurante familiar, no muy lejos de la estación. Franco la observaba algo retraída y lejana a la realidad. Sin pensarlo, soltó un suspiro que llamó la atención de Alex. Ella lo notó algo molesto, pero él solo le sonrió un poco y decidió no preguntarle nada.
¿Y si ella tenía una familia?
Varias veces observó curiosa un tatuaje en su muñeca y lo acariciaba sin pensar. Era una letra N simple, con algunas curvas al inicio y al final, aunque no lograba descifrar qué significaba.
¿Un nombre? ¿Un lugar? ¿Un apellido?
Sacudió su cabeza, intentando despejarse un poco de tantas preguntas que no tendrían respuesta, no aún.
―¿Está todo bien? ―le preguntó Franco al salir del restaurante.
―Sí, ¿por qué?
―Por nada, en realidad, es solo que noté que estabas algo… distraída ―se encogió de hombros mientras caminaba a su lado.
―Creo que usted está igual que yo. ¿Ya se arrepintió que me quedara en su casa? ―esa posibilidad abordó su mente ese instante y se sintió demasiado nerviosa, no sabía qué haría si eso era cierto.
―¿Qué? No, claro que no ―aseguró, sintiéndose algo contrariado al escucharle que le dejó de tutear.
Ambos se miraron por un par de segundos sin saber qué decir. Él lucía desconcertado por tal pregunta y ella nerviosa.
―No me he arrepentido de que vayas conmigo a casa, Alex. Disculpa si parezco un idiota ahora, es solo que me he encontrado con el médico García.
―¿Te hizo algo? ―lo miró alarmada.
―No, tranquila ―no midió las consecuencias y, con una mano, tomó la de Alex provocando que una nueva descarga eléctrica los invadiera, pero no les importó, cada vez se acostumbraban más a esa sensación―. Ese idiota cree que salgo contigo, ¿puedes creerlo?
―¿Tendría eso algo de malo? ―lo miró arqueando una ceja.
―No, pero sería poco profesional de mi parte.
Y si pudiera retroceder el tiempo, Franco lo hubiera hecho sin duda. Alex apartó su mano de la de él en el momento en que había terminado de decir aquella estupidez. La observó por el rabillo del ojo, no parecía molesta por lo anterior mencionado sino algo más.
Lo que quedó de camino nadie dijo nada hasta llegar al bloque de departamentos donde vivía y subieron por el elevador en un tranquilo silencio.
―Disculpa el desorden ―dijo al abrir la puerta y dejarla pasar.
Alex observó curiosa todo a su alrededor. Olía a polvo. Cajas y sábanas cubrían todo el lugar. Unas grandes ventanas dejaban entrar toda la iluminación y, por un momento, Alex imaginó un sinfín de plantas llenando el lugar.
―Está bien, no te preocupes ―lo miró por primera vez desde lo sucedido en su caminata.
Quiso sonreírle, pero no pudo.
―No he podido acomodar nada. Desde que me mudé, no he dejado de trabajar ―se rascó nervioso la cabeza―. Espero te sientas como en casa.
―Gracias, de verdad.
Franco asintió con una sonrisa en el rostro mientras sentía su pecho hincharse de orgullo. Le hizo una seña para que lo siguiera por el pasillo donde le mostró lo que quedaba del apartamento.
―Esta sería tu habitación, la mía está al lado, la otra es una oficina y aquella puerta del fondo es el baño ―señaló.
―Gracias ―susurró inclinando levemente su cabeza.
Ambos se despidieron para entrar cada uno en su respectiva habitación. Caminó recorriendo cada centímetro del lugar mientras que por su lado Franco se recostó en su cama donde segundos después se quedó dormido pensando en cierta persona de azules ojos.
No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que se llenó con el valor para salir. Quería ser útil y no seguir acostada sintiéndose como si aún siguiera en el hospital.
Caminó hasta la sala de estar donde se cruzó de brazos, cajas y más cajas. No estaba segura si Franco se molestaría si ella ordenaba un poco, podría ser una forma de agradecerle toda la ayuda que le había brindado.
Se tomó varios minutos para observar un poco el interior de cada caja. Había libros de todo tipo diferente; medicina, historia, biología, etc. Tomó cada uno y los fue acomodando en un gigantesco librero que estaba en la pared con vista a las ventanas.
El tiempo se fue pasando y, con ello, las cajas vaciando. Sonrió orgullosa cuando miró la sala de estar en orden. Aún lucía algo vacía y fría, pero era mejor que antes. Observó el comedor y la cocina, aún faltaba acabar allí, pero no sería ese día. Su estómago gruñó en protesta. La luz de la tarde había desaparecido siendo reemplazada por una noche llena de estrellas.
―Alex, ¿tú hiciste esto?
Se sobresaltó al escuchar la voz de Franco a sus espaldas. Se volteó a mirarlo. Este se estaba colocando su americana mientras miraba con asombro la sala.
―Sí. Espero no te moleste, simplemente quise hacer algo por ti, para darte las gracias.
―No me molesta, me encantas… digo, me encanta como quedó ―carraspeó nervioso―. Muchas gracias, Alex.