«Alexandra Nikolau», pensó Alex preparando una bebida fría y se la entregaba a un cliente junto con una tensa sonrisa. Aún no se sentía cómoda con quién era en ese momento, pero siempre intentaba mostrarse tranquila ante los chicos, sus amigos.
Le parecía extraño llamarlos así. Los únicos en los que ella había confiado en su anterior vida eran Apolo y Bastián. Quizás era por la estrecha relación que tenían, demasiado personal o quizá solo era por…
―Hola ―escuchó la voz de Ray que la entorpeció y dejó caer un vaso de aluminio que sonó con fuerza al caer.
―¿Es que ahora les parece divertido asustarme? ―Refunfuñó Alex, levantando el vaso; Ray le regaló una sonrisa traviesa.
Estaba recargado en el mostrador con los brazos cruzados sobre este, ocupando casi todo el espacio donde entregaban las bebidas.
―No, es solo que últimamente has estado muy distraída ―separó la última palabra en varias sílabas y Alex lo miró con los ojos entrecerrados.
―Hace solo unos días me enteré de que perdí a alguien importante, ¿y eso te parece divertido? ―Se defendió, casi gruñendo, con la mandíbula tensa.
Franco se sorprendió. Nunca la había visto dejarse llevar por la furia. Siempre se había mostrado tranquila ante los comentarios, pero con Ray era distinto. Con él se mostraba a la defensiva y, a veces, lo veía observarlo, como si hubiera sido él quien le hubiera hecho daño. De pronto miró a Ray que analizaba a Alex con molestia.
Durante un segundo comenzó a dudar de él.
―Ay, no ―escuchó decir a Laura.
―¿Qué sucede? ―preguntó Alex, confundida.
―Esos chicos ―comenzó a decir Pablo―, llevaban meses sin venir.
―¿Son los que hacían destrozos? ―Cuestionó Franco.
―¿Destrozos? ―refutó Alex, enarcando una ceja.
Eran unos jóvenes que quizá rondaban los veinte y eran unos vándalos. No trabajaban ni estudiaban, les encantaba hacer destrozos en los locales pequeños.
―No se preocupen, yo estoy aquí ―aseguró Ray al observarlos avanzar por la plazoleta, seguro de que su autoridad como policía intimidaría a esos chicos.
Se había enterado de ello hacía tiempo, pero no había tenido la oportunidad de enfrentarlos. Era la primera vez que los veía y, entonces, comenzó a dudar de que él sólo fuera suficiente para detenerlos.
―Hay que cerrar el local, Laura ―comentó Alex; Franco la miró perplejo.
―¿No los vas a enfrentar? ―le preguntó, pillándola por sorpresa.
―¿Por qué lo haría? ―preguntó ella, confundida.
Ray lo miró con ojos llameantes.
―Tal vez alguien distinto les convenza de no hacer el mal ―contestó Ray, intentando quitarle peso a la metida de pata de Franco.
Pablo los miró intrigado.
―Yo creo que es mejor cerrar ―insistió Alex, acercándose a la puerta.
―Yo creo que no ―rezongó uno de los vándalos, entrando.
―Nos extrañaron, ¿cierto? ―dijo otro de ellos, con la malicia reflejada en su rostro y el tono de su voz.
―Chicos, no hagan esto más difícil ―pidió Alex como si hubiera dicho eso miles de veces antes.
―¿Quién es esta belleza? ―conqueteó el primero, tomando un mechón de su cabello.
―No me toques ―le pidió Alex entre dientes, dándole un manotazo.
El acento griego se notó en su voz molesta. Ray y Franco se miraron alarmados, pero palidecieron de inmediato al escuchar y ver la bofetada que Alex recibió.
―Yo hago lo que me plazca ―comentó orgulloso, escuchando la risa de sus compinches.
―μπάσταρδος.
Alexandra le lanzó una penetrante mirada que el chico captó al instante. Así como él podía hacer lo que quisiera, con esa mirada Alexandra le había dicho lo mismo. Y, tal vez, lo que ella hiciera iba a ser peor que una simple bofetada o destrozar un lugar. Para él fue suficiente y, sin decir algo, retrocedió.
―¿Qué haces? ―le cuestionó uno de ellos.
―No vale la pena ―respondió este, escupiendo en la entrada.
Todos se fueron sin hacer más escándalo, sorprendiendo a Pablo y Laura que esperaban tumbaran las sillas y mesitas que estaban fuera del local. Sin embargo, solo se alejaron, bromeando entre ellos. El chico miró una última vez sobre su hombro, sintiendo aún la mirada de Alexandra.
―Alex, ¿estás bien? ―le preguntó Laura, acercándose a ella.
―Estoy bien ―le contestó Alex, ofreciéndole una dulce sonrisa para tranquilizarla.
―Pero tu mejilla está muy roja ―replicó Laura y Alex la abrazó para consolarla.
―Esto no es nada ―le recordó.
Laura asintió, cohibida.
―Vamos a ponerte un poco de hielo, ¿de acuerdo?
―Claro ―aceptó Alex con ternura.
Ray y Franco se miraron, haciéndose miles de preguntas con la mirada. «Qué fue eso, qué ha pasado».