A la mañana siguiente, a Alex le sorprendió encontrarse a Franco sentado a los pies del sofá, en la sala de estar. En los últimos días, al despertarse ella, él ya se habría marchado al trabajo, pero ese día no.
―Hola ―caminó hacia él, con cuidado de no derramar su café sobre su camisón.
Deducía que pronto se iría al trabajo, lucía sus pantalones de siempre con su camisa de botones color blanca. Se sentó a su lado.
―Hola ―contestó―. ¿Cómo dormiste?
―Bien, ¿y tú? ―le observó con una sonrisa.
―Bien ―se rascó detrás de la oreja, algo nervioso.
Alex se había acercado un poco más a él para ver lo que estaba mirando en su laptop.
―¿Estás mirando cómo puedo obtener documentos? ―lo miró curiosa.
―Sí, es que es más rápido llegar así a Tenerife ―le observó.
Alex estaba a tan solo unos centímetros y, justo en el preciso momento en el que ella volteó su rostro para mirarlo, pudo observarla mejor. Ella era preciosa, Franco no tenía dudas de ello. Sus ojos reflejaban el misterio de la vida que tenía antes de él y que, por más extraño que sonara, a él no le importaría aceptar con tal de seguir descubriendo más de ella.
Bajó la mirada hasta sus labios al igual que Alex con los de él. Observó cómo ella se mordió el labio y, sin pensarlo, tomó su rostro con sus manos y la besó.
Lo que empezó como un beso tierno, en cuestión de segundos se había convertido en uno salvaje, lleno de deseo y desesperación. Sus bocas peleaban por obtener el control sobre el otro. Fue solo un minuto o más para que Alex se sentara a horcajadas sobre él. Sus manos buscaban con desesperación zafar cada botón de su camisa, mientras que las de él se dedicaban a recorrer cada curva debajo de aquel camisón.
Ambos sabían que debían parar aquello antes de que fuera tarde, aunque ninguno quería, no en ese momento que habían dado rienda suelta a su sentir. Alex echó la cabeza hacia atrás en el momento en el que Franco acarició una zona sensible, y un gemido escapó de sus labios que le hizo reaccionar a lo que estaban haciendo.
―No, no, no ―detuvo las manos de Alex con suma delicadeza antes que desabrochara el botón de su pantalón―. No podemos hacer esto, no así.
―¿Qué sucede? ―lo miró desconcertada―. No entiendo. Acaso, ¿no te gusto?
Franco la miró a los ojos, lucía perdida y avergonzada.
―No es eso ―acaricio su mejilla con delicadeza―. Me gustas y mucho. No me voy a acostar contigo solo porque tuvimos un calentón del momento, así no ―negó con la cabeza.
Esta asintió en silencio un poco más relajada. Le dio un suave beso en los labios, antes de quitarla de encima suyo e irse a acomodar sus prendas para marcharse al trabajo.
Franco mentiría si dijera que no deseaba tenerla entre sus brazos, pero ese no era el momento correcto. Ambos debían acomodar sus pensamientos, para tener claro hasta dónde estarían dispuestos a llegar y no solo referente a lo sentimental, sino con sus secretos.
Se despidió con un corto beso antes de emprender el camino a su trabajo.