Ray y Franco se reunieron antes de la fiesta de navidad, un par de días después de que Alex le confesara a este último sus sospechas. Ray seguía escéptico. No quería creer las palabras de Alex. ¿Quién sería capaz de dejar toda la vida que conocía y todo el poder por algo completamente desconocido?
―Franco, debo ser honesto contigo ―comenzó a decir Ray y el mencionado soltó un suspiro―, tal vez te está usando de fachada.
―¿Para qué? ―cuestionó en tono molesto.
―Esta gente no es confiable fuera de su círculo familiar. Y a veces ni en su propia sangre se puede confiar.
―Ella ya no es su pasado, Raymundo.
―¿Quién? ―escucharon una voz a su lado y ambos se tensaron.
―Ya son varios días que notamos que se reúnen solo ustedes dos ―comentó Félix, sentándose a un lado de Ray.
―¿Hay algo que debamos saber? ―preguntó Pablo, sentándose del otro lado de Ray para casi quedar frente a Franco.
Los demás tomaron su sitio donde había espacios libres.
Se encontraban en un restaurante poco concurrido, ocupando una mesa lejos de la entrada principal y de la cocina. Cada uno pidió una bebida pues no pensaban quedarse mucho tiempo.
―Lo mejor es que no se involucren ―sentenció Ray, dando un sorbo a su cerveza.
―¿Sobre qué? ―insistió Pablo.
―Sobre Alex ―confesó Franco, ignorando la mortífera mirada que le lanzó Ray.
―¿Por qué? ―preguntó Aarón, mirando alternativamente a Franco y Ray.
―Ya recordó ―confesó Ray con un suspiro.
―Eso es algo bueno, ¿no? ―indagó Alfonso, queriendo celebrar los avances de Alex, pero confundido por las miradas de sus amigos.
―Sí, lo es ―asintió Ray, pero Franco permaneció en silencio, cabizbajo.
―¿Qué sucede, Franco? ―cuestionó Pablo, mirándolo de forma intensa.
―Se llama Alexandra Nikolau ―dijo Ray.
―¿De la familia Nikolau? ―preguntó Ignacio, sorprendido; era reportero en lugares de guerra y disputas entre mafias, por lo que sabía algunas cosas acerca de las familias más poderosas de Europa.
―¿De la mafia? ―indagó Fernando, que también era reportero y a veces acompañaba a Ignacio.
―¿Cómo lo sabes? ―le preguntó Pablo.
―He trabajado en algunos documentales sobre las mafias extranjeras. Y la desaparición de Alexandra Nikolau hizo temblar a todo el mundo.
―¿Por qué? ―preguntaron Ray y Franco casi a la vez.
―Nadie ha sido capaz de engañarla en los pocos años que lleva como Capo. Es despiadada. Por lo que su desaparición ha preocupado a todos. También corre el rumor de que ella mandó asesinar a su padre para tomar su lugar.
―¿Quieres decir que he dejado a mi esposa con una psicópata? ―exclamó Pablo, levantándose de la silla.
―¡No! ―vociferó Franco, también levantándose―. Ella ya no es esa persona.
―¡Esas personas mienten, Franco! Sus vidas son una completa mentira y tú caíste en una de ellas ―le señaló.
―Sé que ella ya no es capaz de lastimar a nadie ―susurró, algo dudoso pues creía un poco en las palabras de Pablo.
―No voy a esperar que suceda ―rugió este último, saliendo del lugar.
―Ella ya no es esa persona, Ray ―insistió Franco.
―No deberíamos confiarnos, Franco ―admitió Ignacio, siguiendo a Pablo.
―Ella ya no quiere volver a esa vida ―dijo Franco en un suspiro, sentándose.
―Incluso si eso fuera cierto, salir de la mafia no es fácil ―comentó Fernando―. Hay consecuencias que deberá pagar.
―Tal vez por eso su hermano no se ha ido. Si Alex ya le dijo que quiere dejar la mafia, este debe esperar el momento perfecto para castigarla.
Escuchar aquello le hizo estremecer y, sin decir una palabra, salió del restaurante.
No tenía idea de lo que podría hacer para protegerla, pero él tampoco quería perderla. Su felicidad no dependía de mantenerla a su lado, pero no sería capaz de vivir tranquilo el resto de su vida si algo muy malo le llegaba a pasar, no de nuevo. Incluso aunque le costara su propia vida.