Mi Ángel

El Consejo

N o e l

Camino sin observar a nadie a mi paso, las personas se quitan de mi camino cuando me observan llegar, y no es para menos. Me gusta que me teman, que cada uno de ellos baje su cabeza al escuchar mi nombre ser anunciado al yo llegar.

Aunque la única excepción es Clarissa, porque recuerdo bien el día en el que supe que temía de mí, algo en mi se estrujo y cayó en pedazos.

Pero tomó mi mano... aunque estuviera enguantada, ella la tomó.

Tomó mi mano.

Continuo a paso seguro hasta llegar al elevador de cristal, que me deja observar por fuera el verdadero infierno, las personas siendo torturadas por demonios, algunas haciendo revivir sus peores acciones en carne propia... todo un imperio de sufrimiento y lamentos, sin embargo, ningún lamento hará que salgan de este lugar sin que automáticamente sean devueltos a sus celdas, por eso es que no debo preocuparme demasiado por la seguridad alrededor.

Justo por esta vista cubrí el ventanal de la oficina, sé que a ojos de Clarissa no lucirá como un imperio, y huiría despavorida en el primer momento.

Lo hice por ella, y por el bien de que sus bellos ojos no tuvieran que ver algo de la mierda que sucede aquí abajo.

Maldita sea, ¿Desde cuándo yo hago cosas por otras personas?

No creo recordar un siglo en el que yo, Noel hijo del diablo, hiciera algo por otra persona, pero aquí me hayo, buscando la manera de deshacerme de todo lo que pueda querer acabar con ella.

Me llamaría raro, pero he pasado la mayor parte riéndome de mí mismo.

Haciendo tantas cosas por un ángel, cuando antes me dedicaba a aniquilarlos.

Abro la puerta frente a mí y el grupo de hombres regordetes me observa antes de ponerse de pie cuando me adentro a la oficina; una gran mesa en forma ovalada donde los hombres se acomodan sobre sus sillas.

—Buenas noches, Noel—saluda el hombre que solía estar más al tanto de todo junto a mi padre.

Podría decirse que está en la cabeza del consejo, pero lo único es que esto no tiene ni pies ni cabeza, es inservible.

Le observo amenazante, e inmediatamente mis pupilas toman un color rojizo, él da un paso hacia atrás y se retracta.

—Se-señor.

Asiento con la cabeza en su dirección y tomo asiento en la cabeza de la mesa.

Todos se sientan e inmediatamente esperan a que Mathew, el hombre "al mando" de las quejas. Me aburren, pero no tengo pensado eliminarlos para poder deshacerme del estúpido grupo en el que únicamente se dedican a exigir respuestas u opinan de cosas que no les incumben en lo absoluto.

—Empecemos con esto—susurro.

El hombre se aclara la garganta y se pone derecho sobre la silla.

El otro hombre a su lado pone su mano discretamente sobre su pierna, en señal de apoyo, Mathew, el hombre que debería de comenzar a relatarme las quejas, se sobresalta, mientras que yo solo mantengo mi vista fija sobre él, esperando pacientemente.

Suspira visiblemente y se relaja al pensar que no lo he notado.

Pero lo he hecho.

Ninguna acción se me escapa, mucho menos una frente a mis ojos.

—Bueno, hablo por todo el consejo cuando digo que pensamos en que traer a esa chica ángel al infierno es una mala idea—comienza, bostezo ganándome su atención, su entrecejo se frunce, pero no dice nada porque sabe que estoy por encima de él y de todos aquí—. Y también nos preguntamos en primer lugar, ¿Qué hace ella aquí?

Se hace un silencio en la sala, todos expectantes esperando una respuesta valida.

Me encojo de hombros con simpleza, y me mantengo serio y expectante.

Su suspiro llena el silencio.

—Sea cual sea el motivo, queremos conocerlo y pensar y charlar sobre si es buena idea para el buen futuro del inframundo.

—O para el vuestro—comento.

—¿Disculpa?

—Es lo que buscáis después de todo, ¿cierto?

Entre todos se giran hacia mí, y comienzan a observarse entre ellos con confusión.

—Hay que ser honestos—me levanto de mi silla, comenzando a caminar tras las de todos y cada uno de ellos—, el consejo es inservible, vosotros sois inservibles.

Me detengo al otro extremo de la mesa, apoyando mis brazos sobre ella e inclinándome hacia adelante, tomando una pose atemorizante.

—El consejo es perfecto a la hora de toma de decisiones—Mathew intenta contradecir—. Somos esenciales para dar distintas opiniones y acabar eligiendo la mejor opción para que el infierno continúe con la buena racha que siempre se le ha reconocido, es gracias a nuestro apoyo que sigue manteniéndose sin ser la burla de ningún ángel, ni cualquier ente del cielo.

Bufo y lo observo, la comisura de mi boca se alza mínimamente y vuelve a caer.

Mínimamente.

—Os estáis echando muchas flores, eh—suelto una risa seca—, si recordamos bien... mi padre siempre acababa llegando al consejo con la misma propuesta y dicha propuesta se hacía al pie de la letra, vosotros estabais solo para escuchar la noticia antes que todos y uno que otro no lograbais seguir la regla número uno.

Enderezo mi espalda y comienzo a caminar lentamente tras los respaldares de las sillas.

—No comentar nada de lo que se hable dentro de las oficinas del todo poderoso señor del infierno, esto incluye a familiares, amigos, desconocidos o cualquier tipo de parejas sentimentales—relato la regla ya conocida por todos, y comienzo a ralentizar mi paso conforme llego tras el bocazas.

Louis, un señor de unos cuarenta y tantos, se tensa cuando me detengo tras su silla y coloco mi mano sobre su hombro, sin controlar la fuerza con la que la coloco.

El hombre ha estado vendiendo la información a un arcángel a cambio de una gran suma en monedas que ni siquiera son funcionales en el inframundo, un completo idiota.

Mathew le observa antes de volver su mirada hacia mí.



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En el texto hay: demonios, romance, demonios angeles

Editado: 06.02.2023

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