Mi bella niñera

Deportivo

*UN MES Y MEDIO ANTES*

— Y entonces Blancanieves y el príncipe encantador fueron felices para siempre… — Leía con Adela el cuento que le dejaron en la escuela en la sala.

—Wow, este cuento trauma a todas las mujeres. — Adela se reía.

—¿Qué? — Pregunté mientras salía del trance del romanticismo del cuento.

—Em… bueno, ¿Qué se supone que deben hacer las mujeres que en vez de parecerse a Blancanieves, se parecen más a tontín o a gruñón?

—Bueno, para eso existe el maquillaje. — Le respondí. Adela sonrió y tomó el libro para subir a su habitación a dormir. 

—¿Va a salir, señorita Valeria? — El señor Alexander entró a la sala estirándose, se la había pasado toda la tarde trabajando en su oficina.

—Sí, voy a ir a ver a un otorrinolaringólogo. — Le informé sonriente.

—Oh… ¿Por fin escuchó su voz en una grabación? — El señor Alexander se reía. — Ahora ya sabe con lo que los demás debemos vivir día tras día. — Siguió riendo cuando me miró, mi sonrisa había desaparecido y puse mis manos sobre mi cintura. — Se refiere a verlo socialmente… ¿Verdad?  — Dejó de reír por completo.

—Sé que mi voz no es tan dulce, pero al menos yo no me quedo solo en casa todas las noches. — Me giré, tomé mi bolsa y me mire a un espejo que hay en la sala.

—Basta, señorita Valeria, era solo una broma.— El señor Alexander se puso detrás de mí. — ¿Cómo es ese tal German?

—Es muy amable, gentil, tiene clase … — Suspiré. — Lo adorará, ya quiero que lo conozca.

—Lo más importante es que usted lo adore, señorita Valeria y… bueno. — Suspiró. — ¿Usted lo adora, señorita Valeria? — Me preguntó realmente interesado.

—No sea ridículo, me cuesta mucho olvidarme de uste… — Hablé sin pensar. — ¿Usted cree que sí me gusta mucho? — Fui al sillón a tomar mi abrigo.

—Val, me parece que tu amigo acaba de llegar. — Andres bajaba las escaleras con el bote de ropa sucia. ¿Cómo rayos sabe todo lo que pasa en esta casa? Corrí a asomarme por la mirilla. — En su auto deportivo de 50 mil dólares. — Agregó y se puso al lado del señor Alexander.

—¿Es convertible? — Le preguntó a Andrés.

—No. — Respondió de inmediato.

—El mío es convertible. —Voltee a verlos. El señor Alexander le sonreía a Andrés.

—Tiene razón, además tiene ese adorable Garfield en la ventana. — Andrés se burló.

Me apresure a ponerme el abrigo y Germán tocó la puerta, abrí inmediatamente.

—Val… — Germán entró a saludarme con un beso en la mejilla. — Te ves hermosa. — Me miró de arriba a abajo.

— Oye, Germán. No puedes estacionarte ahí, es ilegal. — Le informé al ver su auto.

— Val, soy doctor. Puedo pararme donde quiera. — Me mostró una sonrisa de lado.

—¿En serio? — Pregunté.

— Claro, eso no es ningún problema. — Rió encantadoramente.— Pero, si te molesta, lo muevo. — Germán sacó sus llaves y estaba apunto de ir a mover el auto 

—Wow. — Lo detuve. — Eso es muy dulce de tu parte. 

—Tome señor. — Andrés le dió una prenda del cesto al señor Alexander. — Es una toalla, ya puede tirarla.  

El señor Alexander lo miró con ojos de furia y aventó la toalla de nuevo al cesto.

—Señor Alexander… — Me acerqué tomando a Germán del brazo. — Él es Germán, Germán, él es el señor Alexander, mi jefe.

—Mucho gusto. — El señor Alexander estrechó la mano de Germán. — Una pregunta, ví su deportivo allá afuera y me preguntaba… ¿Por qué no compró el convertible?

—Bueno, pues porque me parece que el convertible es un capricho para cuarentones. — Germán se encogió de hombros y Andrés soltó una carcajada.

El señor Alexander volteó y caminó hacia él.

—Ojalá te hubiera conocido antes. ¿Dónde estabas hace diez años? — Germán tomó mi mano. 

— Pues festejando mis 15 años. — El señor Alexander y Andrés comenzaron a reírse, yo voltee amenazadora y pararon.

—Disculpen, caballeros, quisiera pasar al sanitario. — Germán se dirigió a Andrés y al señor Alexander. 

— Es aquella puerta. — El señor Alexander señaló la puerta del baño para huéspedes.

—Gracias, no tardo. — Se dirigió hacia mí y después caminó hacia el baño.

—Bueno, pues parece alguien agradable. — El señor Alexander me sonrió. 

—Ujum… — Andrés asintió.

—Es apuesto, gracioso, con gran personalidad. — Siguió describiendo a Germán.

—Pero, señor. No se olvide…— Comenzó Andrés. — Usted tiene ese gran convertible blanco. — Se burló. El señor Alexander se giró hacía él. — Señor. — Andrés tragó saliva. — Desde el otro día quería pedirle permiso para ver a un psicólogo y saber el por qué de mi conducta auto-destructiva. — El señor Alexander suspiró tratando de calmarse y lo dejó en paz.

—Listo. — Germán regresó. — Vámonos, espero que te gusten los cangrejos. — Me estiró el brazo para que lo tomara.

—Claro, me encantan. — Eso me recordaba a aquella cena que tuve con el señor Alexander. — Espero que a ti te gusten las suegras entrometidas. — Nos reímos y cerramos la puerta.

Fuimos a un restaurant gigantesco, teníamos reservación en la terraza. Germán me contó un poco de su familia, de su historia.

— Tuve que pagarme mis estudios vendiendo pan. — Hablaba de eso muy orgulloso. — Fue algo asombroso, porque me enseñó que no sabes si el señor que vende cigarros allá afuera será tu próximo contador. — Germán era tan tierno. — La vida da muchas vueltas, Val. Nunca pienses que estás estancada y que no puedes salir, siempre habrá algo o alguien para ayudarte a salir, por eso hay que tener metas, tener motivación para no perder el camino.

—Eres un hombre muy inteligente. — Germán terminó las lecciones de comer cangrejo que el señor Alexander inició.

—Claro que no, soy un hombre muy tonto pero diario intento serlo un poco menos.

—Bueno, pues yo soy una mujer tonta que jamás se le quita lo tonta, todo me sale mal, creo que tengo una maldición o algo. — Admití.

—No digas eso, creo que eres una mujer muy inteligente, ¿A quién más se le ocurriría incomodar a las demás mesas para que se fueran y estar completamente solos? — Señaló las mesas a nuestro alrededor.




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