Expectativas y gran emoción invadía a Alejandra ese día. Llegarían por avión hasta el Auyantepuy. Y pasarían por enfrente del Salto Ángel. Si el tiempo atmosférico lo permitía les habían advertido. No podían arriesgarse. Era un vuelo peligroso. Recientemente un helicóptero se estrelló contra la pared del tepuy y cayó desde una altura considerable, perdiendo la vida todos los tripulantes. Eso también generaba que la adrenalina aumentará y las emociones encontradas corriera por sus venas. Leonardo más experimentado se mantenía sereno, no obstante nunca había visitado esa maravilla de la naturaleza de la que hablaran tanto sus amados padres. Solían contar sus aventuras con adoración por aquella tierra, testigo de su idilico romance juvenil. Estaba muy interesado desde el punto de vista personal y profesional en conocer ese legendario territorio.
Salieron a tempranas horas desde el aeropuerto de Canaima en una aeronave, desde lo alto tenían una espectacular panorámica del Parque Canaima. La verde sabana de vegetación baja interrumpida por las estructuras de paredes planas que parecían haber sido superpuestas en ese paisaje tan desigual cual obras de arte esculpidas por la mano de Dios. Majestuosas. Los innumerables caños y riachuelos a los que se pegaban hileras de árboles de exuberante follaje.
Leonardo y Alejandra se miraban extasiados. Eran cómplices de esa fantástica aventura. A medida que la aeronave se acercaba al gigantesco tepuy bordeándolo, ellos fueron uniendo sus cuerpos y justo cuando cruzaron y ante sus ojos se mostró la extraordinaria visión del agua surgiendo en torrente cascada desde lo alto de la montaña, la emoción se desbordó y con ella el auto control que habían mantenido hasta ahora, en un impulso Leonardo tomó su cuello y suavemente colocó sus labios sobre los de una sensible Alejandra, que respondió dejándose llevar por el ritmo que marcaba la boca de su compañero, quien delicadamente la introdujo en las mieles de un sentimiento tan puro como cada gota de líquido que brotaba desde ese caudal. Poco a poco, se fueron separando conscientes de que algo especial los envolvía, cual embrujo de hechizos indígenas. Leonardo la acercó a su pecho y besó su cabellera. El sonar de las aspas de la aeronave se unió con el del agua que fluía a borbotones y los volvió a la realidad de la que se habían escapado por un minuto, durante el cual exploraron un sitio donde tiempo y espacio no tenían cabida. Sólo ellos dos y el bello sentimiento que renacía entre dos almas nacidas para permanecer juntas.
Una densa neblina cubría por tramos al tepuy, semejando nubes y dándole un aspecto sublime y paradisíaco. Subieron hasta el techo y aterrizaron . Recorrieron el espacio un rato y se sentaron a tomar notas. Leonardo arreglaba el sombrero de protección del sol de Alejandra y ella a su vez, quitaba briznas de paja que traídas por el viento quedaban atrapadas en el cabello de Leonardo , como una pareja de jóvenes enamorados. Partieron detallando aspectos que entretenidos con el beso no distinguieran al llegar. Como la policromía de las paredes del tepuy que mostraba distintos colores vivos y mezclados como muestrario de los minerales que a lo largo del tiempo había atraído a tantos explotadores en busca de sus tesoros.
Más tarde de regreso al campamento. se fijaron que el resto del equipo ya había llegado. Alejandra divisó a lo lejos una cabellera rubia sobre un cuerpo atlético y sin dar explicación alguna corrió a su encuentro, el chico igual la alcanzó y la tomó por la cintura dándole vueltas en el aire. Felices de volver a verse.
Leonardo sin entender sintió la sangre correr por sus venas. Unos incontrolables celos se apoderaban de su persona. Respiró profundo y se dirigió a ellos. Quería conocer al hombre que de manera tan posesiva agarraba a la mujer que le movía el piso.
Al acercarse escuchó la conversación entre Alejandra y su acompañante.
-Carlos, no sabes cuánta falta me has hecho
-Y tu a mí Aleja. No lo podía creer cuando me llamaron para decirme sería tu pareja en una campaña publicitaria. Mucho menos que serías tú la modelo.
-Mucho gusto, joven. Mi nombre es Leonardo Ruggieri y soy el Director de la agencia de publicidad que lo contrató.
-Encantado. Yo soy Carlos Pereira. A sus órdenes jefe. Le dijo en tono muy jovial.
A diferencia de Alejandra, él se caracterizaba por su espíritu alegre y espontáneo.
Leonardo al escuchar su apellido respiró aliviado y suavizó sus facciones. Los dejó solos imaginando querían privacidad y se retiró a hablar con el dueño del local. Fraguaba una idea y quería sorprender a Alejandra.