Mi Bello Amor

Capítulo 26.- Introspección

Era viernes y habían transcurrido dos días desde su graduación. Alejandra sólo salía hasta una iglesia cercana. Rezaba por su abuela y el resto del día se quedaba encerrada con el televisor prendido en cualquier canal, con su  alma rota y sin ánimos de nada. Se bañaba y vestía porque hacía videollamadas diarias con su madre y no quería ser un motivo más de dolor para ella. Disimulaba y esquivaba la conversación cuando le preguntaba por Leonardo.

 Karla pasaba después del trabajo y se ocupaba de que ella se estuviera alimentando bien, pero  dejaba casi toda la comida y dormía muy poco en las noches por lo que ya empezaba a verse descompensada. 

Se sentía deshecha, pero no podía llamar a Leonardo, era como si ella misma actuara en su contra. Volvió a levantar las barreras con la diferencia que después que disfrutara de las mieles del amor ahora no sabía como vivir sin el.

Una mañana estando en la iglesia entró una monja y le entregó un papel. En éste se pedían referentes, una especie de asistentes de orfanatos presentes en Buenos Aires, con el fin de colaborar en el cuido de niños y adolescentes que estaban recluidos en estos lugares. Ese fin de semana habría un retiro con las personas captadas para brindar conocimientos sobre el tema y compartir con algunos niños en esta situación. Alejandra aceptó. Sería su mejor terapia. 

En la noche le explicó a Karla. No era que después debía estar a disposición completa sino en horas disponibles de acuerdo a los horarios de trabajo de las personas. Ricardo y Karla también decidieron apuntarse, pero no harían el retiro. Querían darle espacio a Alejandra. Ella necesitaba hacerse un autoanálisis de sus pensamientos y sentimientos, tener un tiempo a solas que le permitiera reflexionar sobre estos. Hacer una introspección.

Leonardo por su parte asistía a su trabajo, visitaba a su madre, realizaba horas de entrenamiento en el gimnasio que tenía en su departamento y volvió a asistir a las sesiones de terapia. Extrañaba a Alejandra, esperaba una reacción favorable de su parte, por lo que era optimista aunque por momentos se desanimaba. Que testaruda era esa mujer. Adorable pero muy terca y orgullosa.

Alejandra conoció durante el retiro personas muy interesantes, espirituales, altruistas, emprendedores, preparados y sobretodo con alma y vocación de Ángel; maravillosas. Cuando no estaban en talleres de aprendizaje compartían con los niños en actividades tipo campamento vacacional. Competencias, fogatas, espectáculos, teatro, títeres. También experimentó por primera vez el placer de servir. Organizados por grupos ayudaban con la preparación de las comidas y bebidas o a servir mesas y lavar los platos. En ocasiones, debía acostar a los niños, leerles cuentos, vestir a los más chicos. Terminaba cansada pero feliz. Aprendiendo el don de la humildad. Tuvo largas charlas con una psicólogo con la que hizo amistad y compartían el mismo cuarto . Uno de los temas que más hablaron fue sobre el perdón y sobre las consecuencias de guardar rencor. El último día charlaron sobre cómo pedir perdón, reconocer tus fallas y bajar la cabeza. Como acto de valentía y de coraje.

Rebeca se llamaba la psicólogo. De estatura baja, con kilos de más de peso y de trato muy dulce. Con ella Alejandra abrió su corazón y le explicó su situación personal.

-Tienes que saber que estás arriesgando tu relación sentimental. Es un hombre herido. Te ama, según lo que cuentas pero tampoco va a esperarte toda la vida. Sería una lástima perdieras la oportunidad de ser feliz con quien amas, por no ser quien dé el primer paso. Porque dejame decirte que él también puede hacerlo, pero, entonces le quedaría la sensación de ser quien aporte más a la unión. Eso suele suceder. Parejas que se acostumbran a eso. El peso de esas relaciones está sobre una sola persona y se trata de dos. Explicó con suave voz.

Alejandra la escuchaba atenta.

-Si lo amas, puedes. Te quitaras un gran peso de encima incluso si él decide no perdonarte o hacerlo pero no quiera seguir. Sentirás la satisfacción de haber hecho tu parte. Me explico?. 

-Perfectamente Rebeca. Tienes toda la razón. Él se lo merece y yo también. Gracias has sido un Ángel que Dios colocó en mi camino. 

Alejandra se quedó dormida esa noche dispuesta a buscar a su amado Leonardo al llegar a Buenos Aires y pedirle perdón por no haber confiado en él. Estaban en las afueras de la ciudad en el campo. Llegarían hasta el parque Valladares y desde ahí cada quien se dispersaría hasta sus hogares. 

Ya en el parque con niños corriendo a su alrededor una niña le tomó la mano y le sonrió.

-Quieres ser feliz?. Preguntó.

-Claro y tu también deberías ser feliz. Contestó.

-Respuesta correcta. Ven a comprarme un helado de chocolate y otro para ti y las dos vamos a ser felices. Mi hermana dice que el chocolate te hace cosquillas por dentro y se te va la tristeza. 

-Ah, pero que astuta eres chiquilla. 

-Si me permiten yo puedo invitarlas. 

Alejandra congeló la sonrisa que tenía en su rostro. El amor de su vida, que en un tiempo quería pagar por sus sentimientos y después la hizo sentir amada con el amor más bello, estaba enfrente de ella. No podía ser. Él no podía tomar la delantera. Claro, primero debía mover su quijada y emitir algún sonido. Rebeca pasó por su lado y le tocó el hombro. Un gesto muy sutil pero que la hizo reaccionar. Soltó a la niña y se abalanzó sobre el pobre Leonardo que casi se cae por el sorpresivo movimiento.



#22751 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, romance, drama

Editado: 01.09.2021

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