Mi cálido sol de verano

Un choque imprescindible

El viento soplaba fuerte y removía parte de sus finos cabellos castaños. Su melena apenas y rozaba sus hombros, hace mucho que no poseía ese largo, era un verdadero mérito aunque para ese punto poco importaba, ya que, prontamente se volvería a poner débil, reseco y quebradizo para ir cayendo de a poco; en pequeños mechones que le darían un aspecto de parecer alopecia.
 Inspiró con fuerza y el aire tan frío calo en sus pulmones, se podría decir que con esa temperatura cada respiración era una puñalada, pero esa sensación le recordó que estaba viva. Esto último la hizo soltar una risa nasal sin gracia.
 ¿Siquiera tenía una vida?. ¿En su caso qué se podía entender por viva? Claro que lo estaba, en lo biológico al menos. «A duras penas». Pensó con cinismo recuperando esa suave mueca burlona. En ese momento como si el mundo a su alrededor recobrará el sonido, el ruido de los autos al pasar llegó a sus oídos opacando su respiración, fue ahí que la neblina de emociones en su mente se disipó y se concentró en un fuerte ardor en su pecho.
Sin pensarlo demasiado se puso de pie para caminar lentamente a lo que sería su trágico y hasta a su parecer bobo final. 
En su vida no había hecho mucho, si tenía que remomerar sus vivencias como se solía hacer en el cine o en las series cuando un personaje estaba por morir, sería 70% cáncer, 25% dolor e inyecciones y 5% de pequeñas alegrías junto a sus padres, más que nada junto a su madre que era quien más pasaba tiempo a su lado. Amaba a sus progenitores, pero ya estaba cansada de poner a otros por sobre ella misma, se había hartado de todo y no encontraba motivos para continuar. En especial para ese punto crucial que eran sus 23 años.
Estaba cerca de acabar sus estudios universitarios pese a todo, e iniciar a ser independiente en un pequeño departamento. En el cual ya había pagado el depósito y el primer mes de alquiler, todo había corrido estupendamente hasta ese último chequeó médico.
Dónde habían dado con una misteriosa mancha en uno de sus pulmones, le dijeron que no debía de alarmarse, que necesitaban más estudios para dar con un diagnóstico certero, aunque para su desgracia ya no era una optimista ingenua.
Conocía sus caras, las caras de los doctores y del resto del personal médico al mentir. Aun así, lo más doloroso era ver a su madre tratando de mantenerle la mirada para mostrarse fuerte, luego de que los médicos hayan sido más sinceros con ella que con su persona. Casi como si aún fuese una niña pequeña que no puede lidiar con sus propios infortunios.
Sin embargo, en esos últimos momentos, en los que daba pasos firmes y decididos no se sentía como una mártir, en su mente esa era la recta final, la verdadera y última batalla contra el cáncer. Su muerte no sería postrada en una cama, pelada y ojerosa, con escaras por toda su espalda, sufriendo de dolor por todo su cuerpo, sintiéndose frágil y débil hasta para siquiera moverse o tomar algo de agua. 
Esa enfermedad desgraciada no la había dejado llevar una vida normal, tampoco tomar muchas decisiones por su cuenta. Ya que varias de sus operaciones fueron aprobadas por sus desesperados padres en son de salvar y/o alargar su vida, pero ya estaba harta de todo eso. De esa vida que realmente no era nada, solo un sin sentido por aferrarse algo vacío. Si el destino o lo que fuera la quería muerta, así sería, pero, por decisión propia y como ella quisiera. Y para ese punto su única petición era fallecer por una causa que no estuviese relacionada con el destructivo cáncer. 
Claro que desde luego, como todo lo que la rodeaba, ni siquiera su intento de suicidio podía salir bien, como si de un tonto y absurdo plot twist se tratará. Un joven chocó estruendosamente con ella, logrando que acabará en el suelo y no en el pavimento como había contemplado. Posteriormente sintió las ásperas y babosas lenguas de muchos perros de diferentes razas y tamaños sobre su cara, lo único que pensó fue: «Genial, ¿por qué no pudo ser una contusión en vez de baba?».
—¡Te tengo!.—Exclamo el pelinegro, en lo que la castaña se incorporaba apoyándose en sus codos, para divisar al imbécil que la había atropellado junto a su jauría.
El muchacho era de buen parecer y por lo visto se le había escapado uno de sus perros, no, más bien uno de los que paseaba, dudaba mucho que todos esos fueran sus mascotas. En cuanto terminó de ponerle la correa a ese escurridizo caniche, se dignó a girar en dirección a la transeúnte.
Su primera reacción fue enmudecer por completo y ella rápidamente frunció el entrecejo.
—¡Lo siento mucho!.—Procedió a expresar al ver el gesto de la muchacha.—Ya déjenla.—Agrego en dirección a los perros que lo único que hicieron fue cambiar de objetivo para iniciar a lamerlo a él.-Ya basta, ¡paren!.—Dijo riéndose para nuevamente de golpe ponerse serio y dirigir su atención nuevamente a la chica.
—Lo siento. Déjame ayudarte.—En coacción de sus palabras, la tomo de las manos y la ayudo a levantarse del suelo sin que siquiera le haya respondido.
—Nunca accedí.—Contesto ya de pie, hablando por primera vez con cierto tono que fue interpretado como molestia por el contrario.
—Lo siento, es solo que… Bueno, creí que era lo correcto.—Se justificó antes de seguir la mirada de la joven. Al darse cuenta de que aún la tomaba por las manos la soltó de inmediato.—¡En serio lo siento!, po-por chocarte y bueno, incomodarte.-Agregó en lo que su voz se fue como apagando de a poco.
La castaña se quedó observándolo por un momento antes de responder.
—Está bien, no fue gran cosa.
«No es como si pudiera quejarme por una caídita, yo pensaba saltar bajo de un auto». Sí, definitivamente no podía responder eso.
—Bien, ¿estás bien?.—Cuestiono con cierta duda.—Si, lo sé debí preguntar antes, bueno, ¡en fin!. ¿Estás libre?, ¿cómo para ir por un café?.—Al ver qué la desconocida agudizaba su mirada se sintió como un depravado.—¡No!, no es como que esté tratando de aprovecharme de la situación o coquetear, bueno, tal vez ni siquiera pensaste eso, lo siento, yo solo quería invitarte un café por bueno…—Se había puesto nervioso y no dejaba de mover sus manos de un lado para otro como si quisiera englobar la situación para hacer referencia a todo ello.
 Al final no pudo evitar reír, ni siquiera ella era tan torpe socialmente. 
—Estoy bien.—Concluyó con un tono afable.—Y es una pena, me gustó pensar que coqueteabas.—Bromeó quitándole una risa boba al joven.
—Bueno, en ese caso; es broma pero si quieres no es broma nena.-Contesto inflando el pecho y fingiendo una voz mucho más gruesa para rematar con un guiño al más puro estilo de los años dorados de Hollywood.
Frente a esto la muchacha no puedo evitar soltar una risa sincera que cubrió llevándose una mano a la boca.
—¿Entonces si vamos por un Starbucks?.-Se ánimo a preguntar debido a su reacción.
—Bueno…—Su vista se desvió por un minuto hacía una mujer rubia que parecía buscar a alguien con desesperación.—Tal vez en otro momento.—Acabo por decir y el pelinegro no pudo esconder del todo la decepción que se asomó en su cara.
—Sí, comprendo, es decir, ¡no es cómo si me hubiesen dejado entrar con todos estos revoltosos!.—Contestó con ánimo recobrando su actitud carismática.
—Cierto.—Respondió para apreciar mejor a los peludos de cuatro patas. «Son bastante bonitos».
—¿Y…?. ¿Podría tener tu número?.—Ese iba a ser su último intento antes de un adiós definitivo.
—¿Mi número?.—Cuestiono con cierta sorpresa y el joven asintió, hasta él podía leer el ambiente de ahí en más.
«Muy bien Charlie, estás quedando como un pesado, es hora de retirarse». Pensó para ponerse en marcha e irse pero ella lo detuvo.
—Espera, aún no te lo dije.—La chica lo veía confundida, «¿quién pregunta por algo y luego se va sin recibir respuesta?».-Mi número es… Es… Bueno inicia con…
¿Hace cuánto qué no daba su número?. Podía recitar de memoria el de su madre, el de su seguro médico o de su doctor de cabecera, pero el suyo propio era un espacio en blanco en su memoria.
—No lo sé.—Finalizó sin más sintiendo cierta emoción disconforme que le hacía feo por dentro.—Pásame el tuyo.—Agregó con total convicción, para sacar de los bolsillos de su abrigo una pequeña libreta con un mini bolígrafo.
—Que vintage.—Expresó él con una sonrisa y no dudo en tomar lo que ella le ofrecía y anotar su número junto a su nombre.
—¿Así qué te llamas Charlie el lindo, carismático y sensual chico del parque?.—Cuestionó ella leyendo al pie de la letra lo que él había puesto.
—¡Exactamente!, ni más ni menos, pero descuida tú puedes decirme Charlie.-Contesto fingiendo modestia.
—Te diré el tontorrón de los perros.—Expresó ella de inmediato con una dulce risa.
—¿¡Qué!?, ¡afectarás mi imagen!, al menos que sea el tontorrón sensual.—Respondió haciéndola reír una vez más.—Y bien, ¿ahora me dirás tu nombre o seguirás haciéndome bullyign?.
—Tal vez continúe un rato más.—Bromeó antes de revelar su nombre.—Me llamo Miranda.-Se presentó finalmente guardando su libreta y birome.
—Miranda es un nombre muy bonito.
—Gracias.-Contestó justo en lo que de fondo se empezó a escuchar a esa mujer rubia gritar por ese mismo nombre, Miranda.
—Parece qué alguien está buscando a otra Miranda, ¿o es qué también eres una fugitiva?.—Bromeó Charlie y ella negó.
—Supongo que es un nombre bonito y común.-Contesto con calma.-¿No deberías seguir con tu recorrido?.
—¡Oh sí!, Cierto, bueno, fue un placer chocar contigo Miranda.—Se despidió con una sonrisa para iniciar a correr al compás de esa jauría que paseaba.
Aun cuando lo perdió de vista su sonrisa perduró. Al menos fue así hasta que esa mujer rubia, que ya casi pisaba sus 50 la tomo por los hombros de improviso totalmente exaltada.
—¿¡Miranda cómo pudiste hacerme esto!?, ¿¡en qué estabas pensando!?, ¿¡estás bien!?.—La bombardeo de preguntas y con la mirada le dio una rápida revisión general.
—Mamá, estoy bien.—Dictamino llevando sus manos a los hombros de su madre.—Por favor cálmate.—La mujer centro sus ojos en los de su hija y estos le devolvieron cierta paz.
Asintió sin más y abrazo a su pequeña para susurrarle que todo iba a estar bien y que ya era hora de volver a casa. 




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